lunes, 11 de julio de 2022

¿Es que siempre va a haber pobres? Fr. Javier González OP, Macao

“A los pobres siempre los tendréis con vosotros” fue una frase que Jesús dejó caer en defensa de una mujer criticada por haber tenido con él el bonito gesto de ungirle los pies con un perfume valioso. Un testigo de la escena criticó: “Su importe bien podría haber sido dado a los pobres en lugar de ser despilfarrado de esa manera”. Y Jesús le reprochó con esa frase. Pero más allá de la anécdota ¿es que siempre tiene que haber pobres con nosotros?

Sin ánimo de hacer exégesis, me pregunto: ¿qué quiso decir Jesús (o quien puso esas palabras en su boca) con esa frase de que a los pobres siempre los tendremos con nosotros? ¿Se limitaba a constatar un hecho real y previsible? ¿Canonizaba la pobreza como un estado natural? ¿Implicaban sus palabras una denuncia política? ¿Señalaba un siempre-inacabado reto al amor y a la solidaridad? No lo sé; pienso que algo de verdad hay en todas estas preguntas, y sobre todo en la última, a juzgar por la frase que Marcos añade: “y les podréis hacer bien” (14:7).

Mucho bien sin duda se puede hacer por los pobres; y mucho en realidad es lo que se ha hecho y está haciendo por ellos. Pero ¿cómo? Aquí es donde veo yo la clave para afrontar el reto perenne que con esta frase Jesús nos ha dejado a todos. Y de nuevo me asalta esa pregunta más profunda: ¿Es que tiene que haber siempre pobres? ¿Es tal la voluntad de Dios? Y si no lo es ¿dónde buscamos una solución?

Hace unos años, leyendo un libro titulado “¿Cómo hacer Teología?” me encontré en una de sus páginas con una viñeta, supuestamente humorística, en la que se veía a dos ricachones sumidos en un placentero diálogo. Y uno de ellos soltó esta ocurrente frase: “¡Si Dios quisiera que no hubiera pobres, nos habría hecho a los ricos más generosos!” A buen seguro que los dos brindarían la ocurrencia, o al menos la reirían, como muchos lectores del libro, me imagino. También a mí me hizo gracia (y por eso la recuerdo) de puro jocosa y mordaz que me pareció.

Pero lo irónico de esa frase del rico es que revela una gran verdad de dimensiones globales. No la contenida en sus dos premisas, que encuentro a todas luces falsas e irreverentes (¿cómo va a querer Dios que exista la pobreza?), sino la que está latente en un hecho que la frase implica, a saber, que la riqueza existe a expensas de la pobreza. O, dicho de otra forma, que la causa estructural de la pobreza reside en la (injusta) generación de la riqueza.

Parece abstracta la afirmación, pero se me antoja ver en ella un acertado diagnóstico, en espera aún de ser bien enfocado. Repito que mucho se ha hecho y se está haciendo para ayudar a los pobres o aliviar la pobreza en el mundo.  Admiro a Caritas, por citar un ejemplo, a Manos Unidas y a los cientos de instituciones caritativas, altruistas o de promoción humana, bastantes de ellas nacidas en el seno de la Iglesia católica, que llevan haciendo una labor encomiable de asistencia social, de solidaridad y de promoción humanas, aliviando dolor, portando esperanza… Y de paso también, tranquilizando conciencias, al brindar a la gente de buena voluntad una oportunidad de hacer el bien, de cooperar, de compartir su bienestar con los menos afortunados. Una espléndida y meritoria labor a la que yo me uno.

Sin embargo, veo con preocupación que toda esta magnanimidad no soluciona el problema real de la pobreza ni conduce al ideal deseado de que un día no tengamos pobres entre nosotros. Por el contrario, las simples estadísticas nos dicen que cada día hay más pobres en el mundo; que cada día el abismo diferencial entre ricos y pobres es más abismal…  ¿No habrá un punto de retorno? ¿O algún otro enfoque que pudiera ofrecer un principio de solución al problema?

