miércoles, 31 de marzo de 2021

WHAT IS THE CORONA PANDEMIC TELLING US? , Fr. Isaiah Hong Seung Koo OP, Corea del Sur

 We know the records of numerous wars, natural disasters or global pandemics that have occurred in history. When we read about these tragic past events, it is difficult to actually feel the terrible misery. The reason is that we are not in the field of the events. 2020, when all mankind is suffering from a pandemic, will be recorded as a historical year later. Now we are living in an era that will be recorded as the history of another misery. 

Earlier this year, a new virus called Corona broke out in a city, Wuhan in China, and it spread rapidly around the world and is still going on. The coronavirus has begun to change our daily lives, and the church cannot escape from its influence.  

In 1784, a Korean Confucian scholar, Lee Seung-Hun was officially baptized for the first time in Beijing. This could be the official beginning of the Korean Catholic Church. Since then, despite many persecutions and trials, the Korean church has maintained its faith and has grown greatly by proclaiming the Gospel to the world. However, at the end of February 2020, the number of patients of Coronavirus suddenly increased in Korea, and the Korean church had to make a decision to stop all Masses. It did not happen even under the blade of any persecution. 

After that, the number of patients in Korea decreased and the church could open her doors again, but believers and priests are required to wear masks during Mass, cannot sit close to each other nor sing hymn loudly. Depending on the number of patients and the degree of pandemic, the church still has to close or open the door repeatedly.  

This is not a phenomenon specific to the church. People are suffering great damage in their lives. Markets and department stores that were crowded with people became quiet and many shops have lost customers and closed. And what scares us even more is that the end of this pandemic is invisible. 

Before science was developed, people used to think that this type of disease was due to God's wrath against human sin and tried to overcome difficulties by committing to prayer. Today, people still pray to overcome the corona pandemic, but they listen to medical scientists or doctors rather than to priests or the church.  

People think that it is science, not the church that will save mankind from this pandemic. Even if they are Christians, the idea is not different. As science and technology develop more highly, religions are losing their place, especially in a moment of crisis where human life is at risk.  

The church including our Dominican Order in Korea is facing great challenges in these days. Above all, the church has a strong attribute of community, but it is now seriously limited by the pandemic. As a result, the number of believers attending Mass, or any religious meetings dropped sharply, and even financial problems began to arise.   

As priests or religious of the Catholic Church, we should seriously ask ourselves on this matter. What is the Corona Pandemic telling us now? What is God telling us through this virus?  

It has been a long time since people's trust in science surpassed that in religion. Science explains natural phenomena, predicts the future, and lengthens human life. It is no exaggeration to say that science is now becoming another religion. We all look forward to the invention of a vaccine that can defeat the coronavirus as soon as possible.  

Once the vaccine is invented, we may at least be freed from the fear of Corona. However, could that really be a fundamental measure? Even if the vaccine can eliminate the current virus, it will be useless for the emergence of another transformed virus. We, of course, need vaccines now, but what we more desperately need is a fundamental and intrinsic reflection on this pandemic phenomenon.  

The pandemic is not the only problem we face. Global warming and climate change caused by the destruction of the environment are already threatening human survival. Corona Pandemic should be considered in connection with environmental issues, not just one virus. God created this world that looked good and entrusted man with its management. We are not owners of this world; we must turn back as humble custodians of God's beautiful world.  

The science and technology that humans have developed do not consider nature as an organism, but as a resource for human convenience. Religion has not succeeded in presenting a moral direction to the science. Religion must restore its own role in guiding science's development in the right direction, not in a competitive relationship with science.  

Now is the time for us to meet nature again as our precious friend. Otherwise, we will sacrifice our precious things even more seriously. When nature is sick, humans get sick, and when nature dies, humans also die. God have mercy on us!

sábado, 27 de marzo de 2021

TAIWÁN FRENTE A LA PANDEMIA: SERENIDAD, UNIDAD, CIVISMO, Fr. Pruden García OP

La isla de Taiwán cuenta con una población de unos 23,6 millones de habitantes, en una superficie como Extremadura, y su distancia con China es de apenas 150-160 kilómetros. Este pequeño e insignificante país no tiene ni voz ni voto en el concierto internacional. Ni siquiera se permite al país tener una representación en las grandes instituciones, ya sean las Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud. Esta trágica situación proviene de las presiones políticas y económicas que China ejerce sobre la comunidad internacional, pues, al considerarse una provincia más de su territorio nacional, busca sin descanso nuestro aislamiento y rechazo en la esfera mundial.  

Es fácil imaginarse que los ciudadanos terminan por acostumbrarse a convivir con la ansiedad, el miedo y las constantes amenazas del dragón chino. Es habitual escuchar el sonido de las alarmas en nuestras ciudades. Se ponen los pelos de punta cada vez que prueban misiles o envían barcos y aviones militares cerca de las fronteras. También se sufre en silencio su prepotencia política, sus trabas a las inversiones económicas y todo tipo de agravios diplomáticos. En términos bíblicos, la situación se asemeja a la del pequeño David frente al gigante Goliat. Pidamos a Dios que la historia se resuelva de la misma manera…  

A pesar de todo, en los últimos decenios Taiwán se ha convertido en un ejemplo mundial de auténtica democracia, de libertad de expresión y de respeto a los derechos humanos. En la actualidad recibe grandes elogios por ser uno de los países que mejor está gestionando la pandemia del coronavirus. Hasta la fecha, el número de afectados por el virus se reduce a 578 personas, de las cuales 7 han perdido la vida. 

En un mundo sumergido en el miedo, la ansiedad y el sufrimiento por la pandemia, la destreza de Taiwán en el manejo del virus ha suscitado sorpresa, admiración, confianza y esperanza. Parece increíble que un país situado tan cerca de China, con un millón de sus habitantes viviendo o trabajando allí, haya sido capaz de semejante gesta. Son muchas las personas que, intrigadas y curiosas, no paran de preguntarse: ¿Por qué Taiwán ha conseguido contener la pandemia tan eficazmente mientras que los demás países no han podido? ¿Cuáles son las razones de su gran éxito? Las autoridades locales atribuyen este éxito a la aplicación de las siguientes medidas: 

1.La trágica experiencia del virus SARS (año 2003) provocó la rápida y contundente actuación de las autoridades. 

2.La política de prevención y la gestión eficaz del gobierno: control de fronteras, chequeos frecuentes, fabricación de mascarillas, cuarentenas, etc. 

3.La utilización de las nuevas tecnologías para contener y minimizar los efectos de la pandemia. 

4.La transparencia de las autoridades para mantener bien informada a la población. 

5.La colaboración ciudadana con las autoridades en beneficio de la seguridad sanitaria nacional. 

Gracias a estas medidas, Taiwán amanece hoy como un faro iluminador en medio de la tempestad, como un oasis en medio del desierto y como una “burbuja mundial” frente a la pandemia. El miedo y la ansiedad van desapareciendo de las vidas de sus habitantes, mientras que la serenidad, la alegría y la confianza se abren paso. En todos sus rincones se respira una sensación de euforia colectiva y de orgullo nacional. Pero todo el mundo sigue estando muy despierto, alerta, sin bajar la guardia ni dormirse en los laureles, pues, aunque se ha ganado una batalla al virus, se sabe que la guerra continúa.     

La idílica situación de Taiwán ha puesto en el escaparate del mundo lo mejor del corazón de sus gentes, su generosidad y solidaridad con los que sufren. Sus mascarillas, donadas por millones, y su material sanitario pululan sobre la faz de la tierra. Su experiencia en la contención del virus se comparte con los países necesitados. Y una sentencia se escucha a menudo en las conversaciones: “queremos ayudar más, pero no nos dejan”. Es una certeza que la sombra del gigante chino es alargada.    

La actitud de la Iglesia Católica de Taiwán durante la pandemia también ha sido ejemplar. Se han seguido a rajatabla las disposiciones de las autoridades en materia de prevención y control del virus. La mayoría de las parroquias han permanecido abiertas para las celebraciones litúrgicas y las actividades pastorales, pero siempre cumpliendo con los protocolos de seguridad sanitaria. Los católicos no han cesado de ofrecer oraciones y misas por todas las víctimas de la pandemia, especialmente por nuestras familias, amigos y compatriotas. Además, se han movilizado con rapidez en la recogida de donativos y material sanitario para enviarlos a países necesitados, como Italia, España, Filipinas, Camboya, etc. Para ilustrar mejor el espíritu generoso y solidario de este pueblo, aquí dejo esta información a modo de anécdota: el 1 de abril del 2020, los Religiosos Camilianos publicaron una carta pidiendo ayuda económica para los enfermos de coronavirus en sus lugares de misión y, en menos de una semana, recaudaron más de 6 millones de dólares americanos.             

