sábado, 17 de septiembre de 2022

El sentido de pobreza ha estado presente en mí desde joven, Sor Lola y comunidad monástica de Toro

 Antes de venir al monasterio era una luchadora contra la injusticia y abuso de la riqueza dejando a más de la mitad de la humanidad en pobreza, pero era una lucha contra la injusticia y pobreza como la entendemos todos: “Falta, escasez, necesitado, que no tiene lo necesario para vivir”.

Sabía que el abuso de las riquezas genera cada vez más pobres; era necesaria una lucha social que yo reconocía y aprovechaba cualquier situación para hacerlo notar.

No es que ahora no lo vea así, sino que después de 40 años como monja en el monasterio y sabiendo lo que es verdaderamente Justica y Paz, la pobreza tiene un sentido más humano, y no tan socialmente desnudo.  Al sentirme llamada a seguir a Jesucristo dentro de la clausura en una vida contemplativa, comencé a experimentar lo que iba ser mi futuro VOTO DE POBREZA. Vivir en comunidad, compartiendo y en libertad, pues lo primero que sentía era una gran libertad.

Según el diccionario, no hay sólo una definición de pobreza también existe una segunda: “Dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión”.

Y esto en vida en clausura. Somos ricas pues nos sabemos poseedoras de tener a Cristo, a quien seguimos según el carisma dominicano. No tenemos nada    individualmente y todo es   comunitario. No tenemos nada, pero tenemos todo. ¡Qué paradoja pues nada más contrario a la pobreza!   La gran riqueza de Cristo, regala una vida rica.

Eucaristía diaria, sacramentos, Palabra de Dios también diaria y compartida, sin prisas, gustando, saboreando (es también una riqueza).

Un patrimonio artístico enorme, donde vivimos. Cuando el confinamiento en la pandemia de la Covid 19, me he dado cuenta del gran privilegio que teníamos pues mientras había personas que estaban recluidas en unos pocos metros cuadrados, nosotras teníamos miles.  Es verdad que   el mantenimiento cuesta, pero nos sabemos guardianas de una historia y que somos un eslabón más para su continuación.

Tenemos trabajo que nos permite dignificar la vida y vivir juntas el carisma de fraternidad. Nos hacemos así pobres trabajadores con los pobres, y como decir que diariamente vemos el cuidado providente de Dios no solo como una manera de hablar, sino que materialmente cuida de nosotras hasta en las cosas más pequeñas.

Un ejemplo pues un día no teníamos pan para comer, entonces sin esperarlo vino a esa misma hora el párroco con una caja de pan de Cáritas, cosa que nunca más hizo. Me diréis, entonces cómo vivís la pobreza, pues… compartiendo.  Con los ingresos de nuestro trabajo, y a la vez ayudando con la contratación de personas que trabajen en nuestras actividades, como, por ejemplo, puesto que nuestro monasterio tiene un museo, contratamos anualmente a una guía para enseñarlo.

A la vez nos beneficiamos ambas partes, generalmente son jóvenes que han terminado sus estudios y buscan trabajo especializado, no quieren marcharse lejos de sus familias y podemos ayudarles en sus primeros momentos de vida laboral. Les damos igualmente confianza.

El compartir la oración la liturgia, y actos de devoción popular, como suele ser el rosario, pero sobre todo compartirnos nuestro tiempo, primeramente, entre las hermanas de la comunidad, pero   también entre los distintos monasterios de la Orden y otros que por cercanía tenemos una la misma realidad. ¡El día de la vida consagrada nos juntamos en uno de ellos las monjas que vivimos en el pueblo con diferentes carismas, no sabéis que gran riqueza!

Nos conocemos, hablamos de nuestros problemas, pero también de las fuerzas y sueños que tenemos y las experiencias de vida diaria con los testimonios compartidos, lo cual sirve para conocernos y querernos más, ayudándonos a caminar en nuestra vocación. Me gusta la confianza fraterna que se genera desde el principio de nuestros encuentros.