Personalmente, no se me ocurre. Sin embargo, sí me ha parecido ver un principio de solución en unos párrafos de Fratelli tutti (3 octubre 2020) del Papa Francisco que parecen intuir el problema y ofrecer una clave para afrontarlo. Se trata de una manera distinta de entender la solidaridad humana que, aunque no muy original, sin embargo, sí es algo novedosa por estar directamente conectada no con el alivio inmediato de la pobreza (que es como la solidaridad es normalmente entendida), sino más bien con la raíz de la misma, es decir, con la causa estructural de la pobreza. ¿Y cuál es esa causa estructural? No otra que la negación sistemática de algunos derechos humanos fundamentales a un gran sector de la sociedad. Es ésta una injusticia que crea a su vez marginación, desigualdad y más injusticia. Por tanto, en buena lógica, cualquier intento de solución a la pobreza en el mundo sólo podrá venir con el reconocimiento de tales derechos fundamentales a ese sector marginado, que traería consigo su verdadera integración en la sociedad.

¿Cuál sería entonces la clave de una solución? La encontramos en ese mismo texto bajo el subtítulo poético Los desvelos del amor. Es la siguiente: “Una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad”. Y el autor lo explica así: “Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin alma” (n. 187).

“Pragmatismo sin alma”, concluye el Papa, “es abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilizan y convierten a los pobres en seres domesticados e inofensivos.”

Estas palabras me dejan pensativo. ‘Pragmatismo sin alma’… o sea, estrategias altruistas, formas de “hacer el bien”, obras de misericordia movidas por buenas intenciones, etc., pero con un defecto grave en la base: la ausencia de un justo planteamiento estructural de la pobreza. ¿No será por eso que el efecto de esas buenas obras es a menudo “pan para hoy, hambre para mañana”? Me temo que sí. Y es que la caridad sólo es plenamente tal si está cimentada sobre la justicia. En nuestro caso, cuando esa beneficencia altruista no tape o justifique una generación injusta de la riqueza. Sólo entonces los caminos abiertos por esa mirada caritativa serían los de un pragmatismo con alma.

Oí hace años que hay países en el mundo donde no hay pobres, donde se ha erradicado la pobreza. Yo aún no he visto ninguno, a pesar de haber tenido la suerte de viajar bastante. He visto, eso sí, muy diferentes niveles de bienestar y de distribución de la riqueza; algunos, por cierto, aceptables, que me han convencido de que un acercamiento a esa meta es posible y, desde luego, de que la pobreza no es ni tiene por qué ser un estado natural. No sé si no estaré afirmando una utopía, pues ya sabemos que la perfección no pertenece a este mundo. Por eso a renglón seguido digo también que me duele ver lo lejos que aún estamos de un reconocimiento universal de los derechos humanos más básicos. ¡Y sin horizonte a la vista!

Concluyo señalando la doble vertiente que yo veo en el problema real de la pobreza en el mundo: una vertiente política, que demanda soluciones globales basadas en principios equitativos, no en intereses egoístas; y otra, personal, que es el reto individual del amor que nos compele a realizar la misericordia [“obras son amores”] en favor de los más necesitados. Las dos vertientes son necesarias y mutuamente complementarias.

A la luz del panorama mundial actual y de nuestra condición humana, verdad es que no hay muchas razones para el optimismo; pero sí las hay para la esperanza, a la que no se le puede poner bozal. Por eso siempre queda el recurso de pedir al Padre común que, desde nuestra pequeñez, nos azuce en el empeño de seguir construyendo una sociedad mejor, sin tanta injusticia ni consiguiente pobreza.

Por soñar que no quede. Y más si se trata, como en este caso, del sueño bienaventurado de los pobres que esperan cada día el milagro de los desvelos del amor. Para tales desvelos, nada hay imposible. Y sin ellos, desde luego, a los pobres los tendremos siempre con nosotros.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario