Hace menos de un mes tomé el hábito dominicano de manos de los que ahora son y serán mis hermanos, comencé así mi año de novicio en la Orden de Predicadores (Dominicos). A la luz de este momento tan significativo, rememoro el camino que he andado y pienso en como el testimonio de algunos compañeros de camino ha sido determinante para llegar hasta aquí. Mi cometido obedece a compartir mi fe y vida con ustedes como cristiano y ahora como fraile dominico. En estas cortas líneas quiero expresar cómo Dios ha mostrado su infinita misericordia y amor conmigo al hacerme el llamado para vivir como consagrado.
Ante todo quiero junto a ustedes dar gracias a Dios por el don de la vocación a la vida religiosa, en esta acción de gracias están mi familia, los amigos, los frailes y todos los que me han acompañado y lo siguen haciendo hasta ahora.
Como es evidente en mi camino transcurrido con los años que tengo, mi carrera, ocupación y grado universitario, mi vida ha conocido ritmos y timbres diversos. Siendo adolescente sentí la llamada a la vida consagrada y así la experimenté en un breve tiempo dentro de una comunidad, sin embargo, también sentía otra vocación no menos importante, la medicina. En medio de la encrucijada terminé por responder a la llamada para la profesión médica, móvil principal por el que salí de Venezuela mi tierra natal con el objetivo de cursar la carrera universitaria en Cuba.
Transcurridos los años en medio de logros académicos, regresé a mi país y luego de un breve tiempo allí, recién graduado, se asomó la oportunidad de viajar a España para ejercer como médico, tomé la decisión de aceptar esa propuesta y una vez en estas tierras, seguía comprobando que el amor de Dios sobre nosotros no tiene límites y es que muchas veces nos olvidamos de las promesas que le hacemos a otros, más Él nunca se olvida de sus promesas y permanece fiel.
Aquella vocación religiosa que sentí, aparentemente arrinconada, me seguía quemando por dentro, seguía allí, latente. Hubo momentos en mi vida en donde estaban muy presentes dos sensaciones, vacío y cobardía (infidelidad). La sensación de vacío radicaba en que pese a la consecución de un estatus social y económico apreciable, no era feliz. Esa búsqueda de felicidad me condujo a la reflexión, meditación y oración concluyendo en una pregunta troncal ¿Cuál es mi lugar en la vida? tras un largo tiempo de búsqueda con algunos grupos cristianos y congregaciones religiosas, me di cuenta de que Dios me invitaba a una relación de amistad en donde mi corazón debería ser solo para Él.
A lo largo del tiempo surgían preguntas y respuestas que me dejaban inquieto, respuestas me conducían a otros cuestionamientos y así sucesivamente. Vivía con cierta añoranza cuando pensaba en esta opción de seguir al Señor más de cerca y no quería llegar a un punto donde por la avanzada edad, no pudiera ser posible.
Comencé entonces a pedirle al Señor un mayor discernimiento. Llega el año 2020 y terminando el mes de enero vuelvo a ver después de 20 años a un gran amigo y fraile Dominico. Fue un reencuentro con él, pero de cierta manera también un fue un reencontrarme conmigo mismo. Ese mismo día, después de una amena charla, le manifesté mi deseo de ver la posibilidad que él fuera mi compañero espiritual en este discernimiento y comenzamos a trabajar en ello. Debo decir que no quería ser Dominico, jamás me lo había planteado, pensaba en cualquier otra familia religiosa, de hecho mi cabeza estaba llena de algunos prejuicios hacia la Orden (recuerdo y sonrío) y es que al pensar en este tiempo me maravillo ver a Dios obrando en este caminar.
Ya después vinieron algunos momentos en los que se mantuve contacto con las comunidades y el ver a esos frailes despertaron las ganas de conocer más. Comencé entonces a decirle a este amigo y hermano: "Háblame de Santo Domingo", cuéntame de tu noviciado, ¿hay Dominicos médicos? Entre otras tantas preguntas. Iniciaba así el conocer, el enamorarme y el amar a la Orden. Me ofreció algunos textos, otros los buscaba por internet, por la página de la Orden entre otros. Mientras leía y buscaba, más me enamoraba del proyecto de Dios en Santo Domingo y pensaba "cuanta ignorancia había en mi cabeza respecto a toda esta gran familia religiosa".
