martes, 5 de enero de 2021

RELATO VOCACIONAL: EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES, DIOS, UNA, por Fr. Jose Gabriel Shunsuke OP

Mi nombre es José Gabriel Shunsuke. Soy japonés, (Matsuyama 1979). Budista en mis orígenes, a mis 41 años me encuentro en Macao como estudiante de filosofía y teología para ser muy pronto, Dios mediante, sacerdote dominico, predicador. Miro atrás y mi vida es  un sueño misericordioso de Dios. 

 

¿Por qué me hice católico?

 

El motivo fue personal: simplemente quería cambiar de vida. Mi familia no se opuso. Es más, encontré tanto en mi hermano, casado, como en mi padre, policía, inspiración para dicho cambio. El buen trabajo que mi padre hacía de ayudar a la gente me influyó mucho cuando más tarde decidí abrazar la vida religiosa: también yo quería hacer mucho bien a la gente; trabajar por ella y ayudar a todos.

 

Recuerdo que de niño leía biografías y literatura, inspirado por mi abuela, una apasionada de la historia. Estudié en la universidad de Tokushima Bunri y me especialicé en historia japonesa. Leía mucha literatura budista, al tiempo que participaba en voluntariados y hacía colectas para las víctimas de desastres naturales. Después de graduarme, trabajé ocho años como cartero en la oficina central de correos de Matsuyama. No lo debí hacer mal porque me nombraron manager de la oficina de correos del distrito.

 

Pero algo faltaba en mi vida. Como cartero ganaba mis dineros. Me compré coche, moto, etc. Todo era poco. Cada día quería comprar más y más cosas nuevas. Mis deseos mundanos llegaron a darme algo de miedo. Mi abuela murió; rompí con mi novia y me concentré en mi trabajo. No sabía lo que eran vacaciones. Toda mi energía estaba empleada allí.

 

¿Cómo me encontré con los dominicos?

 

Conocí su iglesia Matsuyama a través de mi trabajo. Era cartero y llevaba frecuentemente cartas a su dirección. Era una parroquia católica. Un día, no sé por qué, me decidí a subir la pequeña escalera de acceso a la iglesia y entré. Me gustó. Desde entonces, como si alguien me invitara a ello, comencé a participar con cierta frecuencia en sus celebraciones. Allí empecé a relacionarme con algunos cristianos, en particular con los de un grupo de teatro de marionetas, y con ellos entablé amistad y pude compartir su experiencia cristiana. Empecé a estudiar el catecismo con mucha alegría.

 

Los fines de semana hacíamos teatro de marionetas, visitando hospitales y casas de ancianos para entretenerlos. Era algo que me encantaba. La gente apreciaba mi carácter positivo y bondadoso. Yo sentía que los cristianos confiaban en mí y que apreciaban mi dedicación a la Iglesia. Y es que en mi tiempo libre ayudaba también como miembro del voluntariado de la diócesis a reconstruir los pueblos destruidos por los terremotos.

 

Durante la Misa de Pascua (2011), el P. Luis Gutiérrez, dominico me bautizó y confirmó en mi ciudad natal. Tenía yo entonces 32 años. Soy el único cristiano de mi familia. A partir de mi bautismo, asistía a misa todos los domingos, y cuando apenas llevaba un año de bautizado, los parroquianos me eligieron presidente de la comunidad, un servicio que desarrollé durante cuatro años. Después me hicieron miembro también de la Comisión de Ecumenismo de la diócesis e incluso me nombraron vicepresidente de los cristianos de toda la Provincia de Ehime.

 

¿Por qué dominico?

 

Aquel día (octubre de 2010) que entré en la iglesia del Sagrado Corazón repartiendo la correspondencia, recuerdo que, en un primer momento, algunas ideas de tinte monástico pasaron por mi cabeza; también, una reunión que tuve con estudiantes salesianos donde me hablaron de la misericordia de Dios, me impresionaron, pero no fui capaz de entenderlo. Eso sí, sembraron en mi ganas de saber más sobre Dios, sobre la verdad y la justicia. Y me enteré de que uno de los objetivos de la Orden de Predicadores era precisamente la búsqueda de la verdad a través del estudio. ¡Esto era exactamente lo que yo quería: conocer bien a Dios!

 

Así que opté por la Orden de Predicadores. Ahora entiendo quién me impulsó a subir las escaleras y entrar por primera vez en la iglesia dominicana de Matsuyama. Allí Dios me llamó y me asignó trabajo: el de visitar residencias de ancianos y entretenerlos con marionetas; recaudar fondos para aliviar el sufrimiento de las víctimas de terremotos… Me di cuenta de que estaba trabajando por la gente. Me sentí feliz. Y cuando hablaba de Dios con otros cristianos se me ensanchaba el corazón. Mi decisión de unirme a los dominicos se fue consolidando.

 

Un cristiano me regaló dos libros que dieron nuevo rumbo a mi vida: “La oración y la misión de Santo Domingo” y “La Espiritualidad de Santo Domingo”. Ellos me ayudaron a consolidar la idea que desde que recibí el bautismo acariciaba en mi interior: la de ser un día sacerdote para imitar la vida de Jesús, al estilo de Santo Domingo de Guzmán.

 

Así se lo dije al P. Luis Gutiérrez, OP, quien más tarde escribió a sus superiores para que pudiera entrar en la Orden dominicana. Me animaron también algunos católicos de la parroquia que enviaron encarecidas cartas de recomendación a los dominicos, alabando profusamente mis buenas cualidades.

 

Un día presenté mi solicitud al Vicario dominico de la Provincia de Nuestra Señora del Rosario, residente en Matsuyama. Aprobado por el comité de admisión, a través de un examen previo, fui aceptado como aspirante. En octubre de 2016, fui enviado a Manila para perfeccionar mi inglés y a Hong Kong, el 15 de agosto de 2017, para comenzar mi noviciado. Terminado éste, en 2018, fui al estudiantado de Macao comenzando mis estudios de filosofía y teología. Y aquí me encuentro, a gusto en esta comunidad internacional, quemándome las cejas con metafísicas, latines y griegos.  Mi lógica nativa no es la greco-romana del currículo de la Universidad donde estudio, pero intuyo que esa es la lógica de Dios que me ha traído aquí. Y es la que de momento estoy aprendiendo. He comenzado ya la teología.

 

Dicen que el cartero siempre llama dos veces. Yo, en el desempeño de mi oficio, llamé muchas más a la iglesia-parroquia de los dominicos. Hasta que un día entré y ya nada fue igual. Esta vez fui yo el llamado. Dios en su misericordia lo hizo y me asignó muchas tareas, todas relacionadas con el amor.

 

Y ahora mi objetivo es cumplir Su mandato.

 

Tengo grandes deseos de aprender, de enseñar y de predicar. Y un sueño: el de promover vocaciones dominicanas en Japón.

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