Manuel Reyes Mate manifiesta que ha tenido sus dudas sobre si debía
responder a la entrevista que le proponía AMANECER, “porque me preguntaba si
tenía derecho a decir a otros lo que deberían hacer”. Finalmente se ha decidido
a hacerlo porque se siente en deuda con la Orden de Predicadores, una de las circunstancias
vitales que más han incidido en su vida personal y profesional. “Me siento
también personalmente concernido pues nada de lo que se me pregunta me es ajeno”,
afirma, no sin antes disculparse por lo que sus respuestas tengan de intromisión
a la vez que son “expresión de un gran cariño y reconocimiento”
Una pregunta, quizá
demasiado generalista, pero que surge una y otra vez en el seno de nuestras
comunidades ¿Tiene futuro la vida religiosa? Más específicamente la vida
religiosa entendida desde el testimonio de un grupo de hombres o mujeres
viviéndola en comunidad
El futuro depende en buena medida
del presente y eso nos lleva a hablar de la actualidad de la vida
religiosa. Yo creo que ese modo de vida tiene una relación intempestiva con el
presente, es decir, la vida religiosa está de alguna manera fuera del tiempo y
contra el tiempo. Esto se puede entender de dos maneras muy distintas: una,
positiva; otra, negativa.
Va con la esencia de la vida religiosa trascender su tiempo: la entrega
a los demás, la solidaridad con los pobres y el valor fundante del otro
-actitudes que traducirían al lenguaje de hoy sus grandes compromisos-
trascienden los valores cotidianos y en ese
sentido son invitaciones a relativizar y transcender los principios morales y
políticos que estructuran la vida de cada día. La vida religiosa se convierte
así en referente de dimensiones de la
existencia que no son las habituales, pero que son dimensiones posibles del ser
humano que, si se impusieran más, humanizarían la convivencia colectiva y el sentido
individual. Ese sería el sentido bueno: un sentido crítico respecto a los
valores en curso.
Pero también hay otro sentido del “estar fuera del mundo” que sería
mucho más discutible. Consistiría en no decir nada. Cuando la vida religiosa
reproduce los esquemas y valores de la calle, enmudece. Cuando el aggiornamento es mimetismo de los
valores circulantes, la vida religiosa se hace irrelevante y prescindible (una
tentación, ésta, en la que caen a menudo los cristianos “progresistas”).
El sentido de la vida religiosa depende de que su forma real de vida
exprese y traduzca esa dimensión que transciende lo que se lleva. Sólo es
creíble el mensaje de una fraternidad universal si hay comunidades visibles que
viven como hermanos. Esto es vital. La dimensión propia que la vida religiosa
quiere transmitir está muy condicionada por el testimonio real. Lo oculto
depende de lo plástico.
A la pregunta inicial diría pues que el futuro está en sus manos pues
depende del presente, de si logra o no dar credibilidad a su mensaje a través
de un testimonio vital.
Estudiantes e S. Pedro Mártir, Alcobendas a finales de los años 50 |
Dices que el futuro
depende del presente, pero ¿cómo encajar el futuro de los dominicos con una
historia tan longeva donde, posible e inevitablemente, ha habido sus luces y
sus sombras?
Al ser una institución con 800 años de historia, el problema de su
actualidad es particularmente agudo pues nadie puede ignorar ni las
circunstancias de su creación ni su historia. Es una institución
acontemporánea. Y, sin embargo, hay un tipo de acontemporaneidad que es
profundamente actual. Para ver lo que tenemos delante, hay que dar un paso
atrás. La historia no se construye progresivamente en el sentido de que lo
nuevo hace viejo u obsoleto lo pasado. En la historia hay hitos que son
imperecederos. Sería un error imperdonable afirmar, por ejemplo, que el arte de
las catedrales góticas ha sido “superado” por la arquitectura futurista de un
gran banco o pensar que la ciudad es el futuro de los pueblos, como si los
sueños que yacen en los viejos pueblos se realizaran sin más al trasladarse sus
habitantes a una ciudad. La historia no funciona así. Una Orden como la de
Predicadores representa un tiempo que sigue siendo muy actual y necesario. Para
aclarar lo que quiero decir sería conveniente comparar nuestro tiempo con el
del siglo XIII. El tempo de nuestro
tiempo es el de internet que circula a la velocidad de la luz. Nuestro ideal es
acabar con el tiempo. Nos gustaría, cuando emprendemos un viaje, llegar al
instante de partir. El tiempo invertido es tiempo perdido. Ahora bien, ese tempo, esa aceleración constante, esa
obsesión con acabar con la duración, es suicida porque el hombre necesita
tiempo y espacio. La prisa mata y no me refiero sólo a que las víctimas de la
velocidad superan ya a las de las guerras, sino al hecho cultural de que la
prisa mata la posibilidad de la experiencia. Ahora hay vivencias pero no
experiencias. Las vivencias son choques emocionales que se agotan tan pronto
como se manifiestan; la experiencia consiste en metabolizar lo vivido, en
integrar los acontecimientos en la personalidad de cada uno, pero para eso hace
falta otro tempo.
