viernes, 21 de mayo de 2021

UNA VEZ CADA CIEN AÑOS, Fr. José A. Legido OP, Macao

A todos los que nos gusta leer cosas de historia nos ha interesado leer sobre la “fiebre española” que asoló el mundo entero a principios del siglo XX. No creo que nadie considerara posible que pudiéramos ser testigos de algo parecido … y, sin embargo, lo hemos sido.

Las noticias comenzaron en China. Era pavoroso el ver videos de cómo la gente caía muerta en la calle, los hospitales colapsados, el personal médico hundido física y psicológicamente por no poder hacer más y la imposición estricta y hasta cruel de cuarentenas a millones de personas.

En Hong Kong y Macao se impusieron inmediatamente drásticas medidas de protección: prohibición estricta de entrada para los extranjeros, cierre inmediato de todas las instituciones educativas, religiosas e incluso las instituciones gubernamentales.

En esta área del mundo hemos pasado anteriormente por situaciones como estas, ya que casi todas las infecciones víricas nacen por estas tierras, como SARS, H1N1, etc. Es posible que, por este motivo, aquí las medidas preventivas propuestas por las autoridades civiles y sanitarias han tenido una repercusión más positiva y rápida que en otras partes del mundo: a nadie se le ocurre salir a la calle sin la mascarilla, nadie se extraña de que te tomen la temperatura al entrar en muchos edificios o de usar el gel hidroalcohólico con frecuencia cada día.

Quizás esta disciplina, muy en consonancia con la tradición confuciana de toda la región, ha permitido que tanto Hong Kong como Macao puedan presentar cifras sanitarias que son la envidia de cualquier otro país. Cuando escribo estas líneas, Macao solo ha tenido 46 contagiados, todos ya dados de alta, y 0 fallecidos. Hong Kong ha tenido 5133 contagiados, de los cuales 4875 ya han sido dados de alta, y 105 fallecimientos. Taiwán es puesto como modelo en el mundo entero.

Ciertamente, pues, en esta zona del mundo no nos podemos quejar en absoluto ni por la extensión de la pandemia, ni por las bajas causadas, ni por la colaboración ciudadana en el control de la pandemia. Pero esto no quiere decir que Macao, Hong Kong y China no sufran profundamente los efectos de la pandemia. Acostumbrados a vivir en una sociedad tan avanzada técnicamente, donde casi todos los problemas tienen una solución técnica, de repente nos encontramos como desnudos ante un virus contra el que no hay ni vacunas ni medicinas, que te puede contagiar en cualquier momento y que puede terminar con tu vida en unos pocos días. Y esto ha producido una sensación de miedo difícil de describir: miedo al virus, pero también miedo a las personas que están a nuestro alrededor.

A esto hay que añadir la incertidumbre, que es uno de los factores más difícil de controlar: no sabemos ni cuánto va a durar esto, ni cuál va a ser el grado de impacto que vamos a sufrir, tanto en el plano personal como en el social y económico. En Macao, cuya economía está basada en el turismo, la economía ha caído alrededor del 90%. Aquí no hay miedo al contagio del virus, sino a cómo este virus ha destruido las seguridades de las que disfrutábamos y nos enfrenta a un futuro incierto y peligroso. Muchos puestos de trabajo han desaparecido o peligran y las entradas económicas con las que muchas familias contaban y habían planificado su vida, han desaparecido o están en grave peligro. Esto conlleva un elevado grado de ansiedad que está haciendo mella en la sociedad en general.

Ciertamente, para los cristianos, la pandemia es también una gran oportunidad para contribuir a la sociedad con una fe viva y solidaria, colaborando activamente con las medidas de protección dictadas por las autoridades, protegiendo a los vulnerables, ayudando a nuestro prójimo y mostrando en estos tiempos de oscuridad a Cristo como la luz que nos guía y que está siempre presente en nuestra vida. Esperemos que las vacunas que se prometen para el año 2021 sean un signo palpable de solidaridad mundial y no otro signo más de egoísmo y marginación.

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