En el año en el que celebramos el VIII centenario de su muerte, no nos resulta contradictorio celebrar una muerte, puesto que, en nuestro contexto cristiano, este oxímoron cobra sentido al tener la certeza de una vida eterna. Así, celebramos que nuestro Padre fundador se reencontrara con Dios, quien ya se había acercado al Santo en vida; y con María, inspiración inagotable de la Orden de Predicadores.
A lo largo de estos ocho siglos, sus enseñanzas han calado a todos aquellos que percibían un trabajo y una devoción que contagiaban a su paso, al principio, por quienes le conocieron y más tarde por los predicadores que han mantenido esa llama siempre viva. Sin embargo, en el siglo XXI, la tarea se vuelve más ardua. Así como el mundo ha avanzado en muchos aspectos, en otros tan vitales como los principios que determinan el crecimiento moral se han desatendido.
Nos movemos en el mundo del materialismo, de la exigencia continua con nosotros mismos, de la falta de tiempo, de las continuas prisas y del interés personal. Todo esto hace que nos olvidemos del otro, que confundamos libertad con libertinaje, que no nos escuchemos y que apenas valoremos la compañía del otro, del que nos acordamos cuando ya no está.
Por eso, necesitamos tener presente hoy más que nunca las enseñanzas de nuestro santo dominico: la oración como un momento de meditación para con nosotros mismos, el amor por encima de un reproche o un juguete, la fe como antídoto frente a la duda, el estudio como un reto de mejora personal o la comunicación, frente al silencio.
Cuando, como fieles, hayamos interiorizado estas enseñanzas, seremos capaces de entender nuestra labor dominicana: Contemplata aliis tradere-Comunicar a los demás lo que se ha contemplado, es decir, predicar con los valores de nuestro Santo. No es casualidad que el Papa haya elegido un lema tan similar al legado de Santo Domingo en el año de su centenario para la campaña del Domund 2021: “Cuenta lo que has visto y oído”.
Ahora bien, nos aviene una pregunta como continuadores de su labor: ¿Cómo comunicarle al prójimo lo que he oído de Santo Domingo? La respuesta, de nuevo, está en sus enseñanzas: la empatía, ésa con la que miramos con los ojos del otro, escuchamos con los oídos del otro y sentimos con el corazón del otro.
Este rasgo humano que ha ido difuminándose con el tiempo es el instrumento clave para la educación de nuestros hijos, la paciencia en nuestras relaciones familiares, las reconciliaciones con viejas amistades o un buen trato con nuestros compañeros. En definitiva, ponerse en el lugar del otro es la pieza imprescindible para una reactivación de la humanidad que deje atrás la ambición, el poder, el materialismo o el egoísmo que rigen la moral actual y en el que nos hemos ido dejando llevar por el “progreso” de la sociedad.
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