Vivimos tiempos difíciles, tenemos miedo, la enfermedad nos persigue…El paso de esta partícula microscópica por nuestro mundo, nuestras calles, nuestras comunidades, ha cambiado nuestro día a día, ha transformado nuestra vida. Y con el paso de este virus diminuto, está pasando Dios por nuestra vida.
Las vivencias y consecuencias han sido diferentes. Pienso que a nivel general cundió, cunde, el pánico. El miedo al contagio atenazaba… Con cada prórroga del estado de alarma aumentaba la tensión, el estrés, el deseo de liberación de las cuatro paredes…
Y… ¡varios meses llevamos viviendo “en modo COVID!”: mantener distancias, mucha higiene personal, lavado frecuente de manos, elaborar protocolos y medidas de seguridad. La idea de volver a la vida que llevábamos “antes de la pandemia” se torna hasta peligrosa…Evitar encuentros sociales es vital para impedir contagios.
En este tiempo de “gran tribulación” en cada una de nosotras surgen pensamientos, reflexiones y consideraciones en el torbellino de alternancias de estados de ánimo, que se manifiestan de modos extremos: hermanas muy conscientes de lo que está sucediendo y otras que no le dan la importancia que realmente tiene. El miedo y la confianza conviven, tratando de equilibrarse…
La proliferación de noticias, bulos, opiniones… aumentan el miedo al contagio, a morir en soledad, a perder un ser querido, a las secuelas, a la incertidumbre sobre el desarrollo del curso académico que afecta a colegios, residencias. Inquietud por tanto paro como se está generando, familias sin recursos.
Pero siempre con una ventana abierta a la esperanza. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos muchas veces la expresión ¡No temas!: “No temas, porque yo estoy contigo” (Is 41,10); “Sabed cuál ha sido la esperanza a la que habéis sido llamados” (Ef 1, 18); “No tengáis miedo y Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, nos dice Jesús.
Este coronavirus que nos ha “encerrado” en nuestras casas, al mismo tiempo ha abierto nuestras ventanas, nuestros balcones cada tarde, para compartir con nuestros vecinos y ser agradecidas con los que ofrecen sus vidas para que otros vivan. Nos llevó a la confección de mascarillas que escaseaban en los primeros tiempos.
Nos ha confinado y nos ha aconsejado en todo momento “quédate en casa”, y al mismo tiempo ha abierto nuestras pantallas, nuestros ordenadores, nuestros corazones, a un mundo sin fronteras, nos ha permitido salir de nosotras, de nuestros egoísmos, individualismos, y estar pendientes del dolor y el sufrimiento de nuestra sociedad. El proceso entre nosotras va desde “todo va bien” hasta miembros infectados, una difunta… Se da aquí un nivel más profundo, que tiene que ver con la presencia de Dios en medio de las pruebas. En el dolor de la pérdida y en las dificultades que derivan de esta situación, sentimos la paz y el consuelo que nos sostienen.
La gran fragilidad que estamos experimentando nos hace más cercanas entre nosotras y con los que, cada día, están más aislados y son más vulnerables. Tal vez nunca como ahora nos hemos sentido parte de una realidad más amplia que nosotras mismas y nuestras propias comunidades.
El impacto de la pandemia sobre nuestra vida personal, social y económica es evidente. Y nos sentimos empujadas a cambiar el estilo de vida. Hemos hecho reajustes en el plan contable, más austeridad en la vida personal y comunitaria…, creación de un fondo solidario para ayudas pos Covid…
Es importante mantener esperanza en cada persona y en cada comunidad para vivir este tiempo de reorganización, pues cómo vivamos ahora nos va a cambiar la forma de mirar, de sentir y de actuar. La situación debe ayudarnos a centrarnos en lo principal y no vivir en lo accesorio.
En el ritmo de nuestro día a día es normal que cada una de nosotras siga escrupulosamente con delicadeza y disciplina las normas sanitarias para evitar la difusión del contagio y acoja con generosidad los pequeños sacrificios exigidos. Es igualmente normal que nos volvamos a Dios orando por los enfermos, por quienes les asisten, por los muchos difuntos, por los investigadores ocupados en la búsqueda de una vacuna, por cuantos se hallan en situación de indigencia a causa de la crisis económica.
En esto estamos. Confiadas en su ayuda… Me parecen inspiradoras, para finalizar, unas reflexiones del Papa comentando el episodio de los discípulos de Emaús. Viene a decir que iniciaron el viaje de ida con miedo y desconfianza. el Señor camina a su lado, pero ellos no lo reconocen. En el camino de vuelta reina la alegría y la urgencia para llevar a los demás la buena noticia de encuentro con el Resucitado. Este cambio de ritmo les sucedió encontrando a Jesús: los dos de Emaús, primero le abren su corazón; luego le escuchan y después le invitan a casa.
Tres
pasos que nosotros también podemos realizar: abrir nuestros corazones a
Jesús, confiándole las cargas, las dificultades, las decepciones de la
vida; escuchar a Jesús; y
rezar a Jesús, con las mismas palabras que aquellos discípulos: Señor,
quédate con nosotros. Nos sentimos en camino, como los discípulos,
abiertas a lo que el Señor quiera mostrarnos. Él, como a ellos, escucha
pacientemente nuestros interrogantes sobre el sentido de lo que sucede.
¡Y estará con nosotras hasta el final de la historia!
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