La actual pandemia del Covid-19 es hoy una de las causas más fuertes del miedo. Muchas personas viven muy angustiadas: tienen miedo a enfermar, a que enferme algún ser querido; a que ese familiar o amigo enfermo, muera; a perder el trabajo, a no poder continuar los estudios, a no graduarse, a no poder ir de vacaciones, a no salir a divertirse por la noche con los amigos, a estar confinado en la casa. Los ancianos tienen miedo por ser ancianos y ser más vulnerable a la pandemia, pero también lo tiene el joven, el rico, el pobre, las mujeres y los hombres. El miedo lo ha invadido todo: nos desconcierta, nos desorienta, nos ha hecho cambiar tantas cosas, tantos hábitos, tantas rutinas.
¿Qué hacer? ¿cómo puedo enfrentar el miedo? Únicamente esperar a que todo esto pase, como han pasado otras pestes en la historia. Solamente esperar a que se encuentren las vacunas eficaces, que nos inmunicen frente a este virus. Y si la pandemia no pasa, o tarda mucho en pasar, o no se descubren vacunas eficaces, o si se encuentran, y tardan mucho en llegar o no son accesibles para todos, ¿qué hacer entonces, ¿dónde podremos apoyarnos? ¿Se puede vivir el miedo sin esperanza?
El fervor religioso no ha aumentado entre la gente, no se ha observado mayor afluencia de personas a las iglesias en ninguna parte del país. Aquellas grandes aglomeraciones penitenciales, implorando la ayuda del cielo, en medio de las peste o desgracias nacionales, de que se nos habla en la historia, no han vuelto a darse en estos días.
Hay que decir, que no hay que desesperarse, por mucho que nos aceche el peligro, que lo tenemos escondido a nuestro lado, y que puede activarse en cualquier momento. Hay que despertar las ganas de vivir, porque la vida puede ser bella; disfrutemos cada cosa, cada instante, lo que hacemos, lo que vemos, lo que leemos, los encuentros con las personas con las que nos relacionamos, la vida de familia. Pero si nos llega a tocar el Covid-19, ¿no se nos derrumbará todo esto y caeremos en el desánimo, en la desesperanza, nos angustiaremos, como personas que no tienen una esperanza firme?
Hay que soñar, se nos dice también: soñar otra realidad, posible y distinta a la actual: que la pandemia pasó y hemos vuelto a la normalidad. Soñar es rechazar, anímicamente, la realidad negativa que estamos viviendo; es el anuncio de un mundo distinto, es la fuerza para seguir viviendo, el principio de donde puede brotar la esperanza, es comenzar a tocar el cielo.
“Quiero vivir, no quiero morir, ni quiero que muera nadie de los míos. Pero tampoco tengo fe para aguantar este miedo”, decía una persona. ¿Los creyentes tienen miedo? Sí, pero intentan vivirlo con esperanza. ¿Los creyentes sufren con las desgracias? Sí, pero de distinto modo que los no creyentes: un acontecimiento sucedido, no hace mucho tiempo, puede ayudar a comprender lo que se está diciendo. Un matrimonio feliz, con un único hijo, que estaba finalizando la Universidad, se encargaría de la empresa familiar y llevaría adelante la modernización de la misma: en él estaban puestos los sueños de la familia. Pero, en un viaje sufre un accidente y muere de forma muy dramática.
Todo esto produce un gran dolor en la familia. Los padres vuelven a quedarse solos, se han cortado violentamente sus sueños. Una persona muy cercana a esta familia se encuentra muy afectada por lo que ha sucedido a sus grandes amigos: tengo que ir a visitarlos inmediatamente, pero cómo les hablo, qué les digo, cómo puedo consolarlos, animarlos en estos momentos de tanto dolor
Y de tantas lágrimas llegué aturdido, sollozante, sin poder articular palabra. Gran sorpresa mía: los encontré serenos, y fueron ellos los que tuvieron que consolarme a mí, animarme, tranquilizarme. Ellos eran creyentes, yo no soy creyente. Por eso envidio a los cristianos, ellos tienen a donde agarrarse, para no hundirse cuando viven situaciones difíciles, yo no tengo dónde afirmarme. Si a mí me acontece algo semejante, no sé cómo reaccionaría: ¿suicidándome, drogándome, bebiendo continuamente, desesperándome, viviendo amargado, y sin ilusión o alegría?
El creyente sabe que Dios está de su parte. A él también le puede afectar el mal, y no puede desesperarse ante su presencia en su vida o en la vida de alguno de los suyos: sabe que tiene que aceptar, con serenidad, que el mal existe y lo está afectando, aquí y ahora, a él alguno de los suyos. Quizás hoy no entienda por qué y para qué Dios ha permitido que ese mal (hoy el coronavirus) ha llegado a su vida; en el futuro, aquí o, un día, en el más allá, lo entenderá. El creyente sabe que de esto vamos a salir: Dios nos va a ayudar, no nos va a dejar solos. Un verdadero padre nunca abandona a sus hijos. Dios, no sabemos de qué modo, nos va a librar de esta peste.
El
cristiano no olvida aquello de que: “Nadie es probado más allá de sus
posibilidades, de sus fuerzas”, tiene la certeza de que saldrá airoso de
esta prueba. Tampoco puede olvidar que “en todas las cosas interviene
Dios para el bien de los que le aman”. Por eso el cristiano puede vivir
estos momentos con esperanza.
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