jueves, 15 de abril de 2021

EN "MEMEZUELA": HUMOR, MIEDO, CONFIANZA Y CORONAVIRUS, Fray Reynaldo Chang, OP, Macao

 

Comenzaré parafraseando las palabras del salmista: Al frente de la playa de Cheoc Van (un lugar de Macao), allí me senté y lloré, acordándome de Venezuela. Quería cantar el “Gloria al Bravo Pueblo”, y mis pensamientos me pedían los cantares del llano. ¿Cómo cantar en momentos de angustia? Si me olvidare de ti, oh, Venezuela, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar si de ti no me acordare; si no te enalteciere, como preferente asunto de mi alegría.

En nuestros tiempos, Facebook es un medio de comunicación con el mundo entero. En ese universo digital encontramos los memes, los cuales se han hecho tendencia por su capacidad de alcance. El humor venezolano es particular, es una expresión de confianza ante la adversidad aun cuando el miedo se apodera de la situación.

La cultura de los memes crece; en sus variados temas se puede observar la genialidad de algunos de sus creadores. A la vez se siente la decadencia y la falta de respeto al sufrimiento humano; sobre todo en Venezuela, un pueblo azotado por la situación político-económica, que está perdiendo la empatía en su desesperación por mejorar sus condiciones de vida.

Obviamente, el Coronavirus no escaparía: bromas sobre las calamidades de la cuarentena, el desabastecimiento, el uso de mascarillas, el encierro con la familia: la confianza comienza a desvanecerse, el miedo se disfraza de chiste, el comienzo del fin.

Una tarde, discutía con uno de mis hermanos porque me parecía inadecuada la cantidad de chistes sobre temas que deberían estar solo en las agendas para resolver. Mi hermano me dice: “el venezolano tiene que reír y hacer chiste pues tenemos el gen de la felicidad en nuestro ADN”. Fin de la discusión.

En internet conseguí que dicho gen existe y que ha sido identificado. “¡Oh mi sabio connovicio!”, exclamé. La información es controversial, pero ¿podemos culpar al material genético por un humor pasado de tono? ¿es un gen la causa de hacer chistes sobre las calamidades que se viven en el mundo?

Escribir sobre mi experiencia de miedo y de confianza con el Coronavirus para la revista Amanecer es interesante: Vivo en Macao – China ¿Qué más puedo decir? Mi experiencia aquí ha sido de temor, pánico al principio si escuchaba a alguien estornudar. Mi actitud, la estricta observancia a las regulaciones gubernamentales; pensar que si yo llegara a infectarme podría poner en riesgo la vida de mi comunidad. Confianza, pues si todos cumplimos las normas el riesgo se minimiza. Estudiar vía internet, ver las calles vacías, usar mascarillas, oír cómo el virus se propagó hasta alcanzar magnitud mundial, ver las cifras de infectados y muertos in crescendo, recibir mensajes diciendo que algún ser querido había muerto. La experiencia de tener más tiempo para pasar en oración, pidiendo la misericordia de Dios, de depositar esa confianza, que alguna vez estuvo en el humor, en la oración. Mi conclusión es que el Covid-19 ha brindado al mundo entero una oportunidad para la metanoia, para la conversión.

“Oh hipócrita”, podrían decirme “¿Qué hacéis hablando de Venezuela en suelo extranjero?” Sencillo, porque soy venezolano. “¿Qué experiencia tienes de vivir en carne propia la situación venezolana?” El tener familia y amigos allá: lo llamamos empatía.

El comienzo del fin se dio cuando confundimos qué es “reírse con alguien” y qué es “reírse de alguien”. Cuando pasamos de disfrutar un chiste a hacer de las personas y de las situaciones serias el objeto de chistes. Hay una línea delgadísima dividiendo estos dos extremos, es sencillo traspasar esa línea, es complicado aceptar que la hemos pasado. Es válido, por ejemplo, reír porque un pollito levantó una patita; considero inválido dibujar una persona en un ataúd y escribir “lo coronó el Coronavirus”. Es absurdo hacer del hambre, la educación, la salud y la moral un meme. Hay humor inteligente, hay chistes que no ofenden.

