viernes, 18 de diciembre de 2020

REALIDAD ONDULANTE Y MURO DE ALFOMBRA, Fr. Pedro Juan Alonso OP

Estamos viviendo una realidad ondulante con esta pandemia que se va y vuelve y AMANECER  no quiere estar ajena a ella, pues nos ha colocado delante del miedo y la esperanza. AMANECER se ha visto amenazada también y el número correspondiente “su tiempo fuerte” no ha podido ser publicado. El Covid 19 nos ha expuesto más visiblemente ante la realidad de la muerte, avivando el miedo y la confianza; nos ha recordado que somos miedosos, marcados y definidos por el miedo y, también que sigue habiendo una forma de vivir ese miedo con confianza. Las imágenes del miedo como muro que no nos deja ver el futuro, ni entrever cómo será el mañana es la contrapuesta a la de la confianza como alfombra que nos abre camino, a pesar de las dificultades. Si el miedo es algo propio de nuestro ser, la esperanza también está enraizada en nosotros y nos abre a ideales que hacen nuestra vida más bella y digna (FT 55)

El miedo es una defensa con la que convivimos y seguimos adelante. No puede inhibirnos ni paralizarnos, produciendo regresiones o repliegues que obstaculicen nuestra creatividad y nuestro crecimiento tanto a nivel individual como colectivo. Se instala en nuestra sociedad a través de guerras, conflictos nucleares, desastres naturales, ocultismos y magias; situaciones económicas graves; cuando viene un extranjero y se coloca como vecino; cuando tenemos delante a otro diverso en religión, por su piel, su rostro, su cultura, su lengua.

A nivel particular, el miedo a la muerte, las enfermedades, las relaciones íntimas con el otro (sexualidad), el cáncer, el sida; miedos que provienen de las malas lecturas en ambientes eclesiales respecto al Dios que castiga y  se venga; miedo a la falta de trabajo, la pobreza, la vejez, la soledad, el sufrimiento, el fracaso, el desamor… ahora se nos añade este miedo colectivo y particular imprevisible del Covid 19. Ha venido para quedarse como algo nuevo que no sabemos qué es, pero que vemos como un gran riesgo. Aunque tenemos esperanza, está minada porque no ha tenido tiempo de consolidarse y colmar realmente nuestra espera. Ya no tenemos miedo a los fantasmas y demonios, la religión ya no es el coco, nos angustian las realidades, las carencias, los límites humanos y si tenemos que afrontarlos solos, más. Nuestras vidas están invadidas de un gran miedo a la soledad, aunque somos seres relacionales y las comunicaciones han avanzado desmesuradamente.

El verdadero miedo de la Iglesia y de la vida consagrada debiera de ser por las tensiones y conflictos que implica ser fieles al evangelio. Pero no, tenemos  miedo a lo nuevo, a renovar, al diálogo porque lo vemos como una amenaza y no como un don; a las catástrofes que anuncian los profetas agoreros y al pesimismo que destilan algunos de sus miembros; a usar la parresía evangélica y diferir, sin quedar descartados y reducidos; a la creatividad teológica, las reformas litúrgicas, los lenguajes atrasados que no comunican ni ayudan a celebrar nada; a las comunicaciones entre los miembros y los responsables pastorales, las comunicaciones tendenciosas sacadas de contexto, las comunicaciones al servicio de la autoridad usadas para apoyar a un grupo o espiritualidad; a defender los derechos humanos, que en el fondo es miedo a hacer lo que hacía Jesús: acoger a los pecadores con  misericordia y compasión, reconciliar y no juzgar ni condenar, miedo que a los discípulos les tira por tierra, hasta que el contacto con Jesús les levanta e incorpora a la vida. Pero no se es más fiel al evangelio ni se le garantiza mejor conservando el pasado sin más, sin plantearnos nada y siguiendo en la comodidad y la rutina. El miedo nos lleva a armonizaciones y vidas cómodas e insensibles.

¿Se puede superar el miedo? Un par de apuntes del A y NT. Ex 14 es un paradigma de superación del miedo. Israel perseguido por el ejército del faraón nada más salir liberado, se encuentra atrapado entre el mar y el enemigo. Sólo le queda la muerte o la vuelta a la esclavitud, siente su debilidad total porque a su lado todos son enemigos: el desierto, los egipcios, el mar, .... En esas circunstancias, preso del miedo y el pánico murmura contra Moisés y Yahvé, hasta que éste interviene, destruyendo el ejército enemigo y salvándole nuevamente en el mar, llevándole a una relación de fe y temor en él.

Israel que tiene total confianza en la victoria no ha aprendido a fiarse de Dios, pues el miedo le pone en crisis y le lleva a la vieja mentalidad de esclavo, necesitando la ulterior liberación de Yahvé. Israel tiene que hacer la experiencia de saber quién es realmente el que vence.

El miedo no le sirve al pueblo para su supervivencia, sino que le provoca la manifestación exagerada de lo irracional, cuando Yahvé le acababa de sacar de Egipto, de la esclavitud. Para sobrevivir, Israel necesita superar el miedo, que es expresión de que quiere vivir, pero su fragilidad es grande. Siente su vida amenazada por la muerte constante. Para superarlo debe abrirse a la vida, que es más fuerte que la muerte y Yahvé se la ofrece si se fía de él. Fiándose de él, el miedo no le disgregará, ni será para él un destructor, sino que Dios interviene y  le hace capaz de reconocerle y alabarle.

Con miedo no dice más que insensateces: que Yahvé es malo, que les ha hecho salir para esto. Israel pierde la conciencia de sí mismo y de su relación con Dios. Sus palabras negativas son la pérdida del contacto con Dios y con la realidad verdadera y es curioso, pero sólo siente el contacto del enemigo, de Egipto, que le ha tenido esclavo, teniendo nostalgia de él de manera obsesiva, repite que prefiere la esclavitud a entrar en la novedad que Yahvé le ofrece, quiere volver a servir al faraón. Es el efecto típico del miedo, que hace centrarse a quien lo tiene o padece en el objeto que lo produce, absolutizándole. Dios ahora, inmerso en el miedo es algo negativo, sin fuerza, sin potencia, injusto. La culpa la tiene también su enviado, Moisés, al que le pone de vuelta y media. Es el segundo efecto del miedo: acusar al otro, y no asumir responsabilidades.

Israel no se da cuenta de que a quien se quiere acercar, a Egipto, es quien les está provocando el miedo. Ha perdido el contacto con la realidad y por miedo a morir se echa en los brazos de la muerte, quiere hacer alianza con la muerte: ¿no te decíamos que nos dejaras tranquilos, sirviendo a los egipcios?, - dice.

Cuando se abre el mar y traga al faraón y su ejército, Israel tiene una nueva conciencia de Dios y una nueva actitud de fe. Israel ha pasado del miedo al temor porque ha reconocido a Dios como el Señor que da la vida y vence definitivamente la muerte. Israel recobra el habla, pero para alabar a Dios. Superando el miedo Dios nos restituye nuestra dimensión de creyentes, de hijos de Dios.

Si miramos al evangelio, entendemos que Jesús ha venido a quitarnos el miedo a la muerte y a todo tipo de esclavitudes que nos tienen presa la vida (Hb 2, 14). Él ya ha roto las cadenas de nuestras culpabilidades y sufrimientos, probándolas en su vida, identificándose con nosotros  para que no nos maten ni nos dejen sin libertad ni creatividad.

La pandemia nos pide como tarea, luchar contra el miedo y la angustia, abriendo a la esperanza a quienes viven en ellas; abrir horizontes a las vidas  que están sumidas en un cielo oscuro y cerrado; dar futuro a quien siente opresión por el pasado. Estas tareas no son ajenas a nadie, pues compartimos angustias y fatigas y, por supuesto, nunca debemos caer en la tentación de sacar partido del miedo para imponer ideas, usándolo como medio de obligar a los demás a convivir con él, malformando su conciencia.

El miedo tiene que ayudarnos a madurar la fe, como sucede en el relato de la tempestad calmada (Mt 14, 22s). Aprender a caminar sobre las aguas es la actitud del creyente hoy, a pesar de la falta de credibilidad de la iglesia. La sensación de parecer que estamos perdiendo la fe es señal de que se está purificando, que nos estamos acercando más a Jesús, como Pedro, que caminando hacia Jesús por las aguas está expresando su confianza en él y no en sus razones, dogmas, argumentos y definiciones.

Cuando Jesús le dice a Pedro como a nosotros ¿por qué has dudado?, no sabemos qué responder: si las hondas convicciones se han desvanecido y comienzan a tambalearse; si la superficialidad de la vida y el culto secreto a los ídolos nos ha despistado y metido en la crisis de la indiferencia; si es duro abandonarse al misterio y abandonar la razón poderosa que se quiere adueñar de nosotros; si compatibilizamos la novedad de Jesús con los antiguos ritos. Como le demuestra Jesús a Pedro en el relato de la pesca milagrosa (Lc 5) quitándole el miedo a ser discípulo pecador, le importa sobre todo que nos reconozcamos pecadores y formemos parte de su proyecto, de ser pescadores de hombres.

AMANECER quiere homenajear a todos los que ha superado el miedo a la muerte en todo el mundo y de una manera muy especial a nuestros hermanos de la provincia que pasean por la alfombra del cielo: Frays Eusebio Martínez, Antonio Gutiérrez, Ticiano Vara, José Montero, Roberto García y Edixandro Morán.

En este número de AMANECER, recorreremos cómo estamos viviendo la pandemia en los lugares donde está nuestra provincia dominicana del Rosario y, además del proyecto social con el que vamos a colaborar dedicado a un proyecto educativo de la misión de Timor, incorporamos como novedad un relato de vocación de un hermano de la Provincia: fr. José Gabriel Shunsuke, estudiante japonés de teología, en Macao.