El cuidado de la creación debe preocupar a todo sacerdote, religioso y religiosa en su vida y misión. Sobre todo, en este mundo actual. Hoy el compromiso con la ecología ya no es un entretenimiento opcional; es una urgencia absoluta. Los peligros y amenazas al planeta, al medio ambiente, a la vida misma… están adquiriendo niveles casi apocalípticos. Lo saben y lo reconocen personas que quizá nunca han escuchado la palabra “ecología”.
Mi padre era un campesino sin más formación académica que la escuela primaria rural. Caminaba con él una tarde de verano por una vereda en el campo. Fijándose en una manantial que se había secado, hizo este comentario: “Algo malo está sucediendo. Es la primera vez que veo seco este manantial”. Y comenzó a recitar una letanía de lamentos sobre los males que él venía observando en la naturaleza a lo largo de sus casi 90 años: han desaparecido los cangrejos, apenas hay truchas en el río, enfermaron los conejos, han enfermado los negrillos primero y luego los espinos majuetos… El río está lleno de plásticos y el monte se está llenando de latas de todo tipo…Terminó su letanía preguntándose: ¿Qué está pasando? Mi padre ni sabía en aquel momento que existía la palabra “ecología”.
Un tío mío fue trashumante toda su vida. Durante 45 años, año tras año, caminó con un rebaño de merinas desde los montes de León hasta las dehesas de Cáceres. Un mes para abajo; otro mes para arriba. Debido a las necