sábado, 17 de septiembre de 2022

Humanidad, riqueza y pobreza, Hna. Celestina Veloso Freitas, Dominica de la Anunciata, Roma

Nuestra sociedad, como en la época de Santo Domingo, se encuentra en un contexto de crisis, inseguridad, hambre, tinieblas que obscurecen la luz. Muchos desafíos y atrocidades que generan indignación, impotencia revelan que hemos dejado de ser lo más sagrado que estamos llamados a ser: HUMANOS.

Algunos expertos definen nuestro tiempo como un cambio de época, un tiempo de contradicción: ¡tanta evolución a muchos niveles!; por otro lado, el irrespeto a la vida humana, a la creación, a los valores humanos y religiosos, independientemente de si son cristianos o de otras confesiones.

Como nos dijo el Papa Francisco al inicio de su pontificado “vivimos una “tercera guerra mundial en pedazos”. En este momento esa verdad se hace más evidente y son impactantes los rostros e imágenes de la deshumanización en nuestro mundo.  A lo largo de la historia de la humanidad, ya sea por el número de la población u otros motivos, nunca se habían producido tantas migraciones, ya sea por fenómenos climáticos, por la guerra o persecución.

La desigualdad de la distribución de la riqueza genera la exclusión social y la vulnerabilidad, hace que hombres, jóvenes, mujeres y niños dejen su tierra y arriesguen su vida en busca de un futuro mejor. Se revela así la belleza de la diversidad de la humanidad y de la Interculturalidad y, al mismo tiempo, el drama de los refugiados y los migrantes.

Sabemos que el mundo está dividido en clases y que la pobreza económica es la raíz de todas las demás formas de pobreza en el mundo. La carencia de lo indispensable para sobrevivir es un problema mundial y todos somos responsables por ello. La brecha que separa a ricos de pobres es cada vez mayor, a pesar de las buenas intenciones de varios organismos internacionales.

La economía y los medios de comunicación dominan el mundo. Muchos líderes mundiales olvidaron el verdadero significado de la política. Un pequeño grupo de personas concentran y controlan la riqueza mundial, mientras naciones enteras viven en condiciones inhumanas. Con la pandemia esta realidad se puso en mayor evidencia.

El capitalismo y la globalización económica promueven un modelo de humanidad basado en el consumismo y en el poder. Y es desde estos parámetros que las personas son reconocidas. El amor por las cosas es más fuerte e importante que el amor por la vida y por las personas, dejaron de ser los cuidadores y se han convertido en los destructores, los explotadores de la “Casa Común “y de sus semejantes.

La VR nació como una propuesta radical al seguimiento de Jesús y una profecía de nuevos tiempos. Somos llamadas/dos a seguir el Maestro Jesús e iluminar las tinieblas con nuestro estilo de vida allí donde cada uno se encuentra y en lo que cada uno hace. Jesús, por amor a nosotros, asume nuestra condición de fragilidad y belleza, se solidariza con la humanidad: “Siendo rico se hizo pobre, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos” (2 Cor 8, 9). Desde esta perspectiva la pobreza gana otro sentido.

La Vida religiosa está llamada a reinterpretar el sentido del voto de pobreza. Queremos vivir la solidaridad y la compasión con la humanidad sufriente, nos comprometemos en la construcción de un mundo más justo, con una justa distribución de la riqueza, de manera que los derechos humanos y de la tierra sean respetados.  Apuntamos al mundo valores que nos transcienden y que son capaces de liberarnos del afán de poder, de ganancia con un estilo de vida austera. Así encontramos el verdadero sentido de la fraternidad universal, la belleza de las cosas creadas y nos centra en lo esencial.

A lo largo de la historia, Dios suscitó hombres y mujeres que encarnaron en su vida y transmitieron a otros el verdadero sentido de ese Voto: pasando de una vivencia intimista a un compromiso de solidaridad social y económica, revelando la presencia del Reino en medio a nuestro mundo.

Con el Papa Francisco se habla de la Iglesia de los pobres, hecha por los pobres y para los pobres. Sus gestos, escritos y pronunciamientos nos plantean la calidad del testimonio evangélico que podemos dar, sabiendo que la pobreza no es ningún valor en sí misma.  Jesús, el Mesías liberador, vino a instaurar su Reino, que implica la liberación de la pobreza, como nos proclama en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 2, 7, 22). 

Tanto la pobreza como la riqueza poseen una relación dialéctica, se implican mutuamente. La pobreza conlleva un empobrecimiento y la riqueza, al contrario, un enriquecimiento.  La pobreza denuncia la presencia de la injusticia y la existencia de una riqueza deshonesta, robada. Esa pobreza que deshumaniza la persona humana es resultado de la ganancia desmesurada de los ricos y no tiene lugar en el Reino de Dios. Por eso debemos denunciarla, erradicarla.

Sabemos que el combate contra la pobreza económica y el compromiso con una sociedad más justa y fraterna, comienza con el cambio en uno mismo, pues se juega en el corazón de cada hombre y mujer que se pone en camino tras las huellas de Jesús.  Santo Domingo nos dejó como herencia la pobreza voluntaria, para que todos tengan vida, y que la tengamos todos, en abundancia. 

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