sábado, 10 de julio de 2021

JESÚS AMA SIN GUANTES NI MASCARILLAS, Fr. Pedro Juan Alonso

 

Amanecer toma el tema de este número, como la encíclica del Papa Francisco Laudato Si, (LS) del cántico de las creaturas de S. Francisco. El Papa nos recuerda que la tierra, nuestra casa común, es una hermana con la que compartimos la existencia y una madre bella que nos acoge entre sus brazos. Dios coloca al hombre de tierra en la tierra con un  intercambio significativo: el hombre trabaja, la cultiva, se pone a su servicio y el jardín (la tierra) le devuelve los frutos de sus árboles; el hombre la custodia y vigila, mientras que el jardín le protege de la naturaleza inhóspita de su entorno. La alianza entre la naturaleza y lo humano está equilibrada y para el bien de los dos.

En el centro del recorrido de la LS del Papa Francisco encontramos: ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Pregunta que no afecta sólo al ambiente de manera aislado, pues no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario, sino que nos lleva a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y los valores que fundamentan nuestra vida social. Por eso sigue: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra? (n 160).

S. Juan Pablo II llamaba «conversión ecológica global» (n 5) a lo que S. Francisco sentía por el cuidado de lo que es débil y por una ecología integral (relación fundamental de la persona con Dios, con sí mismo, con los hermanos y con la creación. Es la sabiduría de los relatos bíblicos, n 73), vivida con alegría y autenticidad, advirtiendo que son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior (n 10).

El primer relato de la creación (Gn 1, 1-2, 4) nos habla de cómo el hombre hebreo se comprende a sí mismo (al hilo de narraciones culturales de otros pueblos, no importa) con una fragilidad y vulnerabilidad palpables. Cuando se van narrando los distintos elementos de la creación, se repite que eran buenos, excepto el día segundo, hasta que se separan las aguas en la tierra y el día sexto, cuando aparece el hombre. Solo al final de la creación se dice que todo lo que había hecho era bueno en general (1, 31) y que Dios se lo entrega al hombre, pero él en sí no lleva la calificación de bueno, como los demás elementos de la creación particularizado.

No es que se califique al hombre como malo, sino que el espacio de la vida humana es ambiguo, está abierto, por hacer. El hombre creado por Dios a su imagen (1, 27) es colocado en un jardín bello y bueno, pero tiene que ir haciéndose a semejanza de Dios (1, 26), también en el dominio sobre los animales y la tierra (1, 28). Lo mismo que Dios siendo poderoso es humilde, el hombre debe saber dominar su poder en los encargos que Dios le ha hecho: poner nombre a los animales, humildemente, sin utilizar la violencia, aunque comparta con ellos en principio, la hierba como alimento. Tener la palabra mismamente, que es signo de poder y dominio, es también instrumento para ejercitar la humildad.

Dios crea al hombre, pero le queda tarea por hacer a este: tiene que saberse colocar ante Dios en el jardín sin apropiarse de lo que no es suyo, ni tenerle miedo, sino dejándose amar; saber controlar los falsos absolutos de su imaginación que tanto le atraen; saber situarse ante sus semejantes en fraternidad, dominando su “animalidad interior” (no como Caín a Abel); saber reubicarse en la nueva alianza que Dios hace con Noé después del escarmiento del diluvio; saber descubrir en Babel lo que significan las  lenguas, no como una confusión o un castigo, sino como un don para comunicarse, entenderse y encontrase con los demás hombres. Todo ello nos dice que los hombres necesitamos un amparo vertical, una relación horizontal con los hermanos y referencias con las cosas.

Nunca olvida el relator de la creación que el hombre comparte con animales y vegetales el mismo origen: la tierra, que debe cuidar y así gozar de sus frutos vistosos y apetitosos de todos los árboles en principio, pero sin exponerse a la muerte (1, 16-17). Es necesario comer, pero respetando la palabra que le dice al hombre el modo justo de comer: no solo comer para sí y lo que él desea, apropiándose de todo, sin pensar ni en la misma naturaleza, rapiñándola, ni en los demás, pues entonces morirá. La necesidad y el deseo son tarea y limitación, es respeto que le llevará al hombre a realizar su propia vida.

