Para Fray Pablo, ver la vida desde el barrio fue haber ido amontonando vivencias. Un peso que nace de mirar la sociedad desde ahí abajo, y esto no sólo de manera lógica, sino afectiva y honda. Exponer en profundidad lo que viviste durante esos largos años en estas pocas letras es harto y difícil. Valga pues, esta pequeña narración, sobre la vida y experiencias evangelizadoras de un corazón itinerante en inserción con y entre hombres, mujeres y niños, pobres y excluidos de todo beneficio que pueblan los inmensos cerros de la ciudad de Caracas. Sí hermano, el amor por los más necesitados te llevó a donar tu vida en libertad y en solidaridad con ellos.
Al comienzo de la inserción, las miradas de los hombres y mujeres sentados en el camino taladraban las espaldas. Se callaban al paso, mientras presentías que te seguían las sospechas: “Y este hombre, ¿qué hace aquí? ¿Qué nuevo gancho se trae este blanquito?” Y es que encarnarse no es entrar en una calle, o escoger en el lugar más aparente del cerro el espacio para construir un “ranchito”, poner tu nombre y decir: aquí vivo yo. La inserción se realiza entre personas, y poco a poco fuiste experimentando que no hay inserción posible si uno no es aceptado, recibido.
Desde los primeros saludos, encuentros asiduos, hasta llegar a formar parte de las luchas y esperanzas de aquellas personas, tuviste que recorrer un largo camino que no sabias donde terminaría. Es la senda que te hace prójimo y compasivo, es camino de encarnación que te llevó a una manera nueva de vivir y sentir en medio de la sabiduría del oprimido, azuzados por el látigo y el hambre, pero también por el amor y la libertad irreducible.
Las puertas del pobre siempre están abiertas y los “ranchos” siempre ofrecen un espacio donde se expande, crece y se hace grande la vida, compartiendo sufrimientos y alegrías. Que buenos momentos esos de la acogida, de la comunicación para la comunión, del que te da permiso para ser uno más en libertad, aunque al mismo tiempo ellos tengan que amarrar con cadenas sus esperanzas para que nadie les pueda arrebatar el sueño de un mundo más justo, más digno, y más humano.
Entre los oprimidos, tu persona comenzó un proyecto de vida religiosa nueva que nace y en la perspectiva de las experiencias vividas de los primeros años, comprendiste el sentido positivo de la soledad, del silencio, del vacío interior, del sufrimiento, de la sequedad espiritual y del “saber que ignora”. Por ejemplo, la pobreza ya no fue austeridad, sino empalme con el proyecto histórico de los oprimidos, donde no fueron las reglas y normas internas la que te dictaron los más y los menos de tu nivel de vida, sino una solidaridad donde sentiste los ramalazos de la pobreza no sólo en cosas externas, sino en éxodos internos y dolorosos de profunda desposesión interior.
La pobreza en este lugar aparece como una nueva solidaridad que te fue poniendo en comunión con un Dios acallado y crucificado, cercano y familiar. Allí, en ese otro mundo marginal, la enfermedad o la impotencia social, al igual que la pobreza, llegaron a ser experimentadas por ti en inserción como exigencias evangélicas para la eficacia del amor. Allí, por decirlo con realismo evangélico, comenzó a hacerse visible, en tu propia vida con y entre los pobres, “la salvación que llegó a tu casa” (LC 19,9), de la que nos habla Jesús. Experimentaste en lo más profundo de tu ser que eso de la salvación no es un premio o título póstumo, sino la donación continuada del ser en favor de los más desposeídos. Allí, es preciso seguir esperando activamente otro mundo mejor.
Los esquemas clásicos para la contemplación en la vida religiosa, su ambiente, inquietud, perdieron casi toda validez para ti. Allí en el barrio no pudiste refugiarte en un templo inspirador, pues todo espacio es pobre y múltiple uso. Un ejemplo claro de esto que digo era, especialmente La Capilla: Centro, no sólo de celebraciones religiosas, sino de reuniones para las mejoras y búsqueda de soluciones a los problemas de todo acontecer en los barrios. La Capilla era la Casa Común (el “ágora”) de la comunidad vecinal. Bien, allí en los barrios no pudiste encerrarte en tu propia celda, por pobre que sea. No pudiste detenerte a contemplar bellas imágenes, porque la miseria del barrio se impone con más fuerza y realismo que cualquier signo. No pudiste aislarte porque el ambiente contaminado y el aire de opresión te invadían por todas partes.
