AMANECER, en este nuevo número, quiere recoger toda una serie de
experiencias sobre la vida familiar en tan diversas culturas donde la Provincia
del Santo Rosario está presente. Vivimos la fraternidad (sororidad), en
nuestras comunidades. Somos familia con otros hermanos nuestros que nos están
cercanos por carisma (familia dominicana), por compartir un camino de Iglesia y
por pertenecer a la gran familia humana. Por tanto, queremos expresar toda la
red familiar en la que nos vemos envueltos. En la gran familia humana los tipos
culturales de familia arrojan tal diversidad de situaciones, que nos alertan
para ponernos a la escucha y nos dice cómo no podemos ser felices solos, cómo
necesitamos a los demás y cómo necesitamos abrir nuevas perspectivas para
vernos desde otros ángulos y percepciones multicolores.
La experiencia bíblica de los orígenes nos habla de la familia
bendecida que ni siquiera sucumbió con “el pecado” de la primera pareja; que
sigue bendecida incluso después del diluvio y con la expresa realización de la
bendición de la descendencia en Abrahán y en Jacob. No solo eso, familias
probadas y tentadas como la de Job, terminan por verse recompensada con dones,
entre los más importantes los hijos numerosos. No digamos de Tobías que, aún
tentado y desterrado fuera de su tierra, resiste la dificultad y vive los
auténticos valores de la familia judía.
Resalta también la experiencia de Rut, la moabita, que tiene que salir
de su tierra, hacer otra experiencia, cambiar de perspectiva para ser feliz
allí, en Belén, pero saliendo de su tierra, Moab. Rut ve la misericordia que
Dios le ha hecho, cómo ha sido bendecida, aceptando la pérdida del país y la
familia, con lo nuevo, y sin abandonar a su suegra, Noemí; Booz acoge a la
extranjera y excluida, para rehabilitarla, aunque sea a base infrigir normas,
leyes… o tenga que tomar riesgos. El futuro de Rut se construye saliendo. El
futuro doloroso puede llevar a tomar un camino nuevo, desde una nueva
perspectiva. Hay experiencias que nos abren, interlocutores que ayudan a
comprender y no replegarnos y morir tranquilamente.
Las experiencias del pueblo de Israel en Egipto o en Babilonia son
salidas que generaron vida y esperanza, sin ocultar el riesgo y la valentía de
experimentar a Dios de otra manera.
Tampoco se ahorra la experiencia bíblica narrar el atentado de Caín
contra su familia, la irreverencia de Cam contra su padre Noé, el engaño de
Jacob, las envidias y tramas de los hijos de éste contra su hermano José, las
intrigas del rey David y sus venganzas que terminaron en derramamiento de
sangre. Nuestro Dios quiso nacer y vivir en una familia; quiso aprender a
respetar, compartir, recibir cariño. En ese ambiente familiar se le reveló lo
que después Él va a abrir al mundo, la gran familia.
La singularidad de la familia de Jesús, María y José no es un simple
modelo, porque vivieron toda una serie de valores humanos y religiosos (amor,
ternura, fidelidad, don de sí mismos, trabajo, dificultades, dudas, …),
indicativos en toda familia que quiera ser feliz, sino porque fue una familia
en la que el hijo fue una elección y vocación clara de adopción. María y José
entendieron la excepcionalidad de la concepción de Jesús. Más que presentar un
modelo de familia, los evangelios nos presentan a Jesús, con raíces históricas
y circunstancias concretas, viviendo en familia con sus crisis y avatares
diarios.
La familia es y sigue siendo un patrimonio de la humanidad a conservar
y extender. No nos pondremos de acuerdo en el modelo que aporta más calidad de
vida entre tantas situaciones y su diversidad (tradicional con una unidad
nuclear, consanguínea con más de una unidad nuclear, monoparental, parejas
cohabitantes o uniones de hecho con o sin hijos, hogares unipersonales,
reconstituidas o mixtas con o sin hijos propios y en común, adoptivas,
homoparentales, de acogida, “canguro”), pero siempre esas situaciones serán un
valor. Mucho hemos ganado en respeto, afirmación, comunicación, dignidad y
reconocimiento de derechos y deberes, que llevándolos al extremo podemos llegar
a poner en peligro a la familia.
La autonomía personal debe entender de donación y generosidad, pues la
idea de felicidad es falacia e hipocresía si se reduce a zonas que componen la
relación humana y su compromiso, sin valorar el conjunto armonioso total.
¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? -dice Jesús (Mc 3, 31s). Quiso definir su verdadera
familia: la verdadera comunidad cristina que persevera, perteneciéndose los
unos a los otros, porque la Palabra de Jesús les ha constituido verdaderos
“hermanos, hermanas, padres y madres”, unidos por la gracia, no por lazos de
carne y sangre. El lazo de la Palabra jamás fallará porque es divino, del mismo
Dios que lo hace y lo lleva adelante. Como expresa bellamente el Sal 133, la
fraternidad, la familia es un don de Dios, que se hace caminando, como siguen
expresando más concreta y frecuentemente los salmos de las subidas o
peregrinaciones.
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