La disponibilidad de los bienes, riquezas del tipo que sean, están en la base condicionando y erosionando derechos imprescindibles para la dignidad de todo ser humano como la vivienda, la sanidad, la cultura, …, así como otros todavía más básicos como el agua, la alimentación, el trabajo. Y no solo eso, relacionado con la distribución de las riquezas y los talentos marca de modo determinante el desarrollo de la vida personal y social de los hombres: sus libertades y bienestar.
El “mercado” forma parte de la vida, regulando relaciones y haciéndose imprescindible y, a la vez, siendo incomprensible para la mayoría que no dispone de riquezas y para otros, que disponiendo de ellas no lo entienden, escapándose incluso al razonamiento de analistas y entendidos. De cualquier manera, los desniveles tan pronunciados que existen en nuestro planeta, por otro lado, llamado “mundo global”, “casa común” es palpable. Las cifras alarmantes y diferenciadas entre hombres y mujeres, familias de países desarrollados, ahí están, ¡cuánto más si hacemos la comparación con otros países no tan desarrollados! ¿Qué podemos hacer cuando vemos tablas de hermanos que viven con un euro al día, que no tienen acceso al agua, la luz, la escuela? Que un niño muere en el mundo cada pocos segundos, no es una simple cifra, ni un cálculo simple que cae sobre nosotros desconocedores o analfabetos emotivos.
Hay quien dice que hay una inercia en la sociedad que va tomando cuerpo, si no le ha tomado ya, deslizándose hacia los bancos, los centros comerciales, como sustitutos de los templos religiosos. Dicho en otras expresiones: que el capitalismo en la medida que da respuesta a preocupaciones e inquietudes que eran propias en otras épocas de las religiones, se han convertido en una nueva religión. No cabe duda de que dan seguridad, que hacen mirar al futuro con ciertas garantías y proyectar.
Pero esta tendencia no exime al hombre de ver a su hermano y tenerle en cuenta, ni refugiarnos en las instituciones monetarias para exculparnos en nuestros corazones. La “divinización del dinero” es idolatría y antievangélica. Es una sutileza, hace fin a lo que es medio; creemos manipularlo y nos manipula, nos mueve, nos usa, nos posee. Así, cuando la satisfacción de algunos trae como fruto el dolor y las lágrimas de muchos porque viven insolidariamente y se encierran en sí mismos, provocan un infierno en su propio interior y en sus alrededores.
En el evangelio, Jesús nunca demoniza ni al dinero, ni a los ricos. Ni siquiera cuando habla a sus discípulos de la dificultad de los ricos para entrar en el reino de los cielos, les cierra las puertas. Ya los discípulos preguntan ¿quién puede salvarse? y él les responde, que por sus fuerzas y méritos nadie, pero para Dios todo es posible (Lc 18, 19). Jesús no usa el dinero, tiene un comportamiento a este respecto: elige una vida pobre, de itinerancia, sin seguridad. Así poniendo su confianza en Dios da testimonio. Su vida no se califica por la renuncia a los bienes, ni por exaltar los bienes futuros, como mejores, sino por manifestar su pertenencia al Padre. Así explica a sus discípulos (nosotros) que no basta con renunciar o dejar todo, pues se puede hacer esta opción y estar lejos del Padre, del evangelio si no se transitan los caminos de la solidaridad.
Jesús sí lanza una sospecha debido la ambigüedad de los bienes “de la tierra”, y así se lo manifiesta en los discursos formativos misioneros a sus discípulos; así Lucas con la experiencia de desigualdad en la comunidad, no resalta la renuncia de algunos, sino su trampa, su engaño (Zaqueo, que dice que da la mitad de sus bienes; Ananías que vende el campo, pero engaña en la entrega, …). Por eso invita a repensar la relación que es más importante para construir fraternidad. Vender los bienes es para hacernos ricos ante los hermanos. Pablo habla de gratuidad, pero no como abnegación, pensando en una ganancia material o un mantenimiento con el propio trabajo sin remuneración, sino como un testimonio de liberados, que impulsa a una ética que brota del corazón.
Los bienes ejercen una fuerza seductora importante sobre el corazón de los hombres, tomando el puesto de Dios, obstaculizando la escucha de la Palabra (Mc 4, 18), pudiendo impedir el seguimiento de Jesús (Mc 10, 22); ilusionando con la libertad y haciendo fatigar en vano, que se le revierte en esclavitud (Mt 6, 24), porque falsean la verdad del hombre, le ciegan haciéndole olvidar su destino y le conducen a la deshumanización; minando la base de la fraternidad, pues le hace olvidar al otro. El corazón es capturado por el tesoro, haciéndose atrayente como cuando hacemos lo que pensamos sin más. Si el tesoro está vacío, la vida también. Poner la confianza en “mammona” (término arameo cuya raíz, tiene que ver con la fe) es creer en los bienes, que sofocan la disponibilidad para el Reino. En fin, que el sentido de posesión va creando un hombre insolidario; el deseo de amontonar y acumular poder va creando una sociedad de competencia, rivalidad y lucha, que quita la paz y rompe todo tipo de solidaridad.