Pero sobre todo llevamos a la oración a tantas personas ..., unas nos lo piden otras no. Llegan muchísimas peticiones de oración, sin exagerar cientos y miles. Ruegan que presentemos al Señor sus vidas, intenciones, problemas, necesidades, peticiones…

La pregunta es, si el pobre pide, ¿quién es pobre? Nosotras desde la pobreza del claustro sentimos esa urgencia de orar. Se hace palpable el que Ntro. Padre Santo Domingo sólo hablaba de Dios o con Dios. “Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis” nos ponemos al servicio de los demás y curiosamente cuanto más das más recibes.

¡Qué distinto sentido el de pobreza! Digamos sencillamente, que se está en consonancia con la Iglesia y en plenitud de sinodalidad. Hoy por hoy todos entendemos la pobreza compartiendo vida, no hace falta explicar a nadie, que dentro de la clausura la ascesis de una vida pobre es seguir el Evangelio de forma integral. Jesucristo pobre pasó toda su vida haciendo el bien.

                                          

Desigualdades y voto de pobreza, Sor Dolores Requejo OP, Misionera de Santo Domingo, Madrid

Humanidad… ¡Cuántas veces hemos reclamado su presencia cuando pedimos comprensión, solidaridad, sensibilidad! Cuando pedimos, en definitiva, que sean empáticos con nosotros. Y si estamos prontos para demandar empatía, debemos interrogarnos hasta dónde estamos dispuestos a ofrecerla…

Es la capacidad de empatizar con el otro lo que nos hace humanos. ¿Cómo ser empáticos en esta sociedad en la que la pandemia de Covid-19, las guerras y las catástrofes naturales, nos han dado claras muestras sobre la vulnerabilidad y la fragilidad de nuestro acomodado mundo moderno?

Es relativamente fácil pensar en las grandes desigualdades que se dan a nivel mundial debido a una injusta distribución de la riqueza. Hasta es fácil igualmente, comprobar, acudiendo a estadísticas y estudios varios, que hoy las evidencias crecen en el tema de las desigualdades sociales. Podemos, también, percibir preocupación internacional e incluso en la vida política.

Pero muchas veces esta situación se nos queda lejos. La solución corresponde a otros… Y nos cuesta interiorizar que la riqueza sigue marcando diferencias sociales. Y las tenemos muy cerca de nosotros… Es importante ver a tiempo las necesidades de nuestros hermanos. El rico Epulón no vio a Lázaro mendigando a su puerta. En cambio, le ve después de la muerte, aunque les separaba un abismo. Pero ya era tarde.

En “Veritatis splendor”, 98, encontramos una llamada a la reacción personal: “Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política que padecen pueblos y naciones enteras, aumenta la indignada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos humanos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia”.

Con mirada atenta e interesada, comprobamos el desequilibrio que generan las grandes diferencias entre ricos y pobres que viven en una situación en la que no pueden tener cubiertas sus necesidades básicas, por falta de recursos para alimentación, vivienda, educación, agua, luz, asistencia sanitaria... O en situación de “exclusión” por su posición social, por su cultura, su religión, su situación económica… Estas realidades nos rodean. Con nuestro voto de pobreza evangélica podemos optar por dos caminos: El que propone Jesús al joven rico: quedarse sin nada; o no poner nuestra confianza en el dinero, no acumular egoístamente y comprometernos con los pobres, empleando socialmente los propios bienes.

Consagración religiosa y opción por los pobres van unidas. El mayor servicio que podemos prestar a la humanidad, ávida de tener y disfrutar, es el testimonio de nuestra vida. Se espera de nosotros una vida más coherente y más solidaria con los desposeídos. A veces nuestro estilo de vida levanta sospechas y la hace poco creíble. Si optamos por una vida aburguesada y cuyo criterio es la comodidad, nuestra vida pierde sabor...

