viernes, 7 de mayo de 2021

LA CONFIANZA NOS SUBLIMA, EL MIEDO DERROTA UN MONASTERIO, Monasterio Dominicano, Trujillo, Cáceres

Hay un principio filosófico que habla de la “unidad de los contrarios”. Este principio puede ser aplicable para el tema que nos ocupa al hablar del “miedo y confianza”.

Para llegar a la “unidad de los contrarios” se requiere encontrar el punto neurálgico como lo supo hallar la inteligencia de S. Agustín  uniendo así los contrarios del bien y el mal: “Siendo Dios el sumo bien, de ningún modo permitiría que existiese mal alguno en sus obras, si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal”. Willian P. Alsto señala: “no hay modo alguno  de excluir la posibilidad de que los males  tengan algún sentido en el plan de Dios”.  

El miedo se define como una sensación de  angustia provocada por la presencia  de un peligro real o imaginario, mientras que la confianza nos pone en una situación esperanzadora que nos da la seguridad para emprender  cualquier acción por difícil que sea.

 La pandemia provocada por el Covid-19, ha hecho temblar  los cimientos de una humanidad que se creía en posesión de hacer frente ante cualquier dificultad desde los avances científicos. Nos ha pasado un poco como a los que construyeron el Titanic, que, examinando toda la técnica, no encontraban nada que le pudiera hacer hundirse; no se les pasó por la cabeza que un iceberg pudiera llevarle a su derrota total. Esa es la autosuficiencia del hombre, la arrogancia  humana, un pecado que para el hombre bíblico tiene graves consecuencias, hasta el punto de hacer exclamar al salmista: “preserva Señor a tu siervo de la arrogancia para que no me domine, así quedaré libre e inocente del gran pecado”.

En general, podemos pensar que el microorganismo “coronavirus” ha centrado a la humanidad en el miedo, un miedo que en muchas personas ha rozado el terror. La confianza ha quedado por así decir, para dos sectores: el optimista y el creyente; pero la visión creyente es la más certera, la que ha sabido y está sabiendo  dar el salto a la trascendencia, el salto al Dios de la vida, porque como decía Chesterton: “Quien no cree en Dios, creerá en cualquier cosa”.

El miedo en el monasterio es transformado en confianza con el poder de la oración, pues desde la contemplación del rostro de Dios, no cabe otra posibilidad que la confianza. La oración se hace intercesión y se sitúa en la realidad sufriente de los demás, acogiendo el dolor desconcertado de los otros, ensanchando la capacidad del espacio claustral, abierto a toda la humanidad.

Al analizar los acontecimientos sabiéndonos colocar  en la ribera de lo eterno, el miedo va cobrando menos importancia. Ciertamente, el Covid ha sido lo inesperado, algo que no pudo sospechar el hombre de hoy sorprendido precisamente por los hallazgos científicos.

 En el monasterio afrontamos el miedo natural que afecta a todo ser humano, cambiándolo por la confianza más plena en el Dios que mueve los hilos de la historia y que gobierna todo cuanto existe. Hemos vivido y seguimos viviendo cada día  desde la comunidad y desde el ámbito personal, dando ese salto para pasar del miedo a la confianza, para dar paso a lo trascendente  y hacer experimentable en nosotras, que el poder de Dios es más fuerte que todo lo que acontece.

 Pero  el miedo es muy astuto y sutil, tiene un objetivo: convivir con nosotros, con todo ser humano, y en el caso concreto de la pandemia, hacernos perder toda creatividad, como si el ser humano no tuviera ya sitio en la historia y en el planeta. La pandemia pasará y mientras tanto hay que orar esta frase de uno de nuestros himnos de Completas: “Ya cuando todo pase, será el octavo día”, el DIA DE LA RESURRECIÓN DE CRISTO Y DE TODA LA HUMANIDAD RESUCITADA, donde ya no habrá en nosotros zonas muertas, sino resucitadas, viviendo al calor de las brasas del Resucitado en la alborada  de los cielos nuevos y la tierra nueva.

Desde esta realidad, tratamos de impulsar a cuantos contactan con nosotras la mejor y más tranquilizadora manera de vivir este tiempo de prueba dura que afecta a toda la humanidad que, por otro lado, está sabiendo descubrir valores que tenía enterrados, como pueden ser entre otros, el valor de la familia, del hogar para la construcción de un ser humano más fuerte desde la experiencia del encuentro, el amor, el diálogo y la fe.

La confianza en Dios nos sublima, nos eleva; el miedo por el contrario nos derrota. Es cierto que vivimos tiempos difíciles. El planeta está amenazado, las advertencias científicas van por ahí: los glaciares se están derritiendo, el nivel del mar subiendo, las consecuencias del cambio climático lo estamos viendo, y una humanidad aterrorizada por el Covid es otra realidad que todos vemos ante la expansión de los contagios.

Todo ello son indicadores de la queja del planeta que necesita ser tratado con cuidado y esmero, de ahí ese gemido y clamor al que debemos prestar atención extendiéndolo a toda creación, porque en la  creación se nos manifiesta la misma Belleza del Creador quien con su Palabra “dijo y existió, lo mandó y  surgió”. (Sl 33.9)

Que llegue al mundo dolorido desde nuestro corazón orante, el latido de nuestra plegaria.

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