miércoles, 21 de febrero de 2018

NO SOMOS LOS DUEÑOS DE LA VIÑA, SÓLO SUS LABRADORES (CHILE), por Sor Marta García Gómez OP. Misioneras de Santo Domingo

Desde que me propusieron escribir este artículo, han estado rondando diferentes ideas en mi cabeza, el concepto transversal seleccionado para este número de AMANECER fue inspirador, junto con el Evangelio de este pasado domingo vigésimo séptimo del tiempo ordinario, con su clara llamada a no hacernos los dueños de la viña, pues tan sólo somos labradores al cuidado de ella. La cosecha no nos pertenece, esa le pertenece sólo a Dios que quiere que los frutos sean repartidos entre todos sus hijos sin distinción ninguna. Voy a explicar cómo enlazo todo con la misión de Chillán, en la región de Biobío Chile (400 km. al sur de Santiago), que es donde vivo.

La Orden de Predicadores ha contado en su seno con la presencia de frailes, hermanas de vida activa y contemplativa, y laicos desde mucho antes que se comenzara a hablar de la “misión compartida”. A la cual hemos llegado, gracias al empuje de la historia que nos lleva a descubrir que los caminos de Dios son sorprendentes, y que de una crisis es capaz de suscitar las mejores respuestas.

Y ciertamente, la disminución del número de frailes y hermanas, hizo que los laicos entraran con toda su fuerza, hizo que todos descubriéramos y comprendiéramos que hay que compartir toda labor; porque, además, en muchos ámbitos los laicos nos enseñan. Ciertamente, no es cuestión de comparar, sino de trabajar en familia, de predicar en familia, que es lo que se gestó en el corazón de Domingo. Y esto se vive en todo su esplendor en la comunidad dominicana de Chillán, a la cual me siento muy feliz de pertenecer.

En torno a la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, vive una comunidad de frailes y otra de hermanas, más los numerosos grupos de laicos que pertenecen a ella. Casi que no estaría bien decir una comunidad “de” y otra “de”, porque todos tenemos plena conciencia de formar una sola comunidad. Y si somos una comunidad, pues todo se comparte, la vida y la misión.

Nuestra misión como la de cualquier parroquia en cualquier lugar del mundo, pasa por el desarrollo de la parte litúrgica y sacramental. Hay grupos de catequesis de primera comunión para niños y padres, de confirmación para jóvenes y adultos, grupos para compartir la palabra, talleres de señoras, grupos de adulto mayor (tercera edad), grupos del rosario, de la Legión de María, comunidades de base… y todos trabajamos en esta viña parroquial que está divida en capillas, en concreto, cuatro urbanas y tres rurales.

Para aquellos a los que les suene nuevo, una parroquia abarca sectores territoriales extensos, por lo que cada sector se subdivide en pequeñas comunidades, pequeñas parroquias, que tienen como centro la capilla. Decimos pequeñas porque son divisiones de la parroquia, pero de pequeñas algunas no tienen nada.

Además, contamos con un comedor solidario donde grupos de voluntarios sirven el almuerzo para hermanos en situación de calle de lunes a sábado, y un policlínico que presta servicios de medicina general y especialidades para aquellos que tienen menos recursos. Y un centro de estudios teológicos, porque del conocimiento de la Palabra y de la oración de la misma nace la predicación, somos dominicos.

Es evidente que toda esta actividad sería imposible que la realizara un grupito de frailes, o de frailes y hermanas. Todos somos necesarios, cada uno desde lo que pueda aportar, cada uno con sus dones, pero todos unidos por una misma vocación de servicio que nace de nuestro reconocimiento del otro como nuestro hermano.

Esto es lo “estructural”, pero lo “vivencial” es lo mejor. El problema es que no hay palabras para compartir las numerosas historias vividas, los gestos, las miradas encontradas, las alegrías y las penas compartidas: VIDAS. Ésa es la tierra sagrada del hermano a la que llegamos para regalarle la Palabra de Dios de muchas formas, y este hermano, que tiene numerosas caras y nombres, nos regala su confianza, acogida, cariño, de modo que el enriquecimiento es mutuo. Somos bienaventurados no sólo por poder compartir y vivir en familia el don de la Orden de Predicadores a la cual de una forma u otra todos pertenecemos, sino también bienaventurados porque entramos en su casa, en la tierra sagrada que es el corazón del otro donde habita el Dios de la vida.