EL voto de pobreza tiene que ser hoy signo de coherencia. No basta renunciar, o dejar todo, pues se puede hacer esta opción y estar lejos del Evangelio si no se transitan los caminos de la solidaridad. En nuestro itinerario personal, entran en conflicto ideal y realidad. Surge la tensión entre lo que hago y lo que deseo hacer. Los empobrecidos, suelen carecer no solo de ingresos, sino de educación, salud, justicia, crédito, cariño, acogida, compañía… y la pobreza se les convierte en falta de oportunidades. Necesitan de nosotros una atención humanizada, con actitud solidaria y respeto.

Además de la austeridad de vida personal y comunitaria, además de vivir de nuestro trabajo, ha de reinar la caridad que está hermanada con el voto de pobreza. Dar de los bienes materiales, resulta fácil. La comunidad responde… pero ¿qué hacemos con las “riquezas” personales: capacidades, facultades, fuerzas, formación recibida?… El voto de pobreza nos libera de nuestros deseos de comodidad y satisfacción, y nos invita a entrar en la lógica de Dios. Jesús se compadecía de la multitud. Al atardecer, los discípulos le dijeron que despidiera a la gente para que buscaran algo de comer. Era lo más práctico… Jesús se compadeció de la multitud y les dijo: “Dadles vosotros de comer”. (cf. Mt 14, 13-21).

En Jesús de Nazaret encontraremos la inspiración y la gracia para asumir el gran reto de acercarnos con sencillez a los pobres, amarlos, ayudarlos y hacer una opción preferencial por ellos.

Tenemos otro ejemplo en santo Domingo, el predicador itinerante, a quien nada de lo humano le resultaba ajeno, que configuró su perfil espiritual y evangélico al contacto con las masas empobrecidas por situaciones de cautiverio y esclavitud, por los destrozos de la herejía y el paganismo, el mundo de los pecadores… Los gestos concretos de pobreza son abundantes en él. Su amor a la pobreza fue proverbial. Nos la legó en el testamento espiritual porque nos quiere como él, libres de bienes materiales para seguir libremente a Jesús y anunciar su Reino.

Necesitamos seguir preguntándonos qué nos pide hoy el Señor y dejar que resuenen una vez más en nuestro interior sus palabras: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos más pobres, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31).

Si queremos ser verdaderamente humanos, debemos “dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Caritas in veritate 34).

¡Poner humanidad y gratuidad en la distribución de nuestra riqueza, es la tarea!

Termino con el planteamiento hecho por el editor, P. Pedro Juan: Quizás sea el momento de volver a proponer “la lógica de Jesús”.

 

Humanidad, riqueza y pobreza, Hna. Celestina Veloso Freitas, Dominica de la Anunciata, Roma

Nuestra sociedad, como en la época de Santo Domingo, se encuentra en un contexto de crisis, inseguridad, hambre, tinieblas que obscurecen la luz. Muchos desafíos y atrocidades que generan indignación, impotencia revelan que hemos dejado de ser lo más sagrado que estamos llamados a ser: HUMANOS.

Algunos expertos definen nuestro tiempo como un cambio de época, un tiempo de contradicción: ¡tanta evolución a muchos niveles!; por otro lado, el irrespeto a la vida humana, a la creación, a los valores humanos y religiosos, independientemente de si son cristianos o de otras confesiones.

Como nos dijo el Papa Francisco al inicio de su pontificado “vivimos una “tercera guerra mundial en pedazos”. En este momento esa verdad se hace más evidente y son impactantes los rostros e imágenes de la deshumanización en nuestro mundo.  A lo largo de la historia de la humanidad, ya sea por el número de la población u otros motivos, nunca se habían producido tantas migraciones, ya sea por fenómenos climáticos, por la guerra o persecución.

