lunes, 18 de julio de 2022

10. Un fraile birmano en Roma, Fr. Philip Soh Re OP, Roma

Recientemente, desde mi habitación en Roma, hice una videollamada a mi madre, que ha huido para refugiarse en las montañas cuando la devastadora guerra se acercaba a mi pueblo en Myanmar. En una tarde fría y brumosa, ella se sentó junto a una chimenea con mi sobrino de cinco meses, ambos vestidos con ropa andrajosa, con sus rostros apenas brillando a la luz del fuego.

Desde el nacimiento de mi sobrino, mi familia ha estado vagando para salvar sus vidas, moviéndose de un lugar a otro a medida que los soldados deambulan para masacrar cruelmente a cualquiera que pudiera caer en sus manos. La escena me rompió el corazón. Esa será siempre la imagen inolvidable de mi madre y mi sobrino en mi vida.

Al igual que mi familia, hay miles de personas pobres y sencillas que han huido de sus hogares para esconderse en las selvas profundas con vivienda insuficiente, poca comida y sin agua potable. De hecho, sus necesidades básicas no están satisfechas. Nadie está a salvo en ningún lugar, y ningún lugar es seguro para nadie.

En la actual situación del país, no está permitido a la gente vivir sus vidas; todos están obligados a deambular todos los días para salvar sus vidas. Se han eliminado muchas vidas; miles de personas se han quedado sin hogar al incendiarse sus casas y aldeas; miles de personas han quedado sumidas en una pobreza desesperante.

Mirando la situación de mi país, me siento culpable viviendo en Roma, en esta ciudad eterna, en una vivienda segura, calentándome con el calentador de mi habitación, comiendo comida deliciosa y rezando en una iglesia magnífica. En la videollamada, abriendo mucho sus ojos llorosos para verme en la pantalla del celular, mi madre me susurró suavemente: “Hijo mío, cuida tu salud y no te preocupes por nosotros”.

Obviamente, la escena de mi madre y mi sobrino tiene que decirme mucho. Plantea muchas preguntas sobre nuestra humanidad, justicia, solidaridad, etc... Desde que nací, mi madre, como ser humano, me ha criado para convertirme en otro ser humano. Creo que la 'humanidad' que tiene mi madre es exactamente la misma que la del resto de los seres humanos. Pero ella no es tratada ni respetada como un ser humano.

Actualmente, su derecho a la vida está en peligro; se le niegan sus derechos básicos a la alimentación, la vivienda y la ropa; Sus propiedades han sido violadas y no tiene donde dormir. No puede permitirse el lujo de cuidar su salud, y no tiene tiempo para preocuparse por sí misma sino por sus hijos y nietos.

¡Bien! volviendo a mi situación viviendo en mi habitación en Roma como un fraile religioso que dice vivir en la pobreza, una vez más me siento culpable, y peor aún, me da tanta vergüenza tener que obligarme a hablar de la pobreza. Mi madre no tiene tiempo para hablar de pobreza, sino para vivirla en el día a día. ¿Quién es realmente pobre? ¿Mi madre o yo?

Auto justificándome como religioso, podría estar tentado a decir que mi voto de pobreza tiene que ver con el ideal evangélico de la “pobreza de espíritu”. Esta farisaica justificación nunca hará justicia al voto de pobreza que se supone que debo vivir. No sólo eso, sería un doloroso insulto a la pobreza de mi madre, que, creo, es mucho más noble que mi pobreza farisaica.

Cuando era niño, mi madre solía enseñarme cómo compartir la comida y juguetes con los demás. “Los actos de generosidad nunca serán un desperdicio”: este es un lema que mi religiosa madre me repetía a menudo para reprobarme la avaricia y el egoísmo. Ahora, en mi habitación, tengo que golpearme el pecho y decir: “mea culpa, mea culpa”, porque he crecido siendo más egoísta y codicioso, lo cual va totalmente en contra de las enseñanzas de mi madre y, por supuesto, en contra de mi voto de pobreza.

De hecho, la esencia de la pobreza evangélica es el compartir, práctica que es un deber para nosotros los religiosos. Y el mundo tiene razón al hablar de la obligación de distribuir la riqueza y los recursos. Lo que no está bien es que no hayamos hecho lo suficiente para compartir y distribuir la riqueza. Por eso todavía hay millones de empobrecidos como mi madre que no tienen comida, ropa ni techo.

El domingo, a menudo tengo la tentación de sentir envidia de esas damas italianas elegantemente vestidas, que tienen la misma edad que mi madre, que vienen a nuestra magnífica iglesia para misa con su mejor traje y sus bolsos delicados de marca mundial. En cambio, en la videollamada, mi madre me dijo: “Nos escapamos a toda prisa; no pudimos llevarnos nada excepto una ración de arroz para tres días y algo de ropa”. Han pasado más o menos cinco meses desde que se fue de casa, pero milagrosamente sobrevive. ¡Gracias a Dios!

Mi país, Myanmar, es uno de los países más ricos en recursos naturales del sudeste asiático. Si el país tuviera un buen sistema de gobierno y los recursos se compartieran equitativamente, habría superado a Singapur o Hong Kong en desarrollo. Desafortunadamente, hay un grupo de tiranos codiciosos y egoístas que han estado amasando riquezas para sí mismos y empobreciendo miserablemente a la gente. La devastadora y trágica situación actual tras el golpe de estado militar (el 1 de febrero de 2021) demuestra dramáticamente una de las formas más graves de inhumanidad e injusticia cometidas en este siglo.

 

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