No es fácil escribir sobre la desigualdad en la distribución de recursos y la diferencia abismal entre ricos y pobres. Por el contrario, es un gran reto, pues ¿cómo hacerlo sin culpar a los gobiernos? ¿Cómo hacerlo sin criticar a los empresarios defendiendo lo que llamamos explotación de la clase trabajadora? Padre nuestro que estás en el cielo, no me dejes caer en la tentación de preguntarme ¿por qué en el momento de la creación Dios puso la mayor reserva de petróleo del mundo en Venezuela y no les dio siquiera un pequeño pozo a los haitianos?
Creo fervientemente que la creación es perfecta y que los políticos y empresarios son una minoría, importante, pero minoría. El problema no es Dios ni estas gentes; el problema somos nosotros y nuestro método para ‘someter’ la tierra (Gen 1:28); quiero decir, para administrar los recursos que Dios sabiamente ha distribuido a lo largo y ancho del universo. No, no digo del planeta porque ¿cómo haremos para distribuir a cada ser humano los recursos/ganancias que se puedan hallar/producir en Marte o más allá de la Vía Láctea?
Escribir este artículo me lleva a mi clase de Historia de la Iglesia en los siglos XIX y XX. Recuerdo haberle dicho al profesor el primer día de clases, “no me hagáis perder el tiempo memorizando fechas, enséñeme algo que me sea útil después de la universidad y que lo pueda recordar para predicar 20 años más tarde”.
No he terminado mi Teología ni mi clase de Historia, y no han pasado 20 años: el profesor me asignó leer dos documentos muy importantes: Rerum Novarum y Populorum Progressio. He aquí la inspiración para mí artículo, algo que recordaré por siempre. Ya sabía algo sobre ‘PAPELorum Progressio’ porque un maestro me dijo que muchas cosas importantes se quedan en el papel y no se aplican en la gente. Perdón por el chiste. Mi maestro tenía un sentido del humor bastante particular y esta frase, Papelorum Progressio, debía ser inmortalizada de alguna forma.
No debemos perder de vista que la Iglesia ha estudiado este fenómeno desde sus inicios. Jesús no criticaba a los ricos y ‘poderosos’. Jesús llamaba la atención de aquellos que teniendo la posibilidad se negaban, directa o indirectamente, a ayudar a aquellos que no gozaban de las mismas oportunidades económicas y sociales. El joven rico de los Evangelios sinópticos, por ejemplo, no era empresario o político, él era uno más entre nosotros buscando mejores condiciones de vida.
En 1891 el Papa León XIII observaba con preocupación “la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría […] juntamente con la relajación de la moral.” (RN, 1). Ante esta situación el Papa llamaba con urgencia a “proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa.” (RN, 1). Nos queda preguntarnos ¿Cuánto ha cambiado el panorama 131 años después?
Rerum Novarum enfatiza la desigual relación entre patronos y obreros sabiendo que el obrero presta sus servicios pues la necesidad llama a su puerta. El obrero necesita un salario que le permita comer, vestirse, tener vivienda y hasta un poco de esparcimiento. 131 años después las necesidades del obrero son las mismas. Una vez más, no es cosa de los recursos sino de cómo los distribuimos.
El Papa Pablo VI, de santa memoria, en su carta Populorum Progressio (1967) retoma las ideas del Papa León y añade “Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos.” (PP, 3). Para San Pablo VI las necesidades del hombre en general son “verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más.” (PP, 6). Insisto, los recursos para satisfacer estas necesidades están a disposición en nuestro planeta.
La realidad nos muestra que “la economía moderna conduce el mundo hacia una agravación y no a una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente.” (PP, 8).
Teniendo como fondo el Evangelio y estos dos documentos nos queda asegurar que el desequilibrio no se encuentra en la distribución geográfica de los recursos sino en cómo estamos usando estos recursos, en beneficio de pocos y en detrimento de muchos. La falla está en habernos quedado criticando a los acaudalados y no haber ayudado, desde nuestras posibilidades, a los poco afortunados.
Finalmente, el desequilibrio lleva a la confrontación de ideas, ideologías, tecnologías desde el papel hasta el campo de batalla. Los recursos deberían ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida, sin embargo, millones son destinados a las armas y a la opresión de los pueblos.
La guerra en Ucrania, sostenida por políticos y grandes empresarios, nos está dando la oportunidad de repensar cómo distribuir los recursos, cómo ayudar a quien lo necesita con nuestros medios, cómo entender que el ser más rico y poderoso del universo, Dios, asumió la frágil condición humana para enseñarnos y salvarnos. Solo queda preguntarnos ¿es posible progresar desde el papel hasta los pueblos?