En cambio, los bienes “del cielo” dan espacio a la vida del hombre que, recibiendo el amor de Dios, construye la fraternidad, la acogida al hermano débil (Mt 25). Esto es buscar primero el reino de Dios y su justicia. En el Reino de los cielos, aquí en la tierra no caben las situaciones de dominio, explotación y pobreza, porque provocan lágrimas y sufrimiento ¡menos mal que Jesús se acerca a cubrir los desamores y enjugar las lágrimas de las víctimas!
Es claro que el evangelio no nos da respuestas o soluciones a las realidades actuales de falta de distribución justa, ni nos ofrece métodos para aplicar, ¡ni mucho menos!, pero siendo tan distintos los sistemas económicos de nuestro tiempo, con relación el suyo, sí nos da pautas y apreciaciones de vida cristiana imprescindibles, que priorizan el mensaje del Reino y relativizan todo, con expresiones concretas como: hacer justicia, repartir los bienes y riquezas.
Con la presencia de Jesús en el mundo, no puede haber hombre o mujer que se sienta desvalido, haciendo el camino de la vida en soledad, con hambre, persecución, pobreza, miseria; no puede haber familias, pueblos, naciones condenadas a vivir sin tener cubiertas sus necesidades mínimas; no puede haber colectivos despreciados en la sociedad en las naciones ricas (enfermos, ancianos, etnias inmigrantes, buscadores de vida “en camino”, en salida), que se conviertan en invisibles porque nadie les mira; no puede haber víctimas del tipo que sean: hermanos juzgados por su condición personal o social, a los que miremos como inferiores, enfermos, cuando solo son distintos, totalmente hermanos.
Es verdad que la “lógica del mundo” ha deshumanizado nuestras relaciones, convirtiéndolas “mercantiles”: “tienes, vales”, “me das, te doy”, como si todo tuviera precio y tuviéramos que ver el provecho rápido y fácil. De manera simple y como si no pasara nada se va arrinconando el favor y creciendo el soborno; el cálculo toma las riendas de la generosidad; la generosidad es de flojos e insensatos. En fin, el desplazamiento de la misericordia, el perdón, la compasión, la generosidad es un hecho que no interesan en nuestro mundo, como si no entrara en “su lógica”. El problema de la lógica del mundo es que es como una gran institución, bien organizada, pero sin carisma, sin Espíritu.
Quizás sea el momento de volver a proponer “la lógica de Jesús”, como alternativa contrastante no a niveles económicos de ganancia, poder y éxito, sino como actitud que está a la base de una vida humanizadora, que va más allá de la pura distribución justa de los bienes, aun siendo esto ya muchísimo. La alternativa de Jesús va al corazón de las personas, al fondo de su existencia. Su evangelio es Buena Noticia de salvación, que Él ha actuado desde la misericordia y el perdón. Sin su amor y entrega por todos no hay salvación. El corazón del evangelio es que Jesús ama a todos por encima de nuestras deficiencias morales, nuestros territorios de nacimiento y nuestros distintos colores de la piel. Solo el amor puede desplazar al odio; solo nuestro servicio de corazón a corazón será capaz de abrirnos a los demás y compartir, solo una mirada más allá de nuestra baldosa, puede hacernos mirar con horizonte más creativo y amplio.
La cultura que propone Jesús no se basa en la explotación y el aprovechamiento del otro, sino en el dar, como propio del ser humano que tiende a realizarse como persona. Quiere una economía basada en la comunión, que se apoya en realidades concretas, frente a sistemas dominantes, que terminan por sacar a la luz sus limitaciones. Esta dimensión evangélica sobre actitudes solidarias tienen que ver con la pobreza evangélica y su opción por ella en la vida consagrada. Arraigó en nuestro Padre Santo Domingo e interpela a nuestras personas y comunidades. ¿Cómo nos afecta? Y, sobre todo, ¿qué caminos se nos invita a transitar?
En este número, además del relato predicador de Fr. Ricardo OP, presentamos nuestro espacio de predicación Porticum Salutis y su entorno conventual de Ocaña y volvemos a incluir, por su extrema necesidad, el proyecto social de los refugiados y el colegio de Myanmar.
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