Con el concepto de tempo, ¿te refieres a una vuelta a los
tiempos pausados cuando la existencia humana no discurría con tanto frenesí?
El tempo o ritmo vital de las
órdenes mendicantes es el del paso humano. Los mendicantes eran ambulantes. Su tempo permitía hacer experiencia y por
eso dio a luz el canto gregoriano y las catedrales románicas que son momentos
en los que un sujeto puede enfrentarse a lo que le sucede y a lo que sucede. El
hombre actual necesita otro tempo distinto
del que padece si no quiere suicidarse. La vida religiosa de estas órdenes son
quizá las últimas reservas de ese otro tempo
que hoy sólo existe, para la mayoría, en la historia, como algo histórico y
perdido.
Eso plantea un problema a estas órdenes religiosas y es el de cómo
transmitir ese testimonio. Se sabe que los primeros dominicos buscaban las
ciudades porque querían estar presentes en esos lugares donde se estaba definiendo
la nueva etapa de la historia europea. Me permito preguntar, un poco
provocadoramente, si no ha llegado el momento de volver al campo. Quiero decir
que es difícil ya, en el anonimato de las grandes ciudades, hacer visibles
estas dimensiones tan extrañas a nuestro tiempo. Para hacerlas visibles hace
falta espacio, transformar los conventos en lugares de acogida y silencio donde
se viva a otro ritmo. Parte de esa nueva conformación debería ser el rescate de
los elementos plásticos que visualizan la dimensión espiritual que se quiere
transmitir. Me refiero al arte y al culto, es decir, habría que dar mucha
importancia a la conformación del espacio en el que se desenvuelve esa
experiencia y a su manifestación cultual. Debería mimarse el canto gregoriano,
la apertura (gratuita) de lugares que son
expresión de ese tiempo pasado (los conventos de Santo Tomás o San Esteban etc)
y pensar, en vez de un recorrido turístico, en un viaje espiritual por ese
tiempo del que dan testimonio las piedras que se visitan.
Como sabes, la
Provincia del Rosario, desde sus inicios, ha estado enfocada exclusivamente a
las misiones y de manera muy concreta a las de Extremo Oriente, ¿cómo encarar
nuestro futuro en una región del mundo tan pujante, pero con tantas
desigualdades y tan compleja como es Asia?
Como parte de una Orden casi milenaria, debería tener en cuenta que
dispone de un patrimonio espectacular que debe hacer valer en servicio de la
humanidad. Ese patrimonio consta, en primer lugar, de grandes saberes. Figuras
como Santo Tomás o la Escuela de Salamanca son claves en la historia
civilizatoria, pero ¿cómo hacerlas valer? Habría que abandonar la idea un tanto
ingenua de “tener la verdad”; todo forma parte, más bien, de una “búsqueda de
la verdad”. Pero en la medida en que los dominicos cultivan y conocen ese
patrimonio deberían buscar la forma de ofrecerle a la sociedad.
No hay que negar, por otro lado, que la historia de esta orden religiosa
es muy compleja. Junto a Santo Tomás o Las Casas está su decidida defensa de la
Inquisición. Sólo tendría credibilidad una defensa de Las Casas si hay
autocrítica respecto a la Inquisición, por ejemplo. Recuerdo a mi buen amigo
Alfonso Carlos Comín cuando decía “pertenezco a una Iglesia que ha quemado a
santos y a un Partido (el Partido Comunista) que ha fusilado a héroes”. Esa noble
actitud es la propia de quien pertenece a tradiciones tan ricas y longevas como
ésta.