El comienzo del fin se dio cuando el venezolano se aprovechó y se burló de otro venezolano, pensando que no habría consecuencias. Cuando nos fuimos del país publicamos en redes sociales nuestra ropa de marca nueva y exuberantes paisajes extranjeros. ¿Sigo? (Pido perdón por hablar en plural y meter a todos los venezolanos en el mismo saco). El coronavirus puede ser ahora la causa de muchos males a nivel mundial, pero el mal llegó a Venezuela mucho antes que la pandemia.    

Al final Cristo vence. Pero Cristo no venció sin antes sufrir. El mundo sufre profundamente. Si no vamos a la reflexión, tomamos conciencia de nuestros actos y asumimos las consecuencias, tanto sufrir habrá sido en vano. Un momento histórico no solo ante el Covid-19; también ante otras calamidades: ¿dónde dejar las guerras, el terrorismo, la intolerancia religiosa, el narcotráfico, el maltrato infantil, etc.?

El final de las historias es feliz porque sus personajes han aprendido las lecciones. El coronavirus nos brinda la posibilidad de mejorar, de ver las consecuencias de nuestros actos y enmendar nuestros errores. El encierro en casa nunca será pérdida de tiempo o causal de separación: en el encierro debemos llegar a conocernos y a los que viven bajo el mismo techo. La mascarilla no es excusa para no sonreír: lo podemos hacer con los ojos. La muerte de familiares y amigos nos debe llevar a valorar la vida, desde la concepción hasta las edades más avanzadas. La oración es necesaria: no solo el recitar Ave Marías y Padres Nuestros o enviar “cadenas” por las redes; oración es ir al encuentro con Dios, en la Eucaristía y en el prójimo: Me viste hambriento y me diste de comer. Tal vez no tenemos cómo darle de comer, pero un gesto de empatía y no empeorar su situación será suficiente.

En fin, si un organismo microscópico es capaz de poner al mundo en caos, imaginen cuánto podremos lograr siendo buenos y con la ayuda del Todopoderoso.  

viernes, 9 de abril de 2021

VIVIR EN MODO COVID, Sor Dolores Requejo OP, Misionera de Santo Domingo, Madrid

Vivimos tiempos difíciles, tenemos miedo, la enfermedad nos persigue…El paso de esta partícula microscópica por nuestro mundo, nuestras calles, nuestras comunidades, ha cambiado nuestro día a día, ha transformado nuestra vida.  Y con el paso de este virus diminuto, está pasando  Dios por nuestra vida. 

Las vivencias y consecuencias  han sido diferentes. Pienso que a nivel general cundió, cunde, el pánico. El miedo al contagio atenazaba… Con cada prórroga del estado de alarma aumentaba la tensión, el estrés, el deseo de liberación de las cuatro paredes…  

Y… ¡varios meses llevamos viviendo “en modo COVID!”: mantener distancias, mucha  higiene personal, lavado frecuente de manos, elaborar protocolos y medidas de seguridad. La idea de volver a la vida que llevábamos “antes de la pandemia” se torna hasta peligrosa…Evitar encuentros sociales es vital para impedir contagios.  

En este tiempo de “gran tribulación” en cada una de nosotras surgen pensamientos, reflexiones y consideraciones en el torbellino de alternancias de estados de ánimo, que se manifiestan de modos extremos: hermanas muy conscientes de lo que está sucediendo  y otras que no le dan  la importancia que realmente tiene. El miedo y la confianza conviven, tratando de equilibrarse… 

La proliferación de  noticias, bulos, opiniones… aumentan el miedo al contagio, a morir en soledad, a perder un ser querido, a las secuelas, a la incertidumbre sobre el desarrollo del curso académico que afecta a colegios, residencias. Inquietud por tanto paro como se está generando, familias sin recursos. 

