La Provincia de Nuestra Señora del Rosario es una
familia internacional, con una diversidad multicultural grande y, por tanto,
con unos desafíos enormes. Extendida desde Japón a Venezuela, cuenta con
presencias en 13 países y sus actividades, ministerios, edades y
responsabilidades se multiplican y diversifican, dentro de la mejor posible
unidad.
La familia es la célula de la sociedad, básicamente
fundamentada en una alianza de dos personas que buscando la comunión y con
firme y profunda determinación deciden vivir el uno para el otro, removiendo
todo sentimiento egocentrista, adoptando una postura de pertenencia, comunión,
servicio, generosidad y dando preferencia al bien del otro como fuente de
satisfacción, fruto del amor de benevolencia. Los esposos se embarcan en una
aventura de respeto, donde la diversidad y la pluralidad no ha de ser elemento
de desunión sino vínculo de unidad y deseo constante para descubrir más y más
quien es el otro, su psicología, historia, cualidades, defectos y, sobre todo,
su pertenencia e identificación con el bien común del hogar que han formado y
quieren construir juntos para que los hijos crezcan en ese ambiente de calor
humano.
La comunidad Provincial es también así. Misteriosa y
providencialmente hemos sido llamados a formar parte de esta gran familia
divina y dominicana cuyo carisma fundamental es la predicación, la misión hacia
los que aún no han oído el mensaje del evangelio o que, por múltiples causas y
razones se ven inmersos en la sociedad contemporánea sorda.
El progresivo discernimiento durante los años de
formación va desvelando poco a poco los grandes desafíos de la
internacionalidad y pluralidad de culturas de los que eventualmente quieren y
piden la profesión, pasando a formar parte de la familia de Sto. Domingo en la
Provincia del Rosario. Ni edad, ni cultura, ni nacionalidad, ni condiciones
sociales o familiares han de ser ni pueden ser un obstáculo para el compromiso
con la unidad y la pertenencia que todos queremos y deseamos conseguir.
De ahí la importancia de la disposición radical y
fundamental de todos y cada uno de los que llaman a nuestra puerta de aceptar y
entender básica y fundamentalmente el carácter de lo que implica tener un mismo
corazón, unos mismos ideales siendo conscientes de la diversidad y pluralidad
de culturas, lenguas, formación y lazos familiares. Queremos seguir siendo lo que
somos, pero con una nueva dimensión fundamental: juntos optamos por vivir como
hermanos con un mismo corazón, unos mismos ideales y un ministerio idéntico
abrazando y planificando actividades comunes con generosidad y amplitud de
espíritu.
No se trata de suprimir sino de integrar, no
queremos descalificar sino aunar esfuerzos y enriquecernos con todo lo bueno
que hay y descubrimos en la diversidad de culturas, lenguas y psicologías.
Redescubrir el carácter internacional y misionero de los frailes de la Provincia
continúa siendo un desafío histórico. No podemos definirnos simplemente por
nuestra condición, historia, temperamento, talentos, desarrollos y
convicciones.
Hemos de comprender que el ¨yo¨ es inseparable del
¨tú¨ aunque yo no sea como tú, compartimos un mismo carisma, aceptamos la tarea
de construir comunidad más allá de las fronteras de nuestra comunidad, para
hacer de todos los hermanos la gran familia de comunión y fraternidad: la
Orden, la Provincia. Esto no es posible sin ti, aún cuando como dice el adagio
¨ojos que no ven corazón que no siente¨. No podemos decir que no somos familia,
dominicos y miembros de la Provincia del Rosario porque yo no veo a quienes
sufren y trabajan en Venezuela donde todo falta en este momento, no podemos
permanecer indiferente antes las necesidades de las nuevas presencias que
estamos estableciendo en Myanmar, China, Corea, Timor del Este porque no he
estado allí o porque los hermanos vivimos a 20.000 km. de distancia.
