El VIII Centenario de la muerte de Nuestro Padre Santo Domingo marca también la exitosa y larga historia de predicación que sigue iluminando los corazones de cada generación. Mientras exista la necesidad de enriquecer la fe y saciar el hambre espiritual de cada generación, la predicación seguirá siendo nuestro carisma principal. Ahora, estamos llamados a predicar a la generación en la que, con la expansión de la ciencia, la tecnología e internet, la sociedad se encuentra cada vez menos religiosa y cada vez más secularizada. Aunque la mayoría continúa identificándose como cristianos, es obvio que la fe se ha convertido en una cuestión de mantener la tradición y la cultura, en lugar de ser una profesión libre y personal. Para muchos, la iglesia y la parroquia ya no son lugares para crecer y nutrir su fe, sino un lugar para ceremonias familiares y para cumplir con los requisitos sociales.
En otras palabras, desde el inicio de la digitalización hasta la expansión masiva de internet, la sociedad ha cambiado mucho. Cuando hablamos de nuestro carisma de predicar, tenemos que reconocer que se ha vuelto cada vez más difícil y aún más importante predicar la Palabra de Dios en nuestra sociedad de lo que ha sido en los siglos, particularmente en la sociedad occidental. Es decir, predicar eficazmente a nuestra generación, especialmente a aquellos (millennials y post-millennials) que se han distanciado de las prácticas cristianas y las celebraciones litúrgicas, es más desafiante.
Sin embargo, como dominicos que somos, creemos firmemente que nuestro Padre Santo Domingo nos inspira siempre a predicar con gran éxito a cada generación tal como inspiró por primera vez a sus contemporáneos hace 800 años. Él quería que sus hermanos predicaran el Evangelio “con la palabra y el ejemplo” y fueran instrumentos de la Gracia en todos los ámbitos de la vida y grado de inteligencia. Fue un gran predicador, no por su habilidad en el arte de la elocuencia, sino por ser “Predicador de la Gracia”, por ser un predicador que supo llevar los frutos del Evangelio a su generación. Siempre consideraba su propia vida como el terreno en donde la predicación poderosa crecía. Domingo respondió a la necesidad urgente de su generación, no solo a través de su predicación de la palabra de Dios, sino también a través de su testimonio de vivir la pobreza, la sencillez y el amor fraterno, como vivían los primeros cristianos.
Esta es la calidad de la predicación que exige nuestra generación, una predicación desde el púlpito de la vida, una predicación desde la experiencia personal, que realmente conmueve el corazón y despierte la fe, la esperanza y el amor que se han infundido en el bautismo. Porque, estamos predicando a la generación que ha sido profundamente influenciada por la ciencia y la tecnología, y, por lo tanto, es la generación que se convence y conmueve más fácilmente por el testimonio de vida que por las exhortaciones o las doctrinas.
Por eso, para nosotros los dominicos, ser un buen predicador de hoy, es primero ser contemplativos, y ser contemplativos es dejar que la Palabra de Dios y la oración arraiguen profundamente en la buena tierra de nuestra vida para que se convierta en un árbol grande de la predicación, para que los pájaros de nuestra generación disfruten de sus frutos y de su sombra. ¿Quién no se conmovería por la predicación que proviene de un corazón que agrada a Dios?
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