viernes, 18 de febrero de 2022

PREDICAR EN UN MUNDO ANCHO Y AJENO, Mario Gómez

Sin duda siento que es un atrevimiento por mi parte hablar sobre predicación sin tener habilitación alguna para ello o encontrarme en posición de predicar hoy un mensaje cristiano, tal como se entendió antes la predicación. Por eso lo lógico es situarse en la posición de participación del mensaje proclamado en el Evangelio, procurando escuchar y comprender la verdad del otro que cuestiona la propia vida y el quehacer diario en el que con frecuencia nos situamos cómodamente. Y aunque no es el tiempo de los cátaros que le tocó vivir a Santo Domingo, sí es un mundo “ancho y ajeno” donde pervive la doble moral y el olvido de los sin voz.    

En los años de trabajo por esos “humedales del mundo” donde anduve, se termina por comprender que el acercamiento entre los humanos se da en primer lugar a través de la escucha, y especialmente de aquellos que llevan la señal del sufrimiento bien marcada en el cuerpo y en la mente. Y se entiende pronto que esos seres de desgracia transmiten algo más que lo que aparentan o lo que dicen los expedientes y atribuciones que están dominadas hoy por los triunfalismos sociales.

Y ciertamente que son con frecuencia “gentem non sancta” pero, aun así, con esa marginación a la que socialmente son sometidos, nos obligan a pensar o revisar la vida con nuevos criterios de interpretación, que no son otros que aquellos ya proclamados en el Evangelio. Personas a las que escuchando nos transmiten un deseo claro de conversión o de búsqueda de la verdad, aunque a veces con muchas vendas puestas en los ojos.

Pero en el mundo que nos toca vivir, el centro de la vida no se sitúa en la familia, la comunidad, el clan o el grupo o la Iglesia, sino que es el yo quien se corona en pauta y norma de conducta. La centralidad que en tiempos fue exclusiva de Dios se ha sustituido por el yo. Y esto tiene sus consecuencias morales, sociales y hasta políticas. Y ¿cómo no ha de tenerlas también religiosas? Y cuesta entender que es el otro quien te nombra y te permite ser alguien.

No podemos pretender que las palabras que nacen de la verdad cristiana halaguen los oídos de nadie, sino más bien que cuestionen radicalmente nuestro modo de vida. Al cabo es ir contracorriente de aquello establecido como correcto en estos tiempos. Pero toda verdad es así, que no sólo ilumina el camino de la vida, sino que también duele o hace tambalear los adentros, pero libera.

Es difícil saber si los actuales medios de comunicación tan veloces ayudan a la comunicación de la palabra humana, a la Palabra de Jesús, o más bien quedan banalizadas o reducidas a la propaganda dominante. Ya que es que la toda reflexión y conversión exige su tiempo de escucha y sosiego, además de buen ánimo. Y ello es lo que permite el captar y conocer el mensaje recibido. Por tanto, la Palabra no parece ajena al amor. 

En suma, creo que hoy como ayer, la predicación es una comunicación de esa verdad del Evangelio que supone un amor al otro, y una comunión con todos los que no tienen voz o se la negaron siempre. ¿No es acaso Palabra de Salvación?

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