Para terminar, la experiencia de la pandemia en Taiwán debe ser una semilla de confianza y esperanza para el mundo entero. Es posible derrotar al virus cuando se genera un clima de serenidad, unidad y seguridad entre la gente. Al mismo tiempo, la abundancia de fe, generosidad y solidaridad obra grandes milagros. Hoy, desde Taiwán, Jesús nos recuerda sus famosas palabras “¡Ánimo!, que soy Yo, no tengáis miedo” 

miércoles, 24 de marzo de 2021

"LOCKDOWN" IN HONG-KONG, Fr. Timoteo Merino OP

Vivir en una comunidad religiosa durante una pandemia de fácil contagio viene a ser una experiencia de alto riesgo y frecuente ansia. Una comunidad se parece a una familia, pero en grande. Riesgo, porque el contagio de uno de sus miembros tiene como consecuencia muy probable (hablo de Hong Kong) que todos los del grupo tengan que entrar en cuarentena. Ansia, porque discurren los días, uno tras otro, semana tras semana, mes tras mes, rumiando la posibilidad de que lo que temes se convierta en realidad.

Cuando el Covid-19 comenzó a atacar abiertamente en HK, después de la colosal invasión en Wuhan-China, nuestra comunidad acogía una diversidad de 16 personas, de diferentes edades y nacionalidades: 3 chinos, 5 birmanos, 3 de Timor Este, uno de Irlanda, uno de España, 1 de Vietnam, dos de Filipinas. Por ser casa de formación, el grupo mayor incluía jóvenes de entre 20 y 30 años, candidatos a devenir dominicos. Dos, más allá de los 70. No cuento al Superior, el Provincial, porque cuando se da el primer confinamiento, o lockdown, en HK él ya se encontraba muy lejos, confinado en su provincia natal de Asturias, en España. La exigencia de una revisión médica hizo que quedara retenido en el norte durante el fuerte confinamiento en España.

Por esta contingencia, al ser yo el mayor, venía a ser como la cabeza del grupo, motivo añadido para sentir más de cerca el acoso de ansia y preocupación. Con frecuencia me preguntaba para mis adentros qué iba a suceder si uno de nosotros aparecía como positivo, víctima del virus. En esta atmósfera sobrevivimos desde febrero hasta mediados de junio, cuando nuestro Superior pudo regresar a HK.

En marzo ya se suspenden las Misas con público, las clases presenciales y muchas otras actividades tanto culturales como deportivas, de ocio y del compartir habitual en la vida social. A la tensión y perplejidad que producía la pandemia había que sumar la atmósfera enrarecida por la turbulencia política que pulverizó la calma y sosiego que disfrutaba HK hasta mediados del año precedente. Lo que en un principio aparecía como protesta y desacuerdo con ciertas políticas y medidas del gobierno local  se fue revistiendo poco a poco de una nueva dimensión, de un tono anti-China y de ataque directo a cuanto tuviera alguna relación más directa con China y sus intereses.

Lo cual contribuyó a aumentar la tensión y la división en HK. La megápolis vibrante, floreciente y pacífica que HK ha sido estaba dejando de ser lo que fue. En una de tantas manifestaciones y protestas que tuvieron lugar, los daños en las estaciones del metro --MTR--, orgullo y gloria de HK en lo que a transporte público se refiere, fueron tales y tantos que la empresa tomó la decisión de paralizar totalmente la red del Metro durante un día entero, cosa nunca vista en la historia de HK. Cierres parciales tuvieron lugar varias veces.

La atmósfera se ha enrarecido. Ahora uno se lo piensa y mira a ver con quién está antes de abrir la boca. Hasta en las familias y comunidades se intensifican las divergencias. Todo ello genera una serie de cuestionamientos de hondo calado para la iglesia y familias religiosas establecidas en HK.

Volviendo a la pandemia. Nosotros mantuvimos nuestra rutina comunitaria, incluido tanto el culto y la oración a nivel doméstico como la Semana Santa. Se sentía más fuerte la urgencia de implorar la protección divina y la intercesión de N. Sra. del Rosario en medio de esta calamidad.