Pero es verdad que la Provincia del Rosario tiene una especificidad
llamativa. Habrá pocas instituciones occidentales tan conocedoras de la cultura
oriental. Debería ser puente entre Oriente y Occidente. Con un añadido: las
misiones. El misionero es una figura de la máxima actualidad. Hoy estamos
asistiendo a la crisis de las identidades cerradas. El mundo es cada vez más
plural y mestizo o pluricultural. Con razón se habla en teoría política del
migrante o del exiliado como embriones de una nueva forma de ciudadanía no
basada ya en la tierra y en la sangre sino en la pluralidad de culturas. Pues
bien, el misionero forma parte de esas figuras que anuncian el futuro. Pocos
como él tienen la experiencia de lo rico y difícil que es vivir a la vez en
varios mundos.
Jardín Japonés, Colegio Aiko, Matsuyama, Japón |
En cuanto a la
temática de este número de AMANECER, sobre la misión compartida ¿Qué caminos
podemos transitar juntos frailes y laicos?
Respuesta: unos y otros se necesitan. Hay un pensador judío, Franz
Rosenzweig, que plantea la complementariedad entre la revelación judía y la
cristiana. Si esta consiste en “hacer camino” (y llevar la historia humana
hasta su salvación), aquélla, como pueblo elegido, “en haber llegado”, esto es,
en dar testimonio de que el punto de llegada existe. Algo así. Si los frailes
apuestan por llevar una vida que anticipa el final reconciliado, los laicos
deberían esforzarse por construir un mundo fraterno. Hace años visité en
Utrecht una casa de dominicos en la que cohabitaban distintas modalidades de
vida religiosa. Los compromisos era diferentes pero todos compartían unas
reglas de juego que les enriquecían mutuamente. Vamos hacia una sociedad del
ocio, del tiempo libre, es decir, de mucho tiempo disponible. La “industria
cultural” se lo ha apropiado ofreciendo turismo. Habría que pensar en ofertas
de otro tipo que incluyan no el conocimiento de lugares mágicos sino de
experiencias fundamentales.
Hemos empezado con
una pregunta muy general y terminamos con otra parecida, con la dificultad que
entraña responder a cuestiones demasiado generales de manera precisa ¿Por dónde
debería caminar la Iglesia?
Creo que la figura del Papa Francisco tiene una significación epocal
pues alcanza a la Iglesia y al mundo. Este Papa ha desacralizado a la Iglesia.
Durante demasiado tiempo se ha confundido la autoridad del creyente o religioso
con la posesión de poderes casi mágicos. Remitir la autoridad de un sacerdote,
obispo o religioso a lo que haga y diga y no sólo a lo que representa, me
parece un cambio espectacular.
Veo además que pone el acento en valores que son claves para la
humanización de la convivencia y que hasta ahora han podido pasar
desapercibidos. Pienso, por ejemplo, en su insistencia en el perdón. La
existencia humana sin perdón sería un infierno y vamos camino de él porque
camuflamos los errores, blanqueamos las responsabilidades con exculpaciones o
dibujamos un mundo feliz al precio de negar la libertad. Hay una extraña
complicidad entre libertad y culpa como si la humanización del hombre fuera un
proceso de superación de sus propios errores, traiciones (“pecados”). Pues
bien, la superación del pasado sólo es posible si el perdón ocupa un espacio
público que no tiene. El cristianismo tiene mucho que decir a este respecto
(más que el judaísmo o el Islam) y este Papa ha asumido la responsabilidad de
defenderlo públicamente.
Pienso también que los cristianos españoles deberían entender que la
Iglesia es una minoría. La Iglesia no tiene la función de dictar al Estado cómo
comportarse. Eso ya pasó. El cristianismo también en España va de hecho a contracorriente.
Los creyentes son una minoría y eso obliga, si quiere influir en la sociedad
como un fermento, a mucha convicción y calidad en las propuestas que haga. Sin miedo pero con modestia. La presencia
pública de los cristianos debería ser muy diferente de la que ahora es. Una anécdota: hace unos años estuve
en la comisión que, de acuerdo con la Ley de la Memoria Histórica, debía hacer
una propuesta al Parlamento sobre el Valle de los Caídos. En la comisión
debería figurar un representante de la Conferencia Episcopal que había
designado al obispo Fernando Sebastián. El entonces Presidente, Monseñor Rouco
Varela, le descolgó en el último momento aduciendo que “si no estaba el PP,
tampoco la Iglesia”. Se hizo un documento muy valiente animado por el espíritu
de reconciliación…sin la Iglesia. Es un ejemplo de lo que no debería ser.