Este año, nos hacía mayor ilusión si cabe, ser testigo en primera persona del reencuentro de nuestros alumnos, después de tanto tiempo, con sus iguales. Para llevar a cabo esta “vuelta a la vida”, debíamos, como centro, devolver la confianza a toda la comunidad educativa y mostrarles que ese temible miedo que paralizó nuestra rutina en los últimos meses, había quedado atrás. La experiencia ha sido dura y hemos pagado un peaje altísimo, pero también lo hemos admitido como nuestro nuevo compañero en el camino, ése que sigue siendo aún rocoso, claroscuro y, por momentos, angustiante.
La historia del mundo nos muestra muchos momentos de catástrofes, guerras o pestes que han tenido como protagonista al miedo; simplemente, se nos había olvidado que convive con nosotros. O quizá cada uno ha lidiado con el suyo propio y se ha olvidado de que el miedo también puede ser común y acechar a una comunidad entera. Por eso, el primer día de clase comencé con un ejemplo cinematográfico: La vida es bella. Les mostré el fragmento de película donde el padre “traduce”, desde su desconocimiento de la lengua alemana, las reglas del campo de concentración a su hijo y a todos los refugiados. El padre manipula la traducción llevándola al punto de convertir la situación en un juego, y muestra al espectador que se puede llegar a controlar el miedo bajo unas condiciones tan extremas como fue el genocidio judío.
En el intento de paralelismo de esa situación con mis estudiantes, los soldados alemanes representarían el coronavirus; mientras que la desesperación por ver a los suyos y la resistencia al hambre serían las consecuencias que el miedo provoca si no se es capaz de lidiar con él. En la película, tienen la oportunidad de salvar su vida quienes son capaces de soportar las reglas y de aceptar al miedo como parte de su vida. Mis alumnos fueron capaces de entender la metáfora y trasladar esa escena de ficción a nuestra situación actual: todos estamos en el juego y solo ganaremos si seguimos las normas y somos capaces de saber convivir con el miedo.
En España sufrimos el confinamiento más extremo del mundo, sin poder salir de casa durante tres meses salvo para lo estrictamente necesario y, cuando pensábamos que ya estaba controlado, se descontroló de nuevo coincidiendo con el comienzo de curso. Ante tal caos, algunos padres optaron por no llevar a sus hijos al colegio por miedo a contagiarse en el centro e infectar a la familia. Es un miedo entendible y compartido por todos, ya que, nosotros, como docentes también tememos infectarnos y contagiar a los nuestros, pero ante esta situación, la profesión que elegimos nos lleva, inexorablemente, a la premisa que define el filósofo Paulo Freire: “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.
De esta manera, debíamos hacer ver a esos padres que nosotros estamos en primera línea, cubriendo las necesidades personales y académicas de sus hijos y que la mejor enseñanza que podemos inculcarles en este momento es enseñarles que el miedo es un sentimiento más de la vida. Es por esto que el centro debía de convertirse en un lugar seguro para toda la comunidad educativa, un lugar en el que volver a enseñar, a aprender, a formarse en valores, a interactuar y a volver a disfrutar del trato personal, pero esta vez, al lado de un nuevo compañero de clase: el miedo, que pasaría con nosotros el curso escolar 2020-21.
La confianza y el miedo, dos sentimientos humanos, en principio opuestos, pero en fin encontrados, son este año nuestros compañeros de curso por igual. No obstante, tendremos presente que el miedo no pasará de curso ya que, como nos advierte Cervantes en boca de sus personajes inmortales, el mal no es eterno. Por otro lado, intentaremos que la confianza se mantenga a nuestro lado, curso a curso, como fiel compañera de vida académica y personal de nuestros alumnos.
Los primeros meses del curso marcarían el devenir del año más que nunca. Septiembre y octubre eran claves para la recuperación de la confianza perdida en primavera por un virus mortal. El otoño es la nostalgia de la primavera, pero este otoño no es tan nostálgico como acostumbra, sino más bien, un otoño con sabor a una primavera que este año no pudimos disfrutar. Es “el otoño de la confianza” y somos conscientes de nuestro cometido teniendo muy presentes las palabras de Piaget: “Solo la educación es capaz de salvar a nuestras sociedades de un posible colapso, ya sea violento o gradual”.
Es la oportunidad de doblegarse, de ser también marzo, abril, mayo y junio, el otoño de la vuelta a las aulas tras seis meses, la ocasión de demostrar nuestro crecimiento personal de la primavera pasada, que hizo que el colegio quedara mudo tanto tiempo. Las ganas de volver nos han hecho obviar el paso del tiempo y comenzar el curso advirtiendo al miedo y reforzando la confianza mediante aquellas palabras del pensador de la escuela salmantina: “Como decíamos ayer…”