Los claustros se te transformaron en callejones de latas oxidadas donde no es posible dejar de escuchar la vida. Sin privacidad, la miseria, la violencia, la necesidad, irrumpían golpeando el silencio, y la quietud se veía constantemente asaltada por las urgencias de los hermanos(as) que te rodeaban. Infinidad de casos, infinidad de pruebas, infinidad de dolor y lágrimas, pero también infinidad de sonrisas agradecidas y de generosidad sin límite en todas estas personas, especialmente en cientos de niños (“de la calle”) que encontraron en ti, en tú querida escuela (“Centro de “Santo Domingo”), la atención, las ayudas y el cariño que la injusticia les roba. Mucho fue tu trabajo, dedicación y desvelos por estos predilectos del Evangelio.
El compromiso de tú comunidad rompía el tradicional espacio sagrado de oración. Cuando la comunidad se compromete empieza a sembrar el barrio de huellas de sacramentos: Un Centro de Enseñanza para “niños(as) de la calle”, un ancianato para personas mayores viviendo en la pura indigencia, pavimentación de calles, viviendas, pago de operaciones hospitalarias, alumbrado eléctrico, instalación de red de aguas blancas y residuales, cuidados de niños y adultos enfermos en soledad, consuelo, llanto, alegría, amistad, reuniones periódicas con niñas-madres (de 13 a 17 años) con sus niños en brazos como única propiedad para darles alegría y ganas de vivir.
Tu vida hermano Pablo, ha sido un estar en una constante disponibilidad para todo aquello que humanizase, alegrara y dignificara la vida de los pobres. Dios mío, ser amigo, solidario, hacer de médico, cuidador, padre, madre, hijo, juez, etc., era tu vida. Allá en el cerro no queda otro remedio si es que un día te decides a gastar la vida, o a “perder el tiempo”, por los más excluido de todo, los que no cuentan, los que son solamente números en alguna estadística de las que manejan los poderes opresores gubernamentales.
Nacido todo ello del compromiso comunitario son, a un nivel aún inconsciente, “espacios de oración”, obras de fe que nos salen al encuentro en nuestro camino. Las callejas, las piedras, las reuniones en tal ranchito, las personas comprometidas o no, que se localizan en los habituales recorridos por el barrio y lugares más comunes de trabajo, van creando un espacio nuevo para el encuentro con el Dios Vivo. Consecuencia de todo esto es que se da un tiempo nuevo, imposible reducir a la “hora de la oración”, donde el convivir en situaciones de pobreza podemos ser sorprendidos por el aquí y el ahora nuevo.
Es el pasar y el estar pasando una y otra vez para acostumbrarnos a ver la posibilidad que el Espíritu despierta. El clima de oración ya no es esa paz, lejos de ruido y ajetreos, sino el ambiente de la opresión, la sorpresa, la contradicción social que nosotros mismos somos, el conflicto sociopolítico y eclesial que provoca la exigencia inextinguible de la libertad y justicia de los oprimidos. La esperanza y alegrías que siempre nos sorprenden como experiencias de resurrección en las inesperadas resurrecciones comunitarias y personales.
Abrir horizontes nuevos en el barrio también ha sido una constante, una lucha continua ante los organismos oficiales de turno, quienes privan a estas personas del tener y del saber con múltiples formas. Todavía recuerdo lo que te dijo un comisario de la policía al que acudiste pidiendo protección para nuestras vidas, que fueron amenazadas de muerte por una banda de “malandros” por el solo hecho de haber ayudado y conseguido sacar de la cárcel a unos jóvenes inocentes (hijos de nuestro vecino Sr. Alirio) acusados de asesinatos: “Mire hermano, mátenlos ustedes y nos avisan para ir nosotros a recoger los cadáveres”.