El otro día leí que el evangelio es un zumo de vida, un concentrado teológico que se nos sirve en la copa de un texto. Jesús nos propone una espiritualidad creativa, ecológica, que nos ayuda a descubrir la vida que encierra la misma vida, nos hace vivir el día sexto de la recreación del hombre constantemente y nos pone ante las situaciones cada vez más dramáticas a las que nos enfrentamos los humanos de nuestros días. Cada día vemos lo difícil que es ser habitantes del Edén: la muerte de nuestros hermanos, causada por la desnutrición y el hambre producido por no repartir bien los recursos de la tierra; aquellas otras causadas por las guerras y todo tipo de violencia, claman lo mismo que la sangre de Abel a nuestro Dios.

La técnica utilizada irresponsablemente como depredadora, destruye la armonía y la paz justa proyectada por el Creador. La explotación de bosques, acuíferos, los vertidos indiscriminados en los campos, los insecticidas, abonos y sulfatos agrícolas, las basuras, el cambio climático, la falta de biodiversidad van minando la vida de animales y personas y empobreciendo el proyecto de Dios y la misma naturaleza se vuelve contra el hombre. El Papa Francisco invita: “a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida» (LS 16).Jesús ve (contempla, discierne, observa detenidamente) la naturaleza como un regalo del Creador. En un país agrícola, como caminante no deja de admirar desde los pájaros y todo tipo de cultivo, hasta el sol, la lluvia y el firmamento; observa la vida palpitante en los cambios de las estaciones, sus flores y sus frutos; comprueba cómo las semillas se trasforman en cosechas abundante y hace la comparación con el reino: sembrar semillas de justicia, paz, fraternidad hará germinar la vida. Y así entiende que Dios es para todos: hace salir su sol sobre buenos y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos (Lc 6, 35). El mundo inmenso y maravilloso es de todos, nadie puede apropiarse de él. Su dueño, Dios, lo ofrece como un regalo, rompiendo la tendencia religiosa y moralista que discrimina a los indignos, leprosos y pecadores. Dios no es propiedad de los buenos y piadosos.  

Jesús miraba contemplativamente, no de manera depredadora y, no solo a la naturaleza sino también a las personas, a los colectivos sencillos y pobres, pero eso no era suficiente. No es suficiente ver los problemas, examinarlos y ni siquiera solucionarlos técnica o políticamente. No es suficiente ver la globalidad de la indiferencia a nuestro alrededor. Se necesita una nueva cultura de solidaridad, tomando conciencia de las necesidades de todos e invocando el reino de justicia, paz, perdón, compasión en todos los rincones de la tierra. La fraternidad, el ser hermanos es la mejor forma de afrontar nuestras fragilidades, porque somos tan débiles que no podemos vivir solos, necesitamos vivir con otros y además Jesús alarga esta necesidad hasta que vivamos queriendo la fraternidad y no la separación. La conflictualidad sanguínea de Esaú y Jacob, de Raquel y Lía son caminos que nos hablan de los proyectos y caminos del Señor, que cumple las promesas por sus atajos.

En el fondo, los que no interesan a nadie le interesan a él; los que no caben en las sociedades de los fuertes tienen un lugar privilegiado en su corazón; los que no tienen una religión que los defienda, le tienen como Padre. Las víctimas de la injusticia mundial son hijos e hijas predilectos de Dios y su vida es sagrada. No habrá vida tal como la quiere Dios si no es liberando a los hambrientos  de su miseria y humillación y devolviendo la dignidad a los últimos.

¿Para qué sirve acumular, construir graneros, ganar dinero, si se pierde la vida? repetirá Jesús. Bienestar, ¿para qué? Nos creemos sociedades inteligentes, democráticas y progresistas y sólo somos unos insensatos crueles y ciegos, que mandamos a la miseria a millones de hermanos, pues somos responsables por nuestra injusticia e insolidaridad de su dolor por sus carencias. Urge despertar la conciencia indignada que grite: ¡no más crueldad y ceguera! ¡A Jesús no le gusta cómo les van las cosas a los indefensos del mundo!