Yo pedía el Señor por el regreso de nuestro Superior. Me sentía incapaz de manejar ciertas emergencias que pudieran surgir. Además, flotaba en el aire la incógnita de si pudiera estar de regreso para el 1º de julio, el día de Hong Kong y la fecha escogida para la toma de hábito del nuevo grupo de novicios y la Profesión del grupo saliente. Él debería presidir la solemne celebración y, aunque por momentos no se contaba con él, sucedió el milagro. Con un documento que urgía su presencia en Madrid logró salir de Asturias y llegar a Madrid y desde allí a HK, justo, pero antes del 1º de julio.

El margen era muy importante ya que todos los residentes que llegan a HK   tienen que pasar un test del Covid-19 y si el test da negativo en cuarentena dos semanas. Si da positivo, van directo del aeropuerto al hospital. En conclusión, la víspera del 1º de Julio estaba ya libre para poder movilizarse por HK. Él presidió la celebración del comienzo del Noviciado y Profesión de los Novicios 2019-2020, en la capilla del colegio de Rosaryhill.

Hay gran diferencia entre una familia ordinaria y una comunidad religiosa en situación de confinamiento. Es probable que la familia tenga dificultad en reinventar el día a día. Una comunidad religiosa siempre tiene tarea por delante. La oración, el estudio, la enseñanza continúan puertas adentro. Cuando todos los centros docentes estaban cerrados yo tenía la posibilidad de acercarme a la otra comunidad que tenemos en HK para dar clase al grupo de novicios.

Nuestra casa es un bloque de 4 pisos que tienen varias habitaciones disponibles. De ahí que se convirtió en posada de ´cuarentena´ o aislamiento para los frailes que venían de Macao y otros países a Hong Kong por visados o diversas necesidades. Con ello aumentaba el riesgo de contagio y el peligro de que eventualmente toda la comunidad cayera bajo cuarentena. Razón añadida para vivir en ansiedad. Los confinados, durante las dos semanas, eran ¨vigilados¨ a distancia a través del móvil y una pulsera electrónica de la cual no se podían desprender en ningún momento.

Gracias a Dios, no surgió ningún contagio ´positivo´ entre los miembros de la comunidad y los viajeros que hospedamos. ¿Qué hubiera sucedido en caso de tener contagios en nuestra comunidad? Probablemente nos hubieran dispersado por varios días en centros de confinamiento y hubieran desinfectado todo el edificio. La sensación más profunda y dramática, aunque parezca difusa es que estamos transitando por unchartered land: como caminando por una ruta inexplorada, donde se han evaporado los puntos de referencia, una mezcla de despiste y desconcierto y… sin saber hasta cuándo… Hacemos lo que podemos, pero oteamos el horizonte queriendo descubrir algún signo de lo alto que nos aclare la ruta.

martes, 16 de marzo de 2021

EN LA INQUIETUD Y EL TEMOR NO SE APAGA LA ESPERANZA, Fr. César Valero OP

Regresé de Roma, terminado allí mi servicio en la Curia General, el día 20 de febrero de este presente y aciago año 2020. Ya comenzaban las inquietudes respecto al “corona virus” que calladamente se extendía y propagaba por doquier. Sin embargo, nada hacía pronosticar el azote mundial que nos ha sobrevenido

Me aposenté en casa de mis padres. Planificaba estar con ellos, extremadamente débiles, una temporada antes de integrarme a la comunidad de asignación. Entonces estalló la pandemia en toda su virulencia. En aquel entonces, en el que es mi pueblo natal, todo siguió prácticamente igual. Extremamos las medidas higiénicas y disminuimos al máximo las salidas. Como somos personas hogareñas no sufrimos mayores trastornos. Lo más duro fue la cancelación de las visitas a mi madre, residente desde hace algunos años en un centro asistencial para personas mayores. El último verano que pasamos juntos en casa, al atardecer, sentados en un rincón del jardín, ella se entretenía contando los numerosos aviones, que, lejanos sobre nuestras cabezas, surcaban invariablemente una ruta aérea sur-norte-sur.