La desigualdad de la distribución de la riqueza genera la exclusión social y la vulnerabilidad, hace que hombres, jóvenes, mujeres y niños dejen su tierra y arriesguen su vida en busca de un futuro mejor. Se revela así la belleza de la diversidad de la humanidad y de la Interculturalidad y, al mismo tiempo, el drama de los refugiados y los migrantes.

Sabemos que el mundo está dividido en clases y que la pobreza económica es la raíz de todas las demás formas de pobreza en el mundo. La carencia de lo indispensable para sobrevivir es un problema mundial y todos somos responsables por ello. La brecha que separa a ricos de pobres es cada vez mayor, a pesar de las buenas intenciones de varios organismos internacionales.

La economía y los medios de comunicación dominan el mundo. Muchos líderes mundiales olvidaron el verdadero significado de la política. Un pequeño grupo de personas concentran y controlan la riqueza mundial, mientras naciones enteras viven en condiciones inhumanas. Con la pandemia esta realidad se puso en mayor evidencia.

El capitalismo y la globalización económica promueven un modelo de humanidad basado en el consumismo y en el poder. Y es desde estos parámetros que las personas son reconocidas. El amor por las cosas es más fuerte e importante que el amor por la vida y por las personas, dejaron de ser los cuidadores y se han convertido en los destructores, los explotadores de la “Casa Común “y de sus semejantes.

La VR nació como una propuesta radical al seguimiento de Jesús y una profecía de nuevos tiempos. Somos llamadas/dos a seguir el Maestro Jesús e iluminar las tinieblas con nuestro estilo de vida allí donde cada uno se encuentra y en lo que cada uno hace. Jesús, por amor a nosotros, asume nuestra condición de fragilidad y belleza, se solidariza con la humanidad: “Siendo rico se hizo pobre, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos” (2 Cor 8, 9). Desde esta perspectiva la pobreza gana otro sentido.

La Vida religiosa está llamada a reinterpretar el sentido del voto de pobreza. Queremos vivir la solidaridad y la compasión con la humanidad sufriente, nos comprometemos en la construcción de un mundo más justo, con una justa distribución de la riqueza, de manera que los derechos humanos y de la tierra sean respetados.  Apuntamos al mundo valores que nos transcienden y que son capaces de liberarnos del afán de poder, de ganancia con un estilo de vida austera. Así encontramos el verdadero sentido de la fraternidad universal, la belleza de las cosas creadas y nos centra en lo esencial.

A lo largo de la historia, Dios suscitó hombres y mujeres que encarnaron en su vida y transmitieron a otros el verdadero sentido de ese Voto: pasando de una vivencia intimista a un compromiso de solidaridad social y económica, revelando la presencia del Reino en medio a nuestro mundo.

Con el Papa Francisco se habla de la Iglesia de los pobres, hecha por los pobres y para los pobres. Sus gestos, escritos y pronunciamientos nos plantean la calidad del testimonio evangélico que podemos dar, sabiendo que la pobreza no es ningún valor en sí misma.  Jesús, el Mesías liberador, vino a instaurar su Reino, que implica la liberación de la pobreza, como nos proclama en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 2, 7, 22). 

Tanto la pobreza como la riqueza poseen una relación dialéctica, se implican mutuamente. La pobreza conlleva un empobrecimiento y la riqueza, al contrario, un enriquecimiento.  La pobreza denuncia la presencia de la injusticia y la existencia de una riqueza deshonesta, robada. Esa pobreza que deshumaniza la persona humana es resultado de la ganancia desmesurada de los ricos y no tiene lugar en el Reino de Dios. Por eso debemos denunciarla, erradicarla.

Sabemos que el combate contra la pobreza económica y el compromiso con una sociedad más justa y fraterna, comienza con el cambio en uno mismo, pues se juega en el corazón de cada hombre y mujer que se pone en camino tras las huellas de Jesús.  Santo Domingo nos dejó como herencia la pobreza voluntaria, para que todos tengan vida, y que la tengamos todos, en abundancia.