Como decía al inicio, aquí no vale que nadie se haga el dueño de la viña, porque entonces no llegaríamos nunca al vino del amor que alegra el corazón del hombre. Todos predicamos en familia, unos cocinando, otros en una consulta, otros acompañando a personas mayores, a niños, a jóvenes… la unidad de la comunidad es la primera predicación. Y ésta se muestra en cada una de las acciones que los miembros de la misma desempeñan.

Una de ellas por citar alguna, es la “Cena para el Hermano” en Navidad. En el pórtico de nuestra parroquia se sirve la cena de Navidad para los mismos que a diario comen en el comedor. Un grupo se encarga de vender las entradas a personas que no irán a cenar porque no lo necesitan, pero que la compran para que otro vaya. Otros, cocinan, ponen unas mesas dignas del mejor restaurante, otros sirven, van a comprar alimentos, y ese largo etcétera que requiere una cena navideña para una familia de más de setenta personas.

Sin la presencia de unos u otros la experiencia de comunidad no sería completa para el resto. Nos complementamos, nos ayudamos y nos enriquecemos mutuamente. La sola vida de cada uno de los miembros es para los demás, la presencia de Dios en la comunidad.

No quiero dar a entender que sea maravilloso y todo perfecto. Lo es, pero con las debilidades humanas incluidas. Nuestros fallos, los mismos que en cualquier otro lugar, tan humanos y hermanos como en todas partes.

No había forma de apagar las 800 velas, que formaban el número 800 en el suelo, cuando celebramos nuestro jubileo dominicano, como tampoco habrá viento que apague la antorcha de aquel cachorro que la Beata Juana soñó que prendía al mundo, y que hoy seguimos portando. Y que de formas, las cuales quizás ahora no podemos ver ni imaginar, seguirá ardiendo si sabemos, y si dejamos, que nos vaya susurrando el Espíritu al oído. A todos los que a lo largo de 800 años lo hicieron posible, ¡¡GRACIAS!! Bienaventurados, felices, nosotros que compartimos esta misión. BIENAVENTURADOS.

jueves, 8 de febrero de 2018

UNA EXPERIENCIA CONTAGIOSA: LAICOS DOMINICOS Y LAS NUEVAS ARMAS DE LA EVANGELIZACIÓN (VALLADOLID), Carlos Malillos


Carlos Malillos (1º drcha.) con antiguos alumnos
Corría el año de 1973, cuando la actividad docente me llevó un buen día a ser profesor de Física y Química y de Matemáticas en el colegio dominicano de Arcas Reales de Valladolid. Por aquel entonces, el edificio de Fisac albergaba únicamente a alumnos pertenecientes a la Escuela Apostólica, con lo que mi labor se concretaba en impartir las asignaturas citadas.

Con el transcurso de los años, el número de aspirantes al noviciado fue en regresión, a la vez que se incrementaba el número de alumnos externos. Fue entonces, cuando los profesores seglares fuimos incorporándonos al hacer apostólico y cuando, en concreto, a mí me designaron Responsable de la Comisión de Solidaridad. De aquella época recuerdo las innovadoras campañas de materiales reciclables: varias de papel y una de vidrio, que abarcó a toda la ciudad de Valladolid y en la que recogimos una ingente cantidad de este material, que supuso 700.000 pesetas de la época, todo un dineral que entregamos a "Manos Unidas" para un proyecto solidario.

Para proyectos solidarios de esta misma ONGD era también el dinero recaudado en las famosas "Cenas Dominicanas del Hambre", en las que, con la colaboración de padres, profesores, alumnos y AMPA, elaborábamos una considerable cantidad de tortillas que, convenientemente transformadas en suculentos bocadillos, se vendían a un precio muy razonable, con la sana intención de degustarlos tras un acto litúrgico que celebrábamos en la capilla del colegio.