Pero siempre con una ventana abierta a la esperanza. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos muchas veces la expresión ¡No temas!: No temas, porque yo estoy contigo (Is 41,10); Sabed cuál ha sido la esperanza a la que habéis sido llamados (Ef 1, 18); No tengáis miedo y Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, nos dice Jesús. 

Este coronavirus que  nos ha “encerrado” en nuestras casas, al mismo tiempo ha abierto nuestras ventanas, nuestros balcones cada tarde, para compartir con nuestros vecinos y ser agradecidas con los  que ofrecen sus vidas para que otros vivan. Nos llevó a la  confección de mascarillas que escaseaban en los primeros  tiempos.   

Nos ha confinado  y nos ha aconsejado en todo momento “quédate en casa”, y al mismo tiempo ha abierto nuestras pantallas, nuestros ordenadores, nuestros corazones, a un mundo sin fronteras, nos ha permitido salir de nosotras, de nuestros egoísmos, individualismos, y estar pendientes del dolor y el sufrimiento de nuestra sociedad. El proceso  entre nosotras va desde “todo va bien” hasta miembros infectados, una difunta… Se da aquí un nivel más profundo, que tiene que ver con la presencia de Dios en medio de las pruebas.  En el dolor de la pérdida y en las dificultades que derivan de esta situación, sentimos la paz y el consuelo que nos sostienen.  

La gran fragilidad que estamos experimentando nos hace más cercanas entre nosotras y con los que, cada día, están más aislados y son más vulnerables. Tal vez nunca como ahora nos hemos sentido parte de una realidad más amplia que nosotras mismas y nuestras propias comunidades. 

El impacto de la pandemia sobre nuestra vida personal, social y económica es evidente. Y nos sentimos empujadas a cambiar el estilo de vida. Hemos  hecho reajustes en el plan contable, más austeridad en la vida personal y comunitaria…, creación de un fondo solidario para ayudas pos Covid 

Es importante mantener esperanza  en cada persona y en cada comunidad para vivir este tiempo de reorganización, pues cómo vivamos ahora nos va a cambiar la forma de mirar, de sentir y de actuar. La situación debe ayudarnos a centrarnos  en lo principal y no vivir en lo accesorio.  

En el ritmo de nuestro día a día es normal que cada una de nosotras siga escrupulosamente con delicadeza y disciplina las normas sanitarias para evitar la difusión del contagio y acoja con generosidad los pequeños sacrificios exigidos.  Es igualmente normal que nos volvamos a Dios orando por los enfermos, por quienes les asisten, por los muchos difuntos, por los investigadores ocupados en la búsqueda de una vacuna, por cuantos se hallan en situación de indigencia a causa de la crisis económica. 

En esto estamos. Confiadas en su ayuda… Me parecen inspiradoras, para finalizar, unas reflexiones del Papa comentando el episodio de los discípulos de Emaús. Viene a decir que iniciaron el viaje de ida con miedo y desconfianza. el Señor camina a su lado, pero ellos no lo reconocen. En el camino de vuelta reina la alegría y la urgencia para llevar a los demás la buena noticia de encuentro con el Resucitado. Este cambio de ritmo les sucedió encontrando a Jesús: los dos de Emaús, primero le abren su corazón; luego le escuchan y después le invitan a casa. 