¡Dios mío! ¿Cómo narrar tanto sin sentido, tanto sufrimiento, tanta espera, tanta puerta cerrada al pobre, tanto desprecio y humillación como tienen que soportar? Cada mañana, cada noche, cada día, es un dolor distinto el que aparece, pero a pesar de sentirse burlados e ignorados, siempre esperan (la mayoría de ellos) que amanezca un día un poco mejor para gastarlo de nuevo en la esperanza de un vivir más digno. Sólo unos pocos, quizás los más débiles, esperarán el “nuevo día” para pasarlo sobreviviendo, pues para estos la vida se les ha vuelto una fatalidad. No hay más que leer los grafitis (otra de las formas de comunicar su profundo sentir…) que aparecen en algunos muros de cualquier esquina. Como, por ejemplo, el grafiti aquel con enormes letras que decía: “De luto por la vida” (…)
Fue tatuado en tu corazón, cómo la Palabra del Evangelio resuena en la comunidad de los pobres. Cómo el “pan nuestro de cada día” no es una metáfora, sino una realidad sin provisiones. Cómo ellos entienden con la propia vida la casa construida sobre arena, sobre cloacales, sobre terrenos infectos y peligrosos, siempre expuestos, una y otra vez, a quedar en la calle. Sólo desde aquí se comprende en todo su dramatismo la figura de Cristo.
El oprimido entiende el lenguaje del oprimido, y el mensaje del Evangelio está escrito en lenguaje del oprimido, de marginados sobrantes de la sociedad constantemente amenazados. Tú, Pablo, experimentaste que no puede haber evangelización del oprimido sin comunidad de vida con él. Que la humanización, el respeto y cuidado a cada ser, es el lugar o el camino de acceso a Dios. Tengo que decirlo: Te admiraba descubrir a Dios siempre nuevo en el corazón de cada pobre, especialmente en los más pequeños, de hecho, no podías ver sufrir a ninguno de ellos. Así, leer la Palabra de Dios entre los pobres era para ti verla nacer y contemplarla diferente y nueva cada día. Es en esos lugares de indigencia donde se manifiesta con más fuerza la gracia salvadora de Dios.
Pero también, allá en los barrios, es donde viviste “la noche oscura de la historia”, los frenos en la acción, la incertidumbre en los planteamientos, la inseguridad sobre uno mismo. Viviste la debilidad del oprimido y estuviste expuesto a los riesgos de ellos, los pobres. Pero, sobre todo, viviste la inseguridad de haber descendido hasta el fondo y no encontrar salida, el riesgo de ver demasiadas cosas y quedar definitivamente herido, el que algo íntimo en ti se rompa. Porque cuando uno ha visto y vivido todas esas masacres, lo dulce de la sociedad te empieza a saber amargo…
Abandonarse a esta oscuridad donde han sido “enterrados” los predilectos del Evangelio es darle toda posibilidad al Espíritu para que nos pueda resucitar a la vida. Es mediante el rostro del pobre que llegaste a ver lo que durante tanto tiempo a nuestra existencia le cuesta captar: el pobre es ley viva que juzga el valor de una vida, de una sociedad, de la Iglesia. Respetando otros pensares, afirmamos con rotundidad: El pobre es realmente juicio último, final inapelable de la verdad o la mentira de cada día. “Bendito seas, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla (MT 11,25).
Y así, sin esperarlo, y aunque alguna vez lo presentiste y compartiste…, el riesgo, o más bien la equivocación e insistencia de otros desde la distancia, la obediencia se impuso en tu comunidad. Por obediencia caíste en la contrariedad, en la falta de atrevimiento, en el dolor, que tanto te ha maltratado interiormente en estos últimos años de tu vida... Este ha sido tu desconsuelo, y también tu continuo arrepentimiento en los años posteriores a la “salida” del barrio.
Aunque nunca, nunca te fuiste ni dejaste de seguir ayudando, de amar a todos esos pobres que te llevan en sus corazones. Como prueba de todo lo que escribo, basta recordar lo que no me fue extraño escucharte decir un día, de los últimos meses de tu vida, cuando el dolor de tu enfermedad se te hacía insoportable. Escuché estas palabras salidas de lo más profundo de tú corazón: “Tengo miedo” -silencio- ¡“Quién me diera alas de paloma para volar lejos y reposar”! (Sal 55,6-8), -y añadiste con esfuerzo: “Reposar entre los pobres de Caracas”.
No puedo, en tu nombre hermano Pablo, dejar de mencionar, entre otras muchas, a las siguientes personas. Yo sé que tú siempre agradecías… No, Sra. María, Angy, y Blanca (“maestras”), no es posible olvidarlas a ustedes. Ocupasteis un lugar preferente en el corazón del hermano Pablo por largos años. Ustedes fueron los ángeles del hermano desde un principio con vuestro trabajo, cuidado, cariño y empeño en dar lo mejor de vosotras a estos jóvenes.
Gracias Fray Felicísimo, Fray Jero, por vuestra ayuda y la de otros hermanos. Gracias a tanta gente de Granada, España, en especial a la Sra. Marieta, a la Sra. Amparo, y a vuestra ONG SETEM en favor de los pobres durante tantos años. Gracias a vuestra generosidad se fueron haciendo realidad muchas esperanzas en aquellos corazones, tanto bien para los más débiles y excluidos del lugar: Niños y ancianos. Esto nunca lo olvidaba el hermano.
Y termino con tres notas de entre las muchas recibidas de las personas en los barrios de Caracas, con motivo de tu partida hermano Pablo hacia el Padre. Como nos comunicó la Sra. Julieta, amiga, madre, y alma de aquellos queridos barrios inmensos, al saber la triste noticia: “Un ser maravilloso, de luz, solidaridad, amor, servicio, ternura, paz. No olvidaremos el servicio al lado de los más pobres de nuestra comunidad. Seguiremos su legado de humildad y amor a Dios. Él nos transmitió el Evangelio en vivo, como los antiguos apóstoles, fue testimonio viviente del Señor. Descansa en paz, querido hermano nuestro. Personas como tú, nunca la volveremos a tener con nosotros”. Amén.
O como dijo el Sr. José, nuestro vecino y defensor, con la humildad que lo caracteriza, al saber también de tu partida: “El Hermano Pablo forma parte de nuestras vidas, de nuestro ADN. Nosotros y nuestros hijos, lo tendremos siempre en nuestros corazones”. Amén.
Y, por último, con las palabras de despedida de la Sra. Marina, en nombre de los pobres de nuestros barrios: “Siempre constante y con la mirada puesta en el futuro, fuiste sembrando semillas de ilusión y dando solución a los problemas de todos aquellos que a ti se acercaban. Creando bases firmes, catequizando y evangelizando. Haciéndote uno con nosotros, lograste dar alivio a nuestras penas y sufrimientos, Te entregaste a todo este pueblo que siempre añora tu presencia. Tu partida nos queda huérfanos, pero con la esperanza firme y la fe puesta en Dios. ¡Gracias, hermano Pablo! Seguiremos creando y cultivando lo aprendido de ti. Nosotros rogaremos al Dios de los pobres, al Dios de los olvidados, por ti. Siempre tendrás el cariño y el recuerdo de todos nosotros. Hoy lloramos en silencio. Nos cuesta mucho, pero mucho, y no queremos decirlo... ¡Hasta luego!” Amén.
Posdata: De justicia es el estar unidos con todos los pobres, enfermos y marginados, forzados a no ser personas según los criterios de nuestra sociedad, y en los que Dios, el Misterio, se asoma a nuestras conciencias con inapelable exigencia de justicia, de hacer valer el derecho de todo oprimido, a vivir como persona. Creer activamente que estos pobres poseerán la tierra es un acto de fe y confianza, pero también de justicia al mismo tiempo. Es el camino de Cristo, el camino de la humanización que nos sigue esperando y que siempre está abierto a algo más. Camino que toda persona puede recorrer, en todo tiempo y lugar, sin importar el nombre que le pongan, pues Cristo ya no es un camino simbólico o religioso. Cristo es el humano pleno, la puerta hacia Dios.
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En memoria de nuestro hermano y amigo de todos: Fray
Pablo Granado (1933-2022)
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