El tema de la vacuna contra el Covid es recurrente desde hace tiempo. ¿No habrá otra vacuna contra el egoísmo, la crueldad, la violencia? La cultura de la solidaridad, pasa por la renuncia a acumular, porque estropea la paternidad y gratuidad de Dios. La obsesión por tener llega a apropiarse de lo que a uno no le pertenece por principio, porque todo es de Dios, aunque también tiene su cara de benevolencia con la renuncia y devolviendo lo que hemos acumulado sin ser nuestro como forma de hacer llegar la vida a la casa común (así lo explica el relato del joven rico). Esta actitud de renuncia, debe ir acompañada  también con la de ser pobre en espíritu, superando la materialidad e identificándonos con ellos y queriéndolos. Así ponemos la justicia por delante de nuestra riqueza.

Son las propuestas del Papa Francisco desde la fe ya que los deberes hacia la creación forman parte de la fe cristiana. “A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle» (LS 205).

Cambiar de estilo de vida y opciones de consumo puede ejercer «presión sobre quien detenta el poder político, económico y social» (LS 206). «Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad» (n 208).

En fin, la espiritualidad profética de Jesús nos lleva a la alternativa de colocarnos en la cruz, con las víctimas para descubrir cuanta insensatez anida en nuestro planeta maltratando a los inocentes y negando la vida hasta a los no nacidos. Allí en su cruz nos damos cuenta que el Padre no nos abandona, como no dejó clavado en la cruz al Hijo y sí las injusticias y errores de los poderes que se creen totalitarios y dueños del mundo. Ese perdón, asumiendo Jesús en la cruz tanta indiferencia y prepotencia del hombre abre a la vida nueva a un mundo con futuro y esperanza, ya que el Creador no se pliega a las exigencias, ni a los caminos por los que los poderosos quieren llevar al mundo. Es la manifestación de la paciencia de Dios, que abre nuestra esperanza y nuestra reconciliación, ante todo lo que nosotros maltratamos. Tantas veces la esperanza se colma con un poco de amabilidad, una palabra de aliento, un consuelo, un simple momento de acompañamiento en el camino.

Comiendo Jesús con pecadores, prostitutas e indeseables toca sus realidades y anticipa ya el banquete del reino en torno al Padre. La última palabra sobre la historia humana la tiene Dios; sus curaciones y opciones por la vida, las liberaciones de los espíritus inmundos (formas de vivir y pensar que no dejan ser libres para amar); su resucitar muertos, devolviéndoles la vida, va más allá de la propia muerte. Jesús ama sin guantes ni mascarilla: toca para levantar a quien está caído y solo contamina ternura y compasión. 

Jesús es la realidad del pacto que Dios hace con Noé después del diluvio. El Deutero-Isaías lo relee en el exilio y anima nuestra esperanza. Él ensancha los espacios de la tienda y despliega los toldos de la casa de Dios, afianzándola con cuerdas y estacas (Is 54, 3). Él restituye la vida y la fuerza a nuestra existencia. La tan cacareada nueva cultura del encuentro ya la tenemos expresada en el Jesús Pascual, que comparte los signos de la humanidad débil,  limitada y sus oscuridades con sus fantasmas y amenazas de la soledad y miedos, con el acompañamiento y el amparo. El Crucificado es el Resucitado y, por tanto, hay futuro, salida y plenitud de vida para nuestra humanidad, pues Jesús no se desentiende del camino humano. Lo humano es un valor.

Un valor que acarrea tomar decisiones personales y comunitarias, sabiendo que las urgencias apremian porque la “casa común” de la que habla Francisco en LS tiene un reloj de dimensiones gigantescas donde se van marcando, inexorablemente, las horas transcurridas de la historia de la humanidad y de cada uno de nosotros. Sólo nosotros podemos darle cuerda o pararlo en seco. Antes de que sea demasiado tarde.