Humanidad… ¡Cuántas veces hemos reclamado su presencia cuando pedimos comprensión, solidaridad, sensibilidad! Cuando pedimos, en definitiva, que sean empáticos con nosotros. Y si estamos prontos para demandar empatía, debemos interrogarnos hasta dónde estamos dispuestos a ofrecerla…
Es la capacidad de empatizar con el otro lo que nos hace humanos. ¿Cómo ser empáticos en esta sociedad en la que la pandemia de Covid-19, las guerras y las catástrofes naturales, nos han dado claras muestras sobre la vulnerabilidad y la fragilidad de nuestro acomodado mundo moderno?
Es relativamente fácil pensar en las grandes desigualdades que se dan a nivel mundial debido a una injusta distribución de la riqueza. Hasta es fácil igualmente, comprobar, acudiendo a estadísticas y estudios varios, que hoy las evidencias crecen en el tema de las desigualdades sociales. Podemos, también, percibir preocupación internacional e incluso en la vida política.
Pero muchas veces esta situación se nos queda lejos. La solución corresponde a otros… Y nos cuesta interiorizar que la riqueza sigue marcando diferencias sociales. Y las tenemos muy cerca de nosotros… Es importante ver a tiempo las necesidades de nuestros hermanos. El rico Epulón no vio a Lázaro mendigando a su puerta. En cambio, le ve después de la muerte, aunque les separaba un abismo. Pero ya era tarde.
En “Veritatis splendor”, 98, encontramos una llamada a la reacción personal: “Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política que padecen pueblos y naciones enteras, aumenta la indignada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos humanos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia”.
Con mirada atenta e interesada, comprobamos el desequilibrio que generan las grandes diferencias entre ricos y pobres que viven en una situación en la que no pueden tener cubiertas sus necesidades básicas, por falta de recursos para alimentación, vivienda, educación, agua, luz, asistencia sanitaria... O en situación de “exclusión” por su posición social, por su cultura, su religión, su situación económica… Estas realidades nos rodean. Con nuestro voto de pobreza evangélica podemos optar por dos caminos: El que propone Jesús al joven rico: quedarse sin nada; o no poner nuestra confianza en el dinero, no acumular egoístamente y comprometernos con los pobres, empleando socialmente los propios bienes.
Consagración religiosa y opción por los pobres van unidas. El mayor servicio que podemos prestar a la humanidad, ávida de tener y disfrutar, es el testimonio de nuestra vida. Se espera de nosotros una vida más coherente y más solidaria con los desposeídos. A veces nuestro estilo de vida levanta sospechas y la hace poco creíble. Si optamos por una vida aburguesada y cuyo criterio es la comodidad, nuestra vida pierde sabor...
EL voto de pobreza tiene que ser hoy signo de coherencia. No basta renunciar, o dejar todo, pues se puede hacer esta opción y estar lejos del Evangelio si no se transitan los caminos de la solidaridad. En nuestro itinerario personal, entran en conflicto ideal y realidad. Surge la tensión entre lo que hago y lo que deseo hacer. Los empobrecidos, suelen carecer no solo de ingresos, sino de educación, salud, justicia, crédito, cariño, acogida, compañía… y la pobreza se les convierte en falta de oportunidades. Necesitan de nosotros una atención humanizada, con actitud solidaria y respeto.
Además de la austeridad de vida personal y comunitaria, además de vivir de nuestro trabajo, ha de reinar la caridad que está hermanada con el voto de pobreza. Dar de los bienes materiales, resulta fácil. La comunidad responde… pero ¿qué hacemos con las “riquezas” personales: capacidades, facultades, fuerzas, formación recibida?… El voto de pobreza nos libera de nuestros deseos de comodidad y satisfacción, y nos invita a entrar en la lógica de Dios. Jesús se compadecía de la multitud. Al atardecer, los discípulos le dijeron que despidiera a la gente para que buscaran algo de comer. Era lo más práctico… Jesús se compadeció de la multitud y les dijo: “Dadles vosotros de comer”. (cf. Mt 14, 13-21).
En Jesús de Nazaret encontraremos la inspiración y la gracia para asumir el gran reto de acercarnos con sencillez a los pobres, amarlos, ayudarlos y hacer una opción preferencial por ellos.
Tenemos otro ejemplo en santo Domingo, el predicador itinerante, a quien nada de lo humano le resultaba ajeno, que configuró su perfil espiritual y evangélico al contacto con las masas empobrecidas por situaciones de cautiverio y esclavitud, por los destrozos de la herejía y el paganismo, el mundo de los pecadores… Los gestos concretos de pobreza son abundantes en él. Su amor a la pobreza fue proverbial. Nos la legó en el testamento espiritual porque nos quiere como él, libres de bienes materiales para seguir libremente a Jesús y anunciar su Reino.
Necesitamos seguir preguntándonos qué nos pide hoy el Señor y dejar que resuenen una vez más en nuestro interior sus palabras: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos más pobres, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31).
Si queremos ser verdaderamente humanos, debemos “dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Caritas in veritate 34).
¡Poner humanidad y gratuidad en la distribución de nuestra riqueza, es la tarea!
Termino con el planteamiento hecho por el editor, P. Pedro Juan: Quizás sea el momento de volver a proponer “la lógica de Jesús”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario