Determinados sectores del pensamiento actual han renunciado abiertamente a confrontarse con las grandes cuestiones que habitan al ser humano en sus fibras constitutivas. Arguyen que “no tiene sentido preguntarnos por el sentido”.
He de indicar que me siento desasosegado con esta apreciación. Pienso y siento que lo propio del ser humano, aun sin encontrar respuestas, es preguntarse. Renunciar a las preguntas, particularmente a las preguntas últimas, exploradoras del por qué y el para qué de nuestra existencia, puede conducirnos, retrotrayéndonos, a etapas primitivas, donde la consciencia de ser humano adolecía aún de consolidación.
Estimo importante hacer de nuestra predicación una oferta de sentido y de esperanza para la gran familia humana en este momento presente de la historia. Y esto solo será posible cuando la predicación se centre en el Señor Jesucristo, haga de Él su contenido, su origen y su fin.
En Él hemos encontrado la Verdad que nos explica y la Verdad que nos realiza.
En el Señor Jesucristo, en su Palabra y en su Misión, descubrimos la Verdad que nos explica. De Él nos viene la certeza de poder anunciar con alegría que no estamos solos, perdidos en la inmensidad de los espacios siderales, fruto ciego de un inconsistente y caprichoso azar. Él afianza en nosotros la convicción de que nuestro origen y nuestra meta es el Amor del Padre Dios, que en su Misterio Insondable se ha hecho el encontradizo con la humanidad en esta larga, paciente y entrañable historia de salvación en la que Él, el Crucificado y Resucitado, es centro y garantía de Verdad. También de esperanza. Son los acontecimientos de su Pascua los que nos permiten proclamar que, pese al poder destructor del mal, éste nunca tendrá la última palabra.
Caminando con el Señor Jesucristo por las páginas de su Evangelio vamos descubriendo en su actuar la Verdad que nos realiza. Su amor sin fronteras, su paso por el mundo haciendo el bien, su cálida y efectiva compasión, su capacidad de perdón, su acogida cordial a los más vulnerables y despreciados... hacen que alcance las más plenas cuotas de realización humana. No en vano, el pasado siglo, un buen conocedor del Señor apuntaba de Él: “Alguien tan profundamente humano como Él sólo Dios podía serlo”. Transitando por estas mismas sendas también nosotros alcanzaremos esos niveles de humanización que ponen autenticidad al hecho de ser humanos.
Pienso que esta es la razón fundamental por la que nuestra predicación deberá ser siempre, en cualquier época y lugar, cristocéntrica. Y en esta cristocentralidad encontrará el coraje y la inspiración para seguir siendo una predicación profética, expresándose en cada circunstancia, y sin temor alguno, por encima y más allá de lo políticamente correcto para hacer prevalecer sin vacilar la causa de Dios y su proyecto sobre la familia humana, que indiscutiblemente buscará sin desfallecer el respeto al don sagrado de la vida, en sus múltiples e iniciales manifestaciones; y la dignidad, comunión y paz para toda la familia humana.