En nuestro intento de educar a nuestros alumnos en sentimientos de solidaridad, pusimos en práctica la recogida de alimentos no perecederos, en días próximos a la Navidad, que entregábamos al Banco de Alimentos. Durante varios años, fuimos el colegio de Valladolid que más kilos de comida entregó, con un voluntariado que no alcanzaba los 500 alumnos. Todas estas colectas se siguen realizando en la actualidad, con ligeras modificaciones, y con notable éxito.

Otra de las tareas en las que me vi involucrado fue en la de colaborador de la revista "Dominicos". Quizás fuera este hecho el que marcara el inicio de mi vocación literaria, aparentemente tan alejada de mi tarea de profesor de Ciencias.

Tras cuarenta años de estancia en el colegio, llegó el momento de mi jubilación, que no supuso alejarme definitivamente de mi lugar de trabajo ni de mi contacto con la Orden, antes bien, me integré en la misma a través de la Fraternidad de Laicos existente en mi ciudad. Como dije en el día de mi despedida como docente, el roce hace el cariño y el contacto con dominicos durante tantos años, ha hecho que me haya convertido en uno de ellos.

Desde la Fraternidad intento seguir siendo fiel al carisma dominicano, participando en reuniones con mis hermanos, en donde el estudio, la oración y la predicación son los pilares sobre los que intentamos sustentar nuestra vida espiritual.

Dado el continuo descenso de vocaciones en monjas, hermanas y frailes, no resulta aventurado predecir que la cuarta rama de la Orden, la de los laicos, está llamada a convertirse, por número y por deslocalización, en la que, potencialmente, puede hacer llegar a más personas la Buena Noticia. En tiempos de nuestro padre Santo Domingo, se predicaba por calles y plazas; en siglos posteriores, desde el púlpito; pero en la actualidad, los medios de comunicación, tanto impresos como digitales, y sobre todo estos últimos, parecen los más idóneos y los que mayor poder de penetración tienen en una sociedad que se declara, en su mayoría, agnóstica, y que huye de todo aquello que proceda de fuentes clericales.

Carlos Malillos firmando una de sus obras
Esto me ha llevado a experimentar con un tipo de apostolado nada original, pero sí bastante diferente a lo que se suele hacer. Poco a poco he ido compaginando vocación literaria y predicación. Teniendo en cuenta que en la juventud se encuentra el futuro, he escrito hasta el momento tres novelas, especialmente diseñadas para los más jóvenes y que son escogidas por colegios e institutos dentro del “Plan para el Fomento de la Lectura”. En aquellos centros escolares en donde las eligen, doy una charla y converso con los alumnos sobre las características de mis escritos, que, como cabe suponer, contienen enseñanzas de marcado carácter moral y dominicano.

También tengo mi propio blog literario: [ENLACE] en el que publico, jueves y domingos, temas de actualidad relacionados con la literatura, la cinematografía, opiniones periodísticas etc. en lo que yo he dado en llamar "blog de gentiles", de carácter no explícitamente cristiano, pero en donde, sutilmente, se deslizan enseñanzas moralizantes que son leídas por todo tipo de personas, sin tener en cuenta su credo o religión.
Seguramente, estas dos formas de predicación son desconocidas, no solo fuera de España, sino en mi propio país. Agradezco a la revista "Amanecer", la oportunidad que me da de publicitarlas y me pongo a vuestra disposición por si desearais que os visitara con alguna de mis publicaciones. Sería la forma más patente de poner en práctica nuestra "misión compartida".

También me podéis encontrar en Facebook, lugar desde el que contacto con personas de los cinco continentes y desde donde os ofrezco también mi amistad.

La familia dominicana con la que sueño, no entiende de fronteras. Únicamente unidos bajo un mismo carisma, nuestra acción apostólica puede resultar más eficaz si previamente nos conocemos y sabemos los diversos y personales modos de predicación, con los que intentamos extender el reino del Señor.

Él y nuestro Padre Santo Domingo velarán para que así sea.
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Carlos Malillos Rodríguez OP. Profesor jubilado del colegio de Arcas Reales