Va, y me pregunta el editor de la revista: “Amigo, para ti ¿qué es predicar?” Mi primera reacción no es la puedo poner por escrito. Tras unos minutos de silencio y reflexión le contesté: “Predicar es ir cumpliendo mi compromiso bautismal con una misión concreta, ser testigo de la muerte y resurrección de Cristo Jesús.” Y esto no con la verborrea de los sermones u homilías, sino siendo “Evangelio”, “Testimonio”, con mi coherencia de vida.
Porque, mi querido Pedrito, cuando predicamos, ¿qué mensaje transmitimos, qué experiencia comunicamos? ¿Hablamos de experiencia o simplemente transmitimos ideas, teorías, teologías de moda? ¿Estamos al servicio de la Palabra, o nos servimos de la Palabra de Dios, para impactar y recibir parabienes y aplausos que alimenten nuestro ego?
No olvides Pedrito que, a veces nos encontramos con miembros de la feligresía que con su vida y presencia nos predican a los pastores. Muestra de esto es lo que te cuento seguidamente.
Sucedió en Venezuela, en una población de campesinos llamada Camirí, distante 45 kilómetros de la ciudad de Barinas donde estaba la sede parroquial. Antes de la misa escuchaba confesiones. Un domingo se acercó a confesar un señor mayor que comenzó presentándose: “Soy fulano de tal, estoy casado, tengo esposa y cuatro hijos, vivo con mi mujer en una parcela de seis hectáreas, tengo tres vacas, unos gorrinos, gallinas y un pequeño huerto. Como no tenemos recursos propios, yo trabajo para otros vecinos, limpiando prados, arreglando cercas etc.
En esta situación económica y sabiendo que no podía mantener mucha descendencia, evitaba todo contacto marital con mi mujer, pero a pesar de eso, tres de los cuatro hijos no son míos; sin embargo, los he aceptado y educado como hijos. Es más, un día regresé a casa porque se me había olvidado una herramienta y sorprendí a mi mujer con un hombre en mi propia cama. Llevaba el machete en la mano, pude haberlos matado, esa fue mi primera reacción. Padre, no lo hice porque quiero ser cristiano. A pesar de todo esto nunca he maltratado a mi esposa, la he perdonado.” ¡Qué bien me predicó este campesino! Eso es ser cristiano y lo demás es cuento. Transcurridos 31 años todavía sigo impactado por este testimonio.
El segundo testimonio sucedió el día 9 de octubre pasado. Todo surgió durante el montaje y desmontaje de la exposición “En la mesa con Santo Domingo”. Hablábamos de Noblejas, de Ocaña, de un paraje llamado “Torrique” que es una finca de labranza a orillas del río Tajo, dentro del municipio de Noblejas, y que en la década de 1830 al 1840 pertenecía a los dominicos de Ocaña.
Que hay un camino conocido por ocañenses y noblejanos con el nombre de “Senda de los Frailes…” Así las cosas, decidimos programar la primera “Predicaminata con santo Domingo a Torrique”. ¿Qué pretendíamos con esto? Pues convocar a ocañenses y noblejanos el día 9 de octubre en la entrada del convento, recorrer la senda de los frailes, llegar a Torrique, celebrar una eucaristía en acción de gracias y pasar el resto del día compartiendo viandas y mantel en total hermanamiento en la mesa de Santo Domingo. A juzgar por las fotografías y por los comentarios de los participantes, misión cumplida y con nota alta.
Así pues, ¡oh, Pedrito! otra manera de predicar es posible.
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