Tres pasos que nosotros también podemos realizar: abrir nuestros corazones a Jesús, confiándole las cargas, las dificultades, las decepciones de la vida; escuchar a Jesús; y rezar a Jesús, con las mismas palabras que aquellos discípulos: Señor, quédate con nosotros. Nos sentimos en camino, como los discípulos, abiertas  a lo que el Señor quiera mostrarnos. Él, como a ellos, escucha pacientemente nuestros interrogantes sobre el sentido de lo que sucede. ¡Y estará con nosotras hasta el final de la historia!

martes, 6 de abril de 2021

ENTRE EL MIEDO Y LA ESPERANZA, CONFIANZA, Fr. Antonio de la Huerta Burgos, OP

Cuando entablaba conversación con algún sanitario, la impresión que sacaba era de que estaban cansados, asustados, agobiados, abatidos, atemorizados, desorientados porque no sabían cómo actuar contra el virus, y que sobre todo se sentían enviados a la guerra sin conocer al enemigo, sin armas y sin el equipo necesario. Era frecuente ver a los sanitarios por los pasillos con bolsas de basura protegiéndose los pies y la cabeza; y mucha imaginación, fabricaban batas protectoras, las mascarillas eran un lujo.  

Eran imágenes surrealistas, tercermundistas pero reales, auténticas, verdaderas. Mediado el mes de abril comenzó a llegar el tan necesario material sanitario: guantes, mascarillas, batas, hidrogeles, “EPIS” … y, en mayo y junio casi casi llegó la normalidad. Pero en septiembre y en octubre ha salido el “bicho” a pasear, y a día de hoy, 31 de octubre, el virus anda desbocado y haciendo estragos por todo el territorio nacional y europeo. 

Raro es el día que, al cruzarme por la calle con vecinos, conocidos del barrio, feligreses de la parroquia no me pregunten, «¡Hola Padre Antonio!, ¿cómo está?, ¿cómo le va por el hospital?, pues bien, para no ofender a Dios. ¿Cómo se está portando el “bicho” en el hospital?, pues haciendo de las suyas a veces. Tenga cuidado, cuídese, muchas gracias ¿No tiene miedo al virus estando todo el día en el hospital?» A esta pregunta contesto seguidamente. 

Entre el MIEDO… ¿Qué es el miedo? Es la alteración del ánimo que produce angustia ante un peligro o un eventual perjuicio, ya sea producto de la imaginación o propio de la realidad. Partiendo de esta definición de miedo, digo que, en lo personal, cuando me llamaban solicitando los servicios religiosos para un COVID me corría un escalofrío por todo el cuerpo, los pelos se me erizaban y surgían en mí infinidad de preguntas, que lejos de tranquilizarme me llenaban de ansiedad. Tengo que decir, alto y claro, que como no podía ser de otra manera, siempre han puesto a mi servicio el material suficiente y necesario para protegerme del “bicho”. Desde aquí envío mis gracias a la Dirección y a los servicios sanitarios que me ayudan en cada momento. 

Tuve miedo y sigo teniéndolo a la inacción, negligencia, incompetencia, ineptitud y a veces ignorancia de nuestros políticos y gobernantes. Recuerden que desde el 14 de marzo y hasta el final del confinamiento todos los días y a la misma hora, desde los balcones y terrazas nos aplaudían como a héroes. Que sepa esta gente que nos aplaudían y nuestros políticos, que fuimos héroes a la fuerza, y que más que héroes hemos sido víctimas, y que no queremos ser héroes sino servidores de los enfermos. 

Tuve miedo y sigo teniéndolo, a esas personas, sean jóvenes o adultas, que irresponsablemente se saltan, a la torera, los protocolos que dicta Sanidad convirtiéndose en multiplicadores del virus. En la actualidad tengo más miedo al virus estando por la calle que estando en el hospital. En la calle solo tengo la mascarilla, en el hospital tengo el material necesario para mi protección. 

… Y la ESPERANZA… La esperanza es el estado de ánimo en el cual se cree que aquello que uno desea o pretende es posible obtenerlo. Me refiero a la esperanza como acto humano, no a la virtud teologal. Desde este punto de vista espero, quiero, deseo, exhorto…  

A los sanitarios, que sigan siendo ejemplo para la sociedad de profesionalidad, entrega, dedicación; a la población en general que sea responsable, que comprenda que no estamos jugando al escondite con el virus; a los políticos y gobernantes regionales y nacionales, que trabajen por construir puentes que faciliten el encuentro, el entendimiento y la colaboración de todos y en favor de todos, porque lo que está en juego no es la vida o muerte de  unos partidos políticos, sino la vida y la muerte de cientos de miles de personas. 

