Sabía que el abuso de las riquezas genera cada vez más pobres; era necesaria una lucha social que yo reconocía y aprovechaba cualquier situación para hacerlo notar.
No es que ahora no lo vea así, sino que después de 40 años como monja en el monasterio y sabiendo lo que es verdaderamente Justica y Paz, la pobreza tiene un sentido más humano, y no tan socialmente desnudo. Al sentirme llamada a seguir a Jesucristo dentro de la clausura en una vida contemplativa, comencé a experimentar lo que iba ser mi futuro VOTO DE POBREZA. Vivir en comunidad, compartiendo y en libertad, pues lo primero que sentía era una gran libertad.
Según el diccionario, no hay sólo una definición de pobreza también existe una segunda: “Dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión”.
Y esto en vida en clausura. Somos ricas pues nos sabemos poseedoras de tener a Cristo, a quien seguimos según el carisma dominicano. No tenemos nada individualmente y todo es comunitario. No tenemos nada, pero tenemos todo. ¡Qué paradoja pues nada más contrario a la pobreza! La gran riqueza de Cristo, regala una vida rica.
Eucaristía diaria, sacramentos, Palabra de Dios también diaria y compartida, sin prisas, gustando, saboreando (es también una riqueza).
Un patrimonio artístico enorme, donde vivimos. Cuando el confinamiento en la pandemia de la Covid 19, me he dado cuenta del gran privilegio que teníamos pues mientras había personas que estaban recluidas en unos pocos metros cuadrados, nosotras teníamos miles. Es verdad que el mantenimiento cuesta, pero nos sabemos guardianas de una historia y que somos un eslabón más para su continuación.
Tenemos trabajo que nos permite dignificar la vida y vivir juntas el carisma de fraternidad. Nos hacemos así pobres trabajadores con los pobres, y como decir que diariamente vemos el cuidado providente de Dios no solo como una manera de hablar, sino que materialmente cuida de nosotras hasta en las cosas más pequeñas.
Un ejemplo pues un día no teníamos pan para comer, entonces sin esperarlo vino a esa misma hora el párroco con una caja de pan de Cáritas, cosa que nunca más hizo. Me diréis, entonces cómo vivís la pobreza, pues… compartiendo. Con los ingresos de nuestro trabajo, y a la vez ayudando con la contratación de personas que trabajen en nuestras actividades, como, por ejemplo, puesto que nuestro monasterio tiene un museo, contratamos anualmente a una guía para enseñarlo.
A la vez nos beneficiamos ambas partes, generalmente son jóvenes que han terminado sus estudios y buscan trabajo especializado, no quieren marcharse lejos de sus familias y podemos ayudarles en sus primeros momentos de vida laboral. Les damos igualmente confianza.
El compartir la oración la liturgia, y actos de devoción popular, como suele ser el rosario, pero sobre todo compartirnos nuestro tiempo, primeramente, entre las hermanas de la comunidad, pero también entre los distintos monasterios de la Orden y otros que por cercanía tenemos una la misma realidad. ¡El día de la vida consagrada nos juntamos en uno de ellos las monjas que vivimos en el pueblo con diferentes carismas, no sabéis que gran riqueza!
Nos conocemos, hablamos de nuestros problemas, pero también de las fuerzas y sueños que tenemos y las experiencias de vida diaria con los testimonios compartidos, lo cual sirve para conocernos y querernos más, ayudándonos a caminar en nuestra vocación. Me gusta la confianza fraterna que se genera desde el principio de nuestros encuentros.
Pero sobre todo llevamos a la oración a tantas personas ..., unas nos lo piden otras no. Llegan muchísimas peticiones de oración, sin exagerar cientos y miles. Ruegan que presentemos al Señor sus vidas, intenciones, problemas, necesidades, peticiones…
La pregunta es, si el pobre pide, ¿quién es pobre? Nosotras desde la pobreza del claustro sentimos esa urgencia de orar. Se hace palpable el que Ntro. Padre Santo Domingo sólo hablaba de Dios o con Dios. “Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis” nos ponemos al servicio de los demás y curiosamente cuanto más das más recibes.
¡Qué distinto sentido el de pobreza! Digamos sencillamente, que se está en consonancia con la Iglesia y en plenitud de sinodalidad. Hoy por hoy todos entendemos la pobreza compartiendo vida, no hace falta explicar a nadie, que dentro de la clausura la ascesis de una vida pobre es seguir el Evangelio de forma integral. Jesucristo pobre pasó toda su vida haciendo el bien.