lunes, 11 de julio de 2022

España y sus riquezas, Fr. Abilio Vicente OP, Ávila

España, aunque no tiene los problema de la vivienda, de salud, de alimentación, de educación, de movilidad de los países del Tercer Mundo; y aunque ha aumentado mucho su riqueza, como ha sucedido en la mayoría de los países de la Unión Europea, de la cual forma parte, tiene que recorrer un largo camino para conseguir una más justa y equitativa distribución de la riqueza.

Hay unas diferencias abismales, insultantes, inaceptables para la mayoría de la población, entre los ingresos millonarios o multimillonarios que perciben personas relacionadas con el dinero del espectáculo, la política, los medios de comunicación social, o formando parte de las administraciones, organizaciones paraestatales y los ingresos que reciben la mayoría de los ciudadanos, con los cuales muchos de ellos apenas pueden llegar a fin de mes, haciendo, muchas veces, grandes sacrificios

Y todos los políticos, de todas las tendencias sin excepción y la gran mayoría de los ciudadanos, estamos como anestesiados frente a estas realidades tan inhumanas: para no verlas, o viéndolas, para reaccionar en masa adecuadamente. Se llega hasta decir que estas son cosas legales, “aunque quizás con poca ética”

Abunda también entre nosotros, la lacra de la corrupción. Allí donde hay dinero, sobre todo público, siempre hay personas inescrupulosas, sin la menor ética, que se apresuran a meter sus manos para robar lo que es de todos, a ensuciarse moralmente, a obtener así dineros mal habidos.                                                                          

La corrupción, ¿a quién perjudica principalmente? El Papa decía: a los más pobres, porque ese dinero sustraído a la Hacienda Pública, es el dinero que se debía emplear, muchas veces, en la mejora de la sanidad pública, y, también, a la ayuda a los más necesitados.

A través de las estafas, de las comisiones, de las adjudicaciones, de los contratos amañados, de las evasiones fiscales, de trasferencias de dinero   al extranjero, o de trasferencias de capitales a paraísos fiscales se alimentan las diferencias económicas entre los ciudadanos: mientras unos aumentan sus riquezas, otros experimentan una disminución de su capacidad adquisitiva.

Hay un Informe del relator de la ONU en España, sobre la pobreza, que dice lo siguiente: a) en la última década ha habido políticas que han llevado a dejar a la gente pobre en situación de pobreza, y a la adinerada aún más rica; b) hay algunos lugares peores que un campo de refugiados; c) la gente pobre se siente abandonada del gobierno, de las autoridades locales; d) hay personas que dicen: o pagamos las facturas o comemos o tenemos calefacción o comemos (cfr. EL PAIS, 7 de febrero de 2020).

Uno de los elementos que podría ayudar a ir rompiendo progresivamente las distancias que se dan entre los distintos estratos sociales sobre los que está asentada la sociedad española, y así favorecer a la larga una mayor igualdad en la distribución de la riqueza del país, es que todos los ciudadanos, sean nacionales o inmigrantes, gocen realmente de una verdadera IGUALDAD de OPORTUNIDADES. Pero en este aspecto es aún muy largo y difícil el camino que hay que recorrer.

No disfrutan de la misma igualdad de oportunidades, por ejemplo, para acceder a la universidad, los jóvenes del mundo rural que los jóvenes de la ciudad; o para hacer una especialidad en el extranjero, los jóvenes o profesionales de estratos humildes que los pertenecientes a sectores más beneficiados económicamente. La educación es el camino seguro para salir de la pobreza, y para ascender social y económicamente en la sociedad.

Y lo mismo podemos decir de la Igualdad de oportunidades en otros muchos aspectos de la vida: en alimentación, vivienda cualificada, atención sanitaria, cultura del ocio, disfrute vacacional en el país o en el extranjero, usos de medios de movilidad, oficios, trabajos, ejercicio de profesiones… La igualdad de oportunidades, en la realidad, es muy débil entre nosotros.

Las OPORTUNIDADES para las personas dependen mucho de si vives en zonas rurales o en zonas urbanas; si vives en determinadas ciudades o determinadas regiones de España; si tu origen social o estatus económico es bajo, medio o alto; si eres hombre o mujer; si eres nacional o inmigrante; si vives en el centro de la ciudad o en algún barrio marginal; si eres de raza blanca o perteneces  a otra etnia, presente secularmente en el país; si estás próximo al gobierno nacional, regional o local, o en la oposición a esos gobiernos.

Vivimos en una sociedad muy estratificada, poco democrática en lo social y en lo económico y, por consiguiente, con una distribución de la riqueza muy desigual.

 Frente al análisis que hemos hecho es imprescindible decir varias cosas:

  • Que, en España, hay muchas personas, muchas familias que tienen más de lo que necesitan y que hay también muchas más personas y muchas más familias que tienen menos de lo que necesitan. Que se realizan tantos gastos económicos, no para satisfacer verdaderas necesidades, sino arrastrados por la moda, por caprichos, por la opinión pública, o por las modas;
 
  • Que el problema de la pobreza, de la mala distribución de las riquezas es, fundamentalmente, un problema ético. Decía Benedicto XVI, hablando a un grupo de jóvenes en Roma, que esto se da porque hay personas que tienen un corazón de piedra, endurecido, insensible a los sufrimientos de los necesitados. A esas personas –decía- hay que hacerles un trasplante espiritual: arrancarles esos corazones de piedra y ponerles un corazón de carne, con las características del corazón de Jesús, para que se conmuevan ante las miserias y sufrimientos de los demás. Es decir, hay que hacer una revolución de las mentes y de los corazones de tantas personas;
 

· El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2405 dice lo siguiente: “los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza, reservando la mejor parte para los vulnerables”.

 

·    Dice Santo Tomás de Aquino, recogiendo el sentir de tantos Santos Padres de la Iglesia, el gran teólogo y filósofo, y maestro de formación de tantas generaciones de sacerdotes, obispos y Papas, durante los últimos siglos que aquello que nos sobra, viviendo dignamente, pertenece a los pobres. Lo cual ha planteado tantos problemas de conciencia, sobre todo, a aquellos católicos, que viven en sociedades convulsas por situaciones de injusticia y con movimientos revolucionarios que luchan, a veces violentamente, por una mejor distribución de las riquezas y unas sociedades más justas.

Frente a estas situaciones se necesita, cuanto antes, que elijamos legisladores y gobernantes, que en el desarrollo de sus funciones hagan realidad los sueños de los más vulnerables y satisfagan sus necesidades. Necesitamos que aquellas personas que ejercen la función de legislar y de gobernar sean siempre personas de las bienaventuranzas. Esto que decimos, quizás, a muchos, les perezca una quimera irrealizable, pero hay que soñarla.         

 

 

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