Vivir en una comunidad religiosa durante una pandemia de fácil contagio viene a ser una experiencia de alto riesgo y frecuente ansia. Una comunidad se parece a una familia, pero en grande. Riesgo, porque el contagio de uno de sus miembros tiene como consecuencia muy probable (hablo de Hong Kong) que todos los del grupo tengan que entrar en cuarentena. Ansia, porque discurren los días, uno tras otro, semana tras semana, mes tras mes, rumiando la posibilidad de que lo que temes se convierta en realidad.
Cuando el Covid-19 comenzó a atacar abiertamente en HK, después de la colosal invasión en Wuhan-China, nuestra comunidad acogía una diversidad de 16 personas, de diferentes edades y nacionalidades: 3 chinos, 5 birmanos, 3 de Timor Este, uno de Irlanda, uno de España, 1 de Vietnam, dos de Filipinas. Por ser casa de formación, el grupo mayor incluía jóvenes de entre 20 y 30 años, candidatos a devenir dominicos. Dos, más allá de los 70. No cuento al Superior, el Provincial, porque cuando se da el primer confinamiento, o lockdown, en HK él ya se encontraba muy lejos, confinado en su provincia natal de Asturias, en España. La exigencia de una revisión médica hizo que quedara retenido en el norte durante el fuerte confinamiento en España.
Por esta contingencia, al ser yo el mayor, venía a ser como la cabeza del grupo, motivo añadido para sentir más de cerca el acoso de ansia y preocupación. Con frecuencia me preguntaba para mis adentros qué iba a suceder si uno de nosotros aparecía como positivo, víctima del virus. En esta atmósfera sobrevivimos desde febrero hasta mediados de junio, cuando nuestro Superior pudo regresar a HK.
En marzo ya se suspenden las Misas con público, las clases presenciales y muchas otras actividades tanto culturales como deportivas, de ocio y del compartir habitual en la vida social. A la tensión y perplejidad que producía la pandemia había que sumar la atmósfera enrarecida por la turbulencia política que pulverizó la calma y sosiego que disfrutaba HK hasta mediados del año precedente. Lo que en un principio aparecía como protesta y desacuerdo con ciertas políticas y medidas del gobierno local se fue revistiendo poco a poco de una nueva dimensión, de un tono anti-China y de ataque directo a cuanto tuviera alguna relación más directa con China y sus intereses.
Lo cual contribuyó a aumentar la tensión y la división en HK. La megápolis vibrante, floreciente y pacífica que HK ha sido estaba dejando de ser lo que fue. En una de tantas manifestaciones y protestas que tuvieron lugar, los daños en las estaciones del metro --MTR--, orgullo y gloria de HK en lo que a transporte público se refiere, fueron tales y tantos que la empresa tomó la decisión de paralizar totalmente la red del Metro durante un día entero, cosa nunca vista en la historia de HK. Cierres parciales tuvieron lugar varias veces.
La atmósfera se ha enrarecido. Ahora uno se lo piensa y mira a ver con quién está antes de abrir la boca. Hasta en las familias y comunidades se intensifican las divergencias. Todo ello genera una serie de cuestionamientos de hondo calado para la iglesia y familias religiosas establecidas en HK.
Volviendo a la pandemia. Nosotros mantuvimos nuestra rutina comunitaria, incluido tanto el culto y la oración a nivel doméstico como la Semana Santa. Se sentía más fuerte la urgencia de implorar la protección divina y la intercesión de N. Sra. del Rosario en medio de esta calamidad.
Yo pedía el Señor por el regreso de nuestro Superior. Me sentía incapaz de manejar ciertas emergencias que pudieran surgir. Además, flotaba en el aire la incógnita de si pudiera estar de regreso para el 1º de julio, el día de Hong Kong y la fecha escogida para la toma de hábito del nuevo grupo de novicios y la Profesión del grupo saliente. Él debería presidir la solemne celebración y, aunque por momentos no se contaba con él, sucedió el milagro. Con un documento que urgía su presencia en Madrid logró salir de Asturias y llegar a Madrid y desde allí a HK, justo, pero antes del 1º de julio.
El margen era muy importante ya que todos los residentes que llegan a HK tienen que pasar un test del Covid-19 y si el test da negativo en cuarentena dos semanas. Si da positivo, van directo del aeropuerto al hospital. En conclusión, la víspera del 1º de Julio estaba ya libre para poder movilizarse por HK. Él presidió la celebración del comienzo del Noviciado y Profesión de los Novicios 2019-2020, en la capilla del colegio de Rosaryhill.
Hay gran diferencia entre una familia ordinaria y una comunidad religiosa en situación de confinamiento. Es probable que la familia tenga dificultad en reinventar el día a día. Una comunidad religiosa siempre tiene tarea por delante. La oración, el estudio, la enseñanza continúan puertas adentro. Cuando todos los centros docentes estaban cerrados yo tenía la posibilidad de acercarme a la otra comunidad que tenemos en HK para dar clase al grupo de novicios.
Nuestra casa es un bloque de 4 pisos que tienen varias habitaciones disponibles. De ahí que se convirtió en posada de ´cuarentena´ o aislamiento para los frailes que venían de Macao y otros países a Hong Kong por visados o diversas necesidades. Con ello aumentaba el riesgo de contagio y el peligro de que eventualmente toda la comunidad cayera bajo cuarentena. Razón añadida para vivir en ansiedad. Los confinados, durante las dos semanas, eran ¨vigilados¨ a distancia a través del móvil y una pulsera electrónica de la cual no se podían desprender en ningún momento.
Gracias a Dios, no surgió ningún contagio ´positivo´ entre los miembros de la comunidad y los viajeros que hospedamos. ¿Qué hubiera sucedido en caso de tener contagios en nuestra comunidad? Probablemente nos hubieran dispersado por varios días en centros de confinamiento y hubieran desinfectado todo el edificio. La sensación más profunda y dramática, aunque parezca difusa es que estamos transitando por unchartered land: como caminando por una ruta inexplorada, donde se han evaporado los puntos de referencia, una mezcla de despiste y desconcierto y… sin saber hasta cuándo… Hacemos lo que podemos, pero oteamos el horizonte queriendo descubrir algún signo de lo alto que nos aclare la ruta.
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