martes, 22 de febrero de 2022

PREDICAR CON LA PRESENCIA, Fr. Javier González OP

Tenía razón el nuevo Maestro de la Orden de Predicadores, Fr Gerard Timoner, cuando en su primera alocución a los frailes dominicos después de su elección en agosto de 2019 decía: “Nosotros, los dominicos, predicamos incluso cuando no estamos predicando”.  No era un juego de palabras. Quienes allí estábamos lo entendimos perfectamente. Pero alguna cara de pasmo debió notar en la audiencia, porque tras una breve pausa elaboró un poco sus palabras: “Para nosotros, miembros de la Orden de Predicadores, predicar no es una función; es nuestra identidad. Predicación no es primariamente lo que hacemos o decimos, sino lo que somos: Predicadores. Por eso predicamos en todo momento, con nuestro propio ser.”

Predicar… con el ser. Simplemente siendo o, en línea con nuestra condición de criaturas, existiendo. Y uno es o existe 24 horas. Entonces el dominico, al margen de dónde esté y de lo que haga, ES predicador y, por tanto, predica ininterrumpidamente. ¿Incluso mientras duerme? Incluso, porque el sueño no suprime el ser. ¿También cuando está presente en lugares donde por razones de lengua o de cultura no entiende nada ni puede mediar palabra? También. Esto lo sabemos bien por experiencia quienes nos movemos en países exóticos. Y fue precisamente esa experiencia la que me hizo entender con claridad aquellas palabras del Maestro de la Orden.

Recuerdo las numerosas ocasiones en que por razón de oficio me ha tocado estar en países como Japón, Corea, Taiwán, Myanmar… o simplemente residir en Hong Kong y Macao. Muchas veces tuve que asistir a funciones programadas enteramente en lengua nativa, donde mis limitaciones no me permitieron entender ni decir absolutamente nada. A veces, todo el día; otras, unas horas. Pero la experiencia es la misma.

Es la vivencia de una impotencia humanamente frustrante, casi surrealista, como cuando alguien sentado a tu lado tiene que tocarte con el codo y decirte: “Levántate, que están hablando de ti” o “sube al escenario que te están llamando.” Y uno, sin esperar a pensarlo, se levanta y va, impulsado por el resorte de la fe, apoyado a su vez en la confianza en los propios hermanos que han sido la razón por la que uno está allí. Entonces uno piensa: No entiendo nada, pero tengo que estar aquí. Y después en casa ratificar el eco: “No entendí nada, pero tenía que estar allí.” Son instancias de predicación con el ser; concretamente, con la mera presencia física.

Algunos frutos de esa predicación están a la vista: En los últimos 15 años se han incorporado a la Provincia de Nuestra Señora del Rosario unos 140 jóvenes; recontados hoy, son 120. Son asiáticos en su mayoría, de nuestras misiones de China, Japón, Corea, Myanmar y Timor. Culturas tan misteriosas como pletóricas de vida y de gracia. Muchas son las personas detrás de esos frutos. A mí, por casual providencia, me tocó representar a la Provincia durante ocho años. Y de ellos conservo esa experiencia imborrable de haber estado en lugares y eventos donde, sin entender nada, simplemente tenía que estar.

Para mí, una prueba de que el Espíritu habla también a través de nuestros silencios. Y en ocasiones, por condescendencia amorosa, requiere nuestra presencia, dándonos así de paso la oportunidad o gracia de predicar con nuestro ser, con nuestra mera presencia física.

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