Tras leer el libro del padre Chus Villarroel sobre Santo Domingo de Guzmán eché en falta, y así se lo hice notar al autor, un capítulo dedicado a la relación de Santo Domingo con el diablo. En los primeros escritos sobre nuestro fundador se narra, por supuesto con el lenguaje y la visión del siglo XIII, algunos episodios curiosos de estos “encuentros”. Tal vez el más conocido sea la historia del gran pedrusco negro que está en la Basílica de Santa Sabina que el diablo lanzó a Santo Domingo para distraerlo de la oración.
En el mundo actual hablar del diablo se nos hace un poco exotérico. Casi todo el conocimiento que tenemos en este campo es a través de películas como el exorcista, en dónde es difícil conectar con nuestra vida del día a día.
Cuando yo llegué a Taiwán y poco a poco comencé a tener mis primeras actividades pastorales, me iba encontrando con personas que contaban experiencias para mi mentalidad occidental extrañas. Visiones de espíritus, sueños reiterados con difuntos, ruidos y voces inexplicables… que me hacían recomendar a las personas que me lo contaban una visita al psicólogo. Algo que muchos ya habían hecho con poco efecto.
Intentando evitar dejar a estas personas con una sensación de que visitar al cura era inútil, empecé a sugerirles que podíamos rezar juntos, pidiendo a Dios que mostrara su misericordia. En algunos casos la oración producía en estas personas reacciones que yo nunca me hubiera imaginado: frío, calor, tos y eructos compulsivos, dolores, vómitos, desmayos… El caso que más me sorprendió fue el de una niña de un año que yo había bautizado y cuya familia asistía a la misa dominical regularmente.
Su madre me comentó que en la última semana durante la noche estaba muy rara y parecía que tuviera pesadillas. Después de jugar con ella como muchos domingos y sentarla relajada sobre las piernas empezamos a rezar con la señal de la cruz. Al momento la niña empezó a llorar, aumentando el volumen y a la vez arqueándose sobre mis piernas. Nosotros, la madre y algún familiar que se unieron a la oración, seguimos rezando por unos minutos en los que poco a poco la niña fue relajándose y dejando de llorar. Acabamos con un Padrenuestro, Ave María y Gloria; y la niña volvió a estar tan tranquila y con ganas de reír y jugar. Al decir de su madre también recuperó la normalidad del sueño. ¿Quiero decir que estas personas están influenciadas por el diablo? No seré yo el que porfíe sobre la respuesta.
Lo que sí puedo decir es que estas personas necesitan un cuidado pastoral y que en la actualidad no es fácil encontrarlo. Algunos católicos con estos problemas se sienten avergonzados de acudir al sacerdote y prefieren ir a un templo, donde muchas veces no sólo no solucionan nada si no que empeoran su situación.
Involucrarse en este tipo de pastoral por otra parte requiere mucha paciencia y hacer frente a muchas incomprensiones y sensaciones de fracaso. Pero si "el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (I Pedro, 5) seguro que no mira con buenos ojos a los que aceptan este desafío.
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