Sobre el voto de pobreza se ha escrito una ingente cantidad de páginas. Pero quizá sea cosa de situarse en dos textos de la Biblia, que pueden fundamentar la opción hecha en el voto de pobreza. Cristo, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8, 9). El contexto es la organización de una colecta en favor de los pobres. ... su pobreza extrema se ha desbordado en tesoros de generosidad. (2 Co 8, 2).
Y es aquí donde encontramos dos claves esenciales: el fundamento cristológico de una opción de pobreza y el carácter funcional del voto de pobreza. Dicho de otro modo, no profesamos la pobreza para ser pobres. Profesamos la pobreza para adquirir la capacidad de compartir con otros –primero con los de la propia comunidad- los bienes que obtengamos por nosotros mismos o por nuestro trabajo. La acumulación de bienes siempre es una tentación. La exigencia de aquello que quizá no necesitamos, también.
El segundo texto también es de Pablo: A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo. (Ef 3, 8). El voto de pobreza está íntimamente relacionado con la predicación. Si anunciamos a un Cristo que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, ¿cómo lo anunciaremos desde el confort? Si anunciamos a Cristo, que en sí mismo es una riqueza, ¿cómo lo anunciamos desde una actitud consumista que no transige con la austeridad?
Por algo Santo Domingo tuvo la valentía de decir a los legados pontificios que no era desde el boato y el esplendor como debían predicar a los herejes. Por algo Santo Domingo asumió la mendicidad como una de las primeras formas de vida de la Orden.
Pero y con todo, debemos seguir afirmando el carácter funcional de la pobreza. En este sentido, uno de los beneficios de la profesión de pobreza es la austeridad. En una entrevista que hizo Ángel Garijo al P. Congar, dijo que una vida de estudio implica cierto lote de austeridad y de pobreza. Es bueno recordar que el éxito académico de los primeros frailes en la Universidad de París, obedecía a la pobreza que no vivían los maestros seculares. Es cosa cierta que cuando un fraile no anda muy pendiente del “cuidado” de sí mismo y de “sus bienes”, encuentra mayor libertad para vivir la vida fraterna en comunidad, para orar, para estudiar y para predicar.
Ahora bien, no podemos ser ingenuos y pensar que la “fuerza” del voto es suficiente para ser pobres. Los frailes sólo podemos ser coherentes con nuestro voto de pobreza en la medida en que tengamos una experiencia de Dios. Cuando un hombre de fe ha experimentado en su vida la riqueza insondable que es Cristo, siente que necesita de muy poco para vivir. Tengo muchos recuerdos en este sentido.
El primero es el de Fray Florentino Bravo, un fraile que era de la Provincia Bética. En su habitación no había más que una cama, una mesa y un escaparate un poco vacío. ¡Y fue uno de los prohombres de la Provincia Bética en Venezuela! De igual manera recuerdo a nuestro querido Fray Pablo Granados. En su habitación del Convento de Santo Domingo, en San Cristóbal, había una cama, un escritorio, un escaparate medio vacío, una Biblia y un Breviario.
Y ahora, cuando escribo esto, los más de cien libros que hay en “mi biblioteca”. Quizá esté sonando la hora de despedirme de ellos, para que reposen en mejores manos o en mejores estancias.
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