…LA CONFIANZA. Y la confianza es seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro individuo o de algo. Pero para eso se necesita fe. Fe en ese “otro individuo”, que en nuestro caso es Dios.  

Leyendo las páginas de la Biblia nos encontramos con un grupo social conocido con el nombre de “Anawín”. Estos eran los marginados, olvidados por la Ley y la autoridad religiosa, solo tenían como patrimonio la Fe, la Esperanza y la Confianza en Dios-Yahvé, que promete y cumple.  

Querido lector, durante estos ocho meses de pandemia ¡cuántos infectados Covid!; ¡Cuántos aislados-hospitalizados sin el consuelo de una caricia familiar y sin asistencia espiritual!; ¡Cuántos familiares no han podido despedirse de sus deudos!; ¡Cuántos sanitarios están sufriendo las consecuencias psicológicas de asistir a pacientes que no encontraban al día siguiente! Se cuentan por miles y miles. Y a los que han vencido al virus, ¿quién les asegura que no sufrirán efectos secundarios? Estos son los “Anawín” de nuestro tiempo reciente. Algunos de ellos o muchos, eran hombres y mujeres de mucha Fe, y Confianza en Dios nuestro Señor. Otros quizás con poca o ninguna fe en Dios, pero no dudo de que eran o son buen@s hij@s, buen@s espos@s, buen@s padres - madres. 

Como sacerdote, y desde la pastoral de la salud en este hospital, imploro del amor, de la misericordia y de la compasión de Dios, el consuelo, la fortaleza, la salud… para los que han superado el coronavirus; y para los que han partido al encuentro del Padre-Dios, que los reciba, los acoja y les dé   el descanso eterno cabe Él, “porque estar contigo es con mucho lo mejor”. (Filipenses 1,23)

SOÑAR ES RECHAZAR LA REALIDAD NEGATIVA, Fr. Abilio Vicente OP

El miedo es parte de nuestra realidad humana. Siempre tenemos miedo de algo o de alguien. Así vivimos, controlándolo, porque si no, puede llegar a paralizarnos. 

La actual pandemia del Covid-19 es hoy una de las causas más fuertes del miedo. Muchas personas viven muy angustiadas: tienen miedo a enfermar, a que enferme algún ser querido; a que ese familiar o amigo enfermo, muera; a perder el trabajo, a no poder continuar los estudios, a no graduarse, a no poder ir de vacaciones, a no salir a divertirse por la noche con los amigos, a estar confinado en la casa. Los ancianos tienen miedo por ser ancianos y ser más vulnerable a la pandemia, pero también lo tiene el joven, el rico, el pobre, las mujeres y los hombres. El miedo lo ha invadido todo: nos desconcierta, nos desorienta, nos ha hecho cambiar tantas cosas, tantos hábitos, tantas rutinas. 

¿Qué hacer? ¿cómo puedo enfrentar el miedo? Únicamente esperar a que todo esto pase, como han pasado otras pestes en la historia. Solamente esperar a que se encuentren las vacunas eficaces, que nos inmunicen frente a este virus. Y si la pandemia no pasa, o tarda mucho en pasar, o no se descubren vacunas eficaces, o si se encuentran, y tardan mucho en llegar o no son accesibles para todos, ¿qué hacer entonces, ¿dónde podremos apoyarnos? ¿Se puede vivir el miedo sin esperanza? 

El fervor religioso no ha aumentado entre la gente, no se ha observado mayor afluencia de personas a las iglesias en ninguna parte del país. Aquellas grandes aglomeraciones penitenciales, implorando la ayuda del cielo, en medio de las peste o desgracias nacionales, de que se nos habla en la historia, no han vuelto a darse en estos días. 

