martes, 22 de febrero de 2022

¡CÓMO QUISIERA CREER!, Fr. Felicísimo Martínez

 

Se celebraba un funeral en la Parroquia del Rosario de los Dominicos en Conde de Peñalver 40, Madrid. La asamblea estaba compuesta básicamente por los familiares del difunto y, en su mayoría, por el personal de la compañía aérea en la que trabajaba el joven fallecido. Entre los asistentes había ejecutivos de alto rango en la Compañía.

Reinaba en el templo ese silencio solemne y denso que la muerte impone cuando pasa a nuestro lado. La muerte tiene, al menos, esa capacidad de devolvernos cierta lucidez para pensar la vida. Nos pone delante las preguntas más definitivas sobre la vida. Nos obliga a preguntarnos en qué consisten el éxito y el fracaso en la vida. Estas preguntas se hacen más dramáticas cuando se trata de una muerte prematura, pues las muertes prematuras siempre son consideradas como dramáticos fracasos. El joven ejecutivo apenas contaba 35 años.

El dominico que presidió la eucaristía preparó con especial esmero su homilía. Por experiencia sabía que, durante los funerales, por lo general, hay en la asamblea una actitud muy receptiva a cualquier palabra que pueda aliviar el dolor del luto o abrir alguna ventana de sentido al enorme misterio de la muerte… y de la vida. No se da la misma receptividad en otras celebraciones de carácter festivo. El predicador hizo una meditación muy sencilla, pero muy honda y muy sentida, sobre el verdadero sentido evangélico del éxito y del fracaso en la vida. El silencio y la atención de la asamblea dejaba claro el acierto de aquella meditación. Daba en el blanco de las grandes preguntas que suscitaba la ocasión.

Terminada la celebración, uno de los asistentes se acercó a la sacristía y se dirigió al dominico en estos términos:

- Padre, quiero agradecerle de corazón las palabras que pronunció en su sermón.

Y añadió de inmediato:

- ¡Cómo me gustaría a mi creer lo que usted ha dicho!

Como normalmente lo que nos llega en la mayoría de los discursos o sermones suele ser una sola frase o una sola idea, el dominico le preguntó:

- ¿Y qué es lo que yo he dicho y que usted tanto quisiera creer?

El ejecutivo se extendió en la respuesta: “Mire, Padre, yo soy agnóstico; no soy creyente ni practicante. Pero Ud. dijo en su sermón lo siguiente: “Para nosotros, los cristianos, la fe en la resurrección significa que Dios no puede permitir que la vida de un ser humano termine en fracaso”. Eso es lo que yo quisiera creer. He tenido toda clase de éxitos en la vida: a nivel profesional, a nivel económico, a nivel social, incluso a nivel familiar… Pero siento que mi vida está vacía de sentido en medio de todos esos éxitos”.

Esta reacción del ejecutivo confirma el diagnóstico de un artículo reciente sobre el aumento de los suicidios. El autor del artículo afirma: “hace medio siglo casi todos los suicidios tenían como causa última un fracaso concreto a nivel económico, a nivel empresarial, a nivel afectivo, a nivel familiar… Hoy, la mayor parte de los suicidios tienen lugar a causa de la falta de sentido. Es un vacío de sentido que no, incluso cuando tienen lugar numerosos éxitos parciales”

La conversación sobre el éxito y el fracaso en la vida se prolongó durante varios minutos entre el dominico y el ejecutivo. No sabemos cuál fue el discurso de ambos. Solo sabemos cuáles fueron las últimas palabras que el dominico dirigió al ejecutivo.

Sonaron así: “Siga usted leyendo libros de autoayuda. Pero no se olvide de leer de vez en cuando alguna página del Evangelio de Jesucristo. Es una abundante fuente de sentido”. Este consejo define bien el propósito de toda predicación, la razón de ser de la Orden de Predicadores fundada por Santo Domingo.

 “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”.

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