La soledad de estas tierras, ásperas y “mal bautizadas”, como un reconocido autor literario las definió en un relato de viajes el pasado siglo, fue aún más profunda. Los aviones dejaron de surcar los intensamente azules cielos castellanos. Una densa quietud lo habitó todo. Acostumbrado durante estos últimos años al silencio y recogimiento de los monasterios de nuestras hermanas dominicas, me asaltó el pensamiento de que el mundo, de repente, se había transformado en un gran monasterio. El silencio, el recogimiento, la mirada hacia dentro, la escucha de los latidos más profundos, se impuso a las prisas, las algarabías, y las distracciones de la extroversión...

Por aquellos días, en mis lecturas, me encontré con un pensamiento de un autor contemporáneo, al otro lado de la orilla de la fe, que aseveraba: “de pronto nuestras confortables inmanencias se han derrumbado”. Sí, gran parte de aquello que nos aportaba dicha y el espejismo de la felicidad, se había agrietado, y se alejaba de nuestro alcance.

Hemos caído en la cuenta de que no éramos tan invulnerables como creíamos, y muchos hemos crecido, siquiera un poco, en humildad. Y hemos renovado la confianza en la promesa del Señor. Durante estos meses ha resonado con fuerza en diversas circunstancias Su Palabra: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar” (Jn 14, 1-2).

La dura situación que estamos viviendo es también llamada a la confianza, a asumir con serenidad nuestra transitoriedad, a consolidar la certeza de saber de Quién nos hemos fiado.

En el mes de mayo, cuando amainaba la ola de contagios, y cierta luz se vislumbraba al final del túnel, llegué a Madrid. Había tenido ya noticia de los hermanos fallecidos en algunos de nuestros conventos. Otros fallecieron en las semanas siguientes a mi llegada. Los frailes participábamos de la misma zozobra que se percibía por doquier. Durante aquellos días del pasado verano una doctora, amiga de los hermanos de una de nuestras comunidades, y que tanto ayudó en momentos de extremo dolor y confusión, me lo expresaba: “Lo mismo que se vivía en la sociedad, se vivió igualmente en el convento”.

Hemos orado por los hermanos que partieron. Sentimos su ausencia. Hemos respirado con un poco más de calma. Lentamente, y con cautela y las prescritas precauciones, hemos recuperado una “cierta” normalidad.

Cuando escribo estas líneas se recrudece de nuevo la amenaza. El virus es implacable. Quisiéramos que nuestra fe y nuestra esperanza sean fuertes e inquebrantables.

Amenazados de muerte, quisiéramos ser capaces de reaccionar intensificando la búsqueda de la vida, abriendo la nuestra a quienes quieran compartir con nosotros este camino apasionante de vivir y anunciar la Buena Noticia de un Amor más fuerte que cualquier otra fuerza, y que hace historia con nosotros.

Amenazados por la tentación de concentrar todo el interés en salvaguardar egoístamente lo propio, quisiéramos ser capaces de desarrollar al máximo nuestras posibilidades de amar y de practicar la generosidad, anhelando siempre la fuerza de la comunión y colaboración con los demás, comenzando por los más cercanos y extendiendo este espíritu de amor y colaboración cuanto sea posible para que muchos puedan despertar a la certeza de que, pese a todos los pesares, mañana será un día mejor.

Amenazados por el crecimiento del “apateísmo” social, de una apostasía silenciosa que se aleja de nuestro sentir, pensar y obrar, quisiéramos ser capaces de reaccionar vertebrando en fidelidad y coherencia de vida nuestra identidad de seguidores alegres y esperanzados de Jesús de Nazaret.

Amenazados por la sombra del abatimiento, quisiéramos ser capaces de reaccionar encendiendo cada día la llama luminosa de la ilusión de ser lo que somos: testigos y anunciadores de la Plenitud que ha venido a visitarnos.

Amenazados por la fragilidad de nuestras ayer seguras fortalezas, quisiéramos ser capaces de volver la mirada al Señor Resucitado y dejarnos mirar por sus ojos rebosantes de Vida, y escuchar su voz calmada y certera diciéndonos: “No tengáis miedo”.

Amenazados por la oquedad que encierra los gritos del absurdo, quisiéramos ser capaces de espabilar la esperanza de volver a la ahora añorada cotidianidad, y aferrarnos seguros a la firme promesa de quien es Fiel, confiados y llenos de júbilo, volver a la casa del Padre, Hontanar de Amor, de quien partimos y a quien retornamos para sumergirnos por siempre y para siempre en su inagotable Vida de Dicha y Divina Comunión.