Hay que decir, que no hay que desesperarse, por mucho que nos aceche el peligro, que lo tenemos escondido a nuestro lado, y que puede activarse en cualquier momento. Hay que despertar las ganas de vivir, porque la vida puede ser bella; disfrutemos cada cosa, cada instante, lo que hacemos, lo que vemos, lo que leemos, los encuentros con las personas con las que nos relacionamos, la vida de familia. Pero si nos llega  a tocar el Covid-19, ¿no se nos derrumbará todo esto y caeremos en el desánimo, en la desesperanza, nos angustiaremos, como personas que no tienen una esperanza firme? 

Hay que soñar, se nos dice también: soñar otra realidad, posible y distinta a la actual: que la pandemia pasó y hemos vuelto a la normalidad. Soñar es rechazar, anímicamente, la realidad negativa que estamos viviendo; es el anuncio de un mundo distinto, es la fuerza para seguir viviendo, el principio de donde puede brotar la esperanza, es comenzar a tocar el cielo. 

 “Quiero vivir, no quiero morir, ni quiero que muera nadie de los míos. Pero tampoco tengo fe para aguantar este miedo”, decía una persona. ¿Los creyentes tienen miedo? Sí, pero intentan   vivirlo con esperanza. ¿Los creyentes  sufren con las desgracias? Sí, pero de distinto modo que los no creyentes: un acontecimiento sucedido, no hace mucho tiempo, puede ayudar a comprender lo que se está diciendo. Un matrimonio feliz, con un único hijo, que estaba finalizando la Universidad, se encargaría de la empresa familiar y llevaría adelante la modernización de la misma: en él estaban puestos los sueños de la familia. Pero, en un viaje sufre un accidente y muere de forma muy dramática.  

Todo esto produce un gran dolor en la familia. Los padres vuelven a quedarse solos, se han cortado violentamente sus sueños. Una persona muy cercana a esta familia se encuentra muy afectada por lo que ha sucedido a sus grandes amigos: tengo que ir a visitarlos inmediatamente, pero cómo les hablo, qué les digo, cómo puedo consolarlos, animarlos en estos momentos de tanto dolor 

Y de tantas lágrimas llegué aturdido, sollozante, sin poder articular palabra. Gran sorpresa mía: los encontré serenos, y fueron ellos los que tuvieron que consolarme a mí, animarme, tranquilizarme. Ellos eran creyentes, yo no soy creyente. Por eso envidio a los cristianos, ellos tienen a donde agarrarse, para no hundirse cuando viven situaciones difíciles, yo no tengo dónde afirmarme. Si a mí me acontece algo semejante, no sé cómo reaccionaría: ¿suicidándome, drogándome, bebiendo continuamente, desesperándome, viviendo amargado, y sin ilusión o alegría? 

El creyente sabe que Dios está de su parte. A él también le puede afectar el mal, y no puede desesperarse ante su presencia en su vida o en la vida  de alguno de los suyos: sabe que tiene que aceptar, con serenidad, que el mal existe y lo está afectando, aquí y ahora, a él alguno de los suyos. Quizás hoy no entienda por qué y para qué Dios ha permitido que ese mal (hoy el coronavirus) ha llegado a su vida; en el futuro, aquí o, un día, en el más allá, lo entenderá. El creyente sabe que de esto vamos a salir: Dios nos va a ayudar, no nos va a dejar solos. Un verdadero  padre nunca abandona a sus hijos. Dios, no sabemos de qué modo, nos va a librar de esta peste. 

El cristiano no olvida aquello de que: “Nadie es probado más allá de sus posibilidades, de sus fuerzas”, tiene la certeza de que saldrá airoso de esta prueba. Tampoco  puede olvidar que “en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman”. Por eso el cristiano puede vivir estos momentos con esperanza.