viernes, 12 de julio de 2019


La Provincia de Nuestra Señora del Rosario es una familia internacional, con una diversidad multicultural grande y, por tanto, con unos desafíos enormes. Extendida desde Japón a Venezuela, cuenta con presencias en 13 países y sus actividades, ministerios, edades y responsabilidades se multiplican y diversifican, dentro de la mejor posible unidad.



La familia es la célula de la sociedad, básicamente fundamentada en una alianza de dos personas que buscando la comunión y con firme y profunda determinación deciden vivir el uno para el otro, removiendo todo sentimiento egocentrista, adoptando una postura de pertenencia, comunión, servicio, generosidad y dando preferencia al bien del otro como fuente de satisfacción, fruto del amor de benevolencia. Los esposos se embarcan en una aventura de respeto, donde la diversidad y la pluralidad no ha de ser elemento de desunión sino vínculo de unidad y deseo constante para descubrir más y más quien es el otro, su psicología, historia, cualidades, defectos y, sobre todo, su pertenencia e identificación con el bien común del hogar que han formado y quieren construir juntos para que los hijos crezcan en ese ambiente de calor humano.



La comunidad Provincial es también así. Misteriosa y providencialmente hemos sido llamados a formar parte de esta gran familia divina y dominicana cuyo carisma fundamental es la predicación, la misión hacia los que aún no han oído el mensaje del evangelio o que, por múltiples causas y razones se ven inmersos en la sociedad contemporánea sorda.



El progresivo discernimiento durante los años de formación va desvelando poco a poco los grandes desafíos de la internacionalidad y pluralidad de culturas de los que eventualmente quieren y piden la profesión, pasando a formar parte de la familia de Sto. Domingo en la Provincia del Rosario. Ni edad, ni cultura, ni nacionalidad, ni condiciones sociales o familiares han de ser ni pueden ser un obstáculo para el compromiso con la unidad y la pertenencia que todos queremos y deseamos conseguir.



De ahí la importancia de la disposición radical y fundamental de todos y cada uno de los que llaman a nuestra puerta de aceptar y entender básica y fundamentalmente el carácter de lo que implica tener un mismo corazón, unos mismos ideales siendo conscientes de la diversidad y pluralidad de culturas, lenguas, formación y lazos familiares. Queremos seguir siendo lo que somos, pero con una nueva dimensión fundamental: juntos optamos por vivir como hermanos con un mismo corazón, unos mismos ideales y un ministerio idéntico abrazando y planificando actividades comunes con generosidad y amplitud de espíritu.



No se trata de suprimir sino de integrar, no queremos descalificar sino aunar esfuerzos y enriquecernos con todo lo bueno que hay y descubrimos en la diversidad de culturas, lenguas y psicologías. Redescubrir el carácter internacional y misionero de los frailes de la Provincia continúa siendo un desafío histórico. No podemos definirnos simplemente por nuestra condición, historia, temperamento, talentos, desarrollos y convicciones.



Hemos de comprender que el ¨yo¨ es inseparable del ¨tú¨ aunque yo no sea como tú, compartimos un mismo carisma, aceptamos la tarea de construir comunidad más allá de las fronteras de nuestra comunidad, para hacer de todos los hermanos la gran familia de comunión y fraternidad: la Orden, la Provincia. Esto no es posible sin ti, aún cuando como dice el adagio ¨ojos que no ven corazón que no siente¨. No podemos decir que no somos familia, dominicos y miembros de la Provincia del Rosario porque yo no veo a quienes sufren y trabajan en Venezuela donde todo falta en este momento, no podemos permanecer indiferente antes las necesidades de las nuevas presencias que estamos estableciendo en Myanmar, China, Corea, Timor del Este porque no he estado allí o porque los hermanos vivimos a 20.000 km. de distancia.



El sentido de pertenencia, comunión e integración va más allá de los límites geográficos y radica en la unidad de la familia a la que pertenecemos, hoy tan diversa de la realidad histórica que yo conocí cuando ingresé en la Provincia sin saberlo. Ha sido necesario que en el transcurso de la vida y el devenir de la historia fuera enamorándome progresivamente de lo que significa ser discípulo de Jesús y parte de una gran familia como la nuestra. Pero eso no me exime de la obligación de seguir reflexionando y discerniendo hacia dónde caminamos y cómo hemos de proceder para que todos seamos felices y disfrutemos del gran don de la unidad en el vínculo de la caridad.



Para construir vínculos de fraternidad y unidad todos los que hemos profesado hemos de esforzarnos por mantener respecto, comunión, pluralidad y evitar todo sentimiento de ingratitud que crea heridas y distancia; desechar todo sentimiento de culpabilidad o de resentimiento ya que en el proceso formación y de vivir juntos no han faltado ni faltarán situaciones difíciles y hasta incomprensiones que no han sido causadas a propósito pero que se han dado; insistir constantemente en lo positivo más que lo negativo sobre todo cuando la irritabilidad se apoya en temperamentos, heridas históricas y diversidad de convicciones que afloran en tantos sentimientos con tendencia a separarse de los demás; estamos comprometidos a un diálogo constructivo, fraterno y decisivo que no está en oposición con la virtud de la obediencia, centro de nuestra fraternidad y de disponibilidad para ser enviados donde seamos necesarios y mientras podamos ayudar; aceptar la realidad de nuestras frustraciones y desilusiones, de nuestras sospechas y miedos a optar por un futuro sin fronteras donde lo desconocido puede frenar acciones que el Espíritu pone en nuestro camino por medio del profetismo comunitario.



Nunca podremos olvidar que nuestra comunión es inseparable del misterio de Cristo. Él es nuestro centro y no nos abandona y sabemos que está con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), pero esto no quiere decir que no tengamos un trabajo que hacer para sentirnos en casa, respectados, aceptados, reconocidos no como amigos, sino como hermanos. De ahí la necesidad de una gratitud infinita hacia el don de la vocación que da la gracia de la perseverancia y la generosidad que necesitamos para vivir profundamente convencidos el carisma recibido. 



Éste ha de germinar, desarrollarse y dar fruto junto con los hermanos en la comunidad, con el ejemplo de nuestra calidad de vida y la palabra que se nutre del calor de la gracia y del vínculo de la caridad porque hemos llegado por diferentes caminos para abrazarnos con generosidad con aquellos que también escucharon la voz de la llamada a tener y vivir con un mismo corazón y un mismo espíritu, sabiendo perdonar y disculpar los defectos de los demás como un gran heroísmo y generosa abnegación.



En los últimos años la internacionalidad de la provincia y de las comunidades se ha intensificado y un tercio de la provincia ya no somos españoles, algo que habíamos olvidado desde los principios de los años 70 cuando las nuevas entidades de Filipinas, Vietnam y Taiwán fueron creadas. Esta realidad ha sorprendido, pero está dinamizando la vida de la Provincia y poco a poco vamos ganando en experiencia e integrándonos más. Esto no quiere decir que hayamos concluido la tarea, no, ésta ha de ser una constante durante los años en que esta realidad se mantenga.



Tenemos una gran confianza en lo que se ha iniciado y esperamos que la integración iniciada se robustezca e incremente los lazos de la fraternidad y de la unidad aun cuando haya y sabemos que continuará habiendo sus dificultades humanas, históricas y culturales, pero abrigamos la convicción de que todo es posible cuando hay una generosidad profunda y radical en los hermanos  y una voluntad firme con el ideal que hemos profesado de ser y vivir en comunidad, respeto y diversidad en una unidad pluralista y diversa capaz de responder más eficazmente a las exigencias de la misión común. 

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