El sentido de pertenencia, comunión e integración va
más allá de los límites geográficos y radica en la unidad de la familia a la
que pertenecemos, hoy tan diversa de la realidad histórica que yo conocí cuando
ingresé en la Provincia sin saberlo. Ha sido necesario que en el transcurso de
la vida y el devenir de la historia fuera enamorándome progresivamente de lo
que significa ser discípulo de Jesús y parte de una gran familia como la
nuestra. Pero eso no me exime de la obligación de seguir reflexionando y
discerniendo hacia dónde caminamos y cómo hemos de proceder para que todos
seamos felices y disfrutemos del gran don de la unidad en el vínculo de la
caridad.
Para construir vínculos de fraternidad y unidad
todos los que hemos profesado hemos de esforzarnos por mantener respecto,
comunión, pluralidad y evitar todo sentimiento de ingratitud que crea heridas y
distancia; desechar todo sentimiento de culpabilidad o de resentimiento ya que
en el proceso formación y de vivir juntos no han faltado ni faltarán
situaciones difíciles y hasta incomprensiones que no han sido causadas a
propósito pero que se han dado; insistir constantemente en lo positivo más que
lo negativo sobre todo cuando la irritabilidad se apoya en temperamentos,
heridas históricas y diversidad de convicciones que afloran en tantos sentimientos
con tendencia a separarse de los demás; estamos comprometidos a un diálogo
constructivo, fraterno y decisivo que no está en oposición con la virtud de la
obediencia, centro de nuestra fraternidad y de disponibilidad para ser enviados
donde seamos necesarios y mientras podamos ayudar; aceptar la realidad de
nuestras frustraciones y desilusiones, de nuestras sospechas y miedos a optar
por un futuro sin fronteras donde lo desconocido puede frenar acciones que el
Espíritu pone en nuestro camino por medio del profetismo comunitario.
Nunca podremos olvidar que nuestra comunión es
inseparable del misterio de Cristo. Él es nuestro centro y no nos abandona y
sabemos que está con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), pero esto no
quiere decir que no tengamos un trabajo que hacer para sentirnos en casa,
respectados, aceptados, reconocidos no como amigos, sino como hermanos. De ahí
la necesidad de una gratitud infinita hacia el don de la vocación que da la
gracia de la perseverancia y la generosidad que necesitamos para vivir
profundamente convencidos el carisma recibido.
Éste ha de germinar, desarrollarse y dar fruto junto
con los hermanos en la comunidad, con el ejemplo de nuestra calidad de vida y
la palabra que se nutre del calor de la gracia y del vínculo de la caridad
porque hemos llegado por diferentes caminos para abrazarnos con generosidad con
aquellos que también escucharon la voz de la llamada a tener y vivir con un
mismo corazón y un mismo espíritu, sabiendo perdonar y disculpar los defectos de
los demás como un gran heroísmo y generosa abnegación.
En los últimos años la internacionalidad de la
provincia y de las comunidades se ha intensificado y un tercio de la provincia
ya no somos españoles, algo que habíamos olvidado desde los principios de los
años 70 cuando las nuevas entidades de Filipinas, Vietnam y Taiwán fueron
creadas. Esta realidad ha sorprendido, pero está dinamizando la vida de la
Provincia y poco a poco vamos ganando en experiencia e integrándonos más. Esto
no quiere decir que hayamos concluido la tarea, no, ésta ha de ser una
constante durante los años en que esta realidad se mantenga.
Tenemos una gran confianza en lo que se ha iniciado
y esperamos que la integración iniciada se robustezca e incremente los lazos de
la fraternidad y de la unidad aun cuando haya y sabemos que continuará habiendo
sus dificultades humanas, históricas y culturales, pero abrigamos la convicción
de que todo es posible cuando hay una generosidad profunda y radical en los
hermanos y una voluntad firme con el
ideal que hemos profesado de ser y vivir en comunidad, respeto y diversidad en
una unidad pluralista y diversa capaz de responder más eficazmente a las
exigencias de la misión común.