Sin duda nos preguntamos tantas veces si nuestra misión “predicadora” es real en cualquiera de nuestros centros educativos. Es que nuestros jóvenes y niños ¿están para sermones?
Ciertamente, no podemos renunciar a una misión que es parte integrante de nuestra razón de ser: llevar el mensaje liberador de Jesús a todos los confines de la tierra y eso lo vamos a ir haciendo a través de los granos que cada uno de nosotros podemos aportar cada día.
Nuestros centros educativos son lugares de encuentro.
En la convivencia con los demás vamos creciendo como personas y como grupo, entendiendo que aportamos y recibimos y juntos vamos construyendo una sociedad con valores como es la comprensión, el diálogo, la responsabilidad, el compartir, la empatía y juntos también experimentamos que somos importantes para los demás. Es decir, creamos comunidad.
Somos, además, un grupo de buscadores de la verdad. A través de los distintos aprendizajes, intentamos adentrarnos en el mundo de la cultura y la ciencia. Una cultura dispersa, que abarca al mundo entero con grandes diferencias en los planteamientos, pero iguales en la búsqueda de felicidad, donde cada ser humano busca un espacio en el que necesita ser amado y reconocido, en su deseo de plenitud.
Somos a la vez buscadores de Dios. Jesús nos muestra a ese Dios que no se desentiende de nuestra historia y en el encuentro con él en la oración, descubre su presencia personal en cada una de las vidas, en cada historia. La maduración en la fe es parte integrante de nuestro día a día y se va haciendo visible en el encuentro con los demás, en la ayuda mutua, en la solidaridad.
Y de la satisfacción interior brota la necesidad de compartir fe y vida. Nuestra misión como cristianos y dominicos es ser testigos de aquello que vivimos en nuestros colegios en la oración de cada día, en las celebraciones litúrgicas, en la preparación de la Navidad o la Pascua. Porque como discípulos de Jesús y seguidores de Santo Domingo no podemos callar lo que hemos visto y oído.
Como educadores, en algunos momentos, podemos sentir el desánimo de un trabajo infructuoso, en el que desearíamos ver resultados inmediatos. Por eso no podemos olvidar la palabra de Jesús que nos dice que “el reino de Dios es comparable a la semilla diminuta que con el tiempo se transforma en un arbusto frondoso”
Los gestos y la constancia van llenando la vida de las personas de vivencias que, a veces quedan adormecidas. Como con el tiempo se han ido asumiendo y alimentando los sustratos profundos de las personas. Por eso poco a poco se va “sacando del baúl” lo viejo y lo nuevo para ir dando vida a las vivencias posteriores.
Esperamos que cada uno de nosotros sepamos ofrecer a nuestros niños, adolescentes y jóvenes las mejores vivencias positivas que den consistencia a sus vidas.
Cuando digan “qué recuerdos tan bonitos conservo de mi colegio” alegrémonos, aunque sean otros los que las escuchen. O nosotros de otras personas. Es que el Señor Jesús ha guiado nuestros pasos ofreciendo lo mejor de nosotros mismos.
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