Así fue como llegué a sentir que podía haber un lugar para mí en la Orden y que el carisma de la misma se acoplaba a cómo deseaba consagrar mi vida a Dios. Sentía una voz en mi interior "éste es tu lugar. Ahora podía experimentar miedo, ilusión y alegría. Ante tal fenómeno recordé que frente a la duda es prudente no dar ningún paso. No obstante, la ilusión era mayor que el miedo y eso me producía mayor alegría.
Pasa el tiempo y cuándo parecía que se acercaba el momento de ingresar en la Orden, algo ocurría. Llegó la pandemia, obstáculo y retraso de muchas actividades de los dos últimos años, no fue forastero en medio de mi proceso de discernimiento. Todo se paralizó y, mientras tanto, me mantenía con muchas ganas de seguir en la Orden en medio de mi trabajo.
En el hospital, como especialista en enfermedades infecciosas (Infectología) viví de cerca los golpes y latigazos ocasionados por este virus mundial que dejó tanto sufrimiento y dolor. Sentí en carne viva la fragilidad humana. Con la pandemia se desenterró la fragilidad, la dureza y la experiencia de dolor y sufrimiento jamás vivido a pesar de los años de experiencia y es por ello que puedo deducir que la medicina es una vocación dentro de una vocación más grande.
Después de vivir escenas en las que el protagonista era el llanto desgarrador ante la enfermedad y la muerte, pude asistir al real Monasterio de Santo Tomás en la ciudad de Ávila. Allí estuve en la ordenación sacerdotal de tres frailes, de tres países distintos y pertenecientes a una misma provincia, a una misma Orden religiosa, a una misma iglesia. Lo viví en primera fila y descubrí que a cuando Dios llama, lo hace por tu nombre y con una misión singular dentro de su viña y para su rebaño, fue entonces cuando dije, sí, aquí estoy Señor.
Pasando una mirada sobre estos últimos acontecimientos y de todos esos sucesos, afirmo , que Dios me ama y que a pesar de no responder con tal firmeza en mi adolescencia Él tenía un plan para mí y sabía que con la experiencia como médico (casi 18 años) sería la manera en la que Él mismo me emplearía, como el cincel en manos del escultor, para la predicación, sobre todo, una predicación impregnada de compasión parecida a lo mejor a la vivida por nuestro padre Santo Domingo de Guzmán, un santo que a mí cada día me dice tanto, eso, independientemente de ser el fundador de nuestra Orden.
Hoy en día, gracias a Dios, por su infinita misericordia estoy en Sevilla-España, haciendo el año de Noviciado, proceso de formación cuya finalidad es la configuración como fraile dominico y predicador de la gracia. Estoy con un grupo de hermanos que a pesar de pertenecer a otra provincia nos sentimos miembros de la Orden, en realidad, miembros de la Familia Dominicana, hijos todos de una sola Iglesia.
Creo que la Misericordia, la gracia y el amor de Dios en mi vida me hace pensar y manifestar dos cosas, una muy conocida como refrán "el tiempo de Dios es perfecto" y la otra es, que los sueños que tenemos, a veces, si no los perseguimos, acaban ellos persiguiéndonos a nosotros, porque en ocasiones no somos los que escribimos esos sueños en nuestros corazones, sino es Dios mismo obrando en ellos como regalo para nosotros.
Desde el regazo de la Virgen María, en la advocación del Rosario, y de nuestro padre Santo Domingo de Guzmán, deseo que mis letras sean leídas por otros que se encuentren en esa incertidumbre y que sirva para animarlos a dar el paso, con miedo, no importa, pero den el paso, Dios no nos dejará defraudados. Amen
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