sábado, 5 de febrero de 2022

EL PELIGRO DE CAER EN LA GRACIA BARATA, Ángel Medina

 

Voy a intentar contar de una manera escueta y yendo a lo fundamental lo que ha supuesto para mí la predicación. Lo primero es dejar claro que aquí me refiero a predicar, no a otro tipo de charlas o formaciones, las cuales requieren de unos métodos y preparación diferentes. Para comenzar diré que al principio yo estaba alejado de la Iglesia, no por nada en especial, sino porque a mí alrededor no se prodigaba esto mucho.

Tuve una gran conversión por el año 2000, leyendo la biblia, concretamente estas palabras: Evangelio de San Juan 14, 6. Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al padre sino por mí. Estas palabras resonaron dentro de mí con tal fuerza que no lo puedo describir, solo sé que de repente necesitaba profundizar más en las cosas de Dios, a volver a misa, necesitar la eucaristía, los sacramentos, y escuchar la Palabra con nuevos oídos.

Y en esos momentos de cambio interior tan profundos, la predicación iba a jugar un papel fundamental, ya que esta fue poniendo palabras a lo que yo estaba viviendo. En esa búsqueda tuve la suerte de entrar en un grupo de la renovación carismática donde un padre dominico centraba su predicación en la humanidad de Jesucristo y la gratuidad de la salvación.  Esa predicación de Jesucristo hombre, cercano, cariñoso y sufriente que había muerto por mí, vibraba en la misma onda de lo que había experimentado “Jesús, camino, verdad y vida”.

Esta predicación se hacía en mí viva y eficaz, reafirmaba y confirmaba lo que estaba sintiendo, me hacía feliz, tenía sensación de plenitud, de haber encontrado el sentido a la vida, Jesucristo. Decía el obispo Balduino de Canterbury, refiriéndose a Cristo, como palabra, fuerza y sabiduría de Dios: “Esta palabra existe, por tanto, en el seno del Padre, en la predicación de quienes la proclaman y en el corazón de quienes la aceptan. Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas”.

Sin embargo, y por hacer un poco de contraste, también, recuerdo durante estos años haber escuchado alguna misa de la que salía verdaderamente mal, veía al cura como al jefe de zona, pegando la bronca a los empleados, siempre insatisfecho. Yo pensaba, pero con lo complicada que es ya de por si la vida con tantos agobios, como puede ser que vayas a misa a refrescarte del mundo y salgas igual o peor. Me daban ganas de no volver (pero resalto que esto fue algo anecdótico y aislado). Con esto no estoy diciendo que no haya que exhortar, amonestar ni guiar, ya que siempre está el peligro de caer en la gracia barata del todo vale. Pero es que una predicación donde Jesucristo no sea el centro se queda fofa, no dice nada, cansa. Al menos para mí. 

En el 800 aniversario de Santo Domingo, “predicador de la gracia”, pienso que la Iglesia debería volver a lo esencial, a esa predicación inspirada por el Espíritu Santo que siempre nos llevará a Jesucristo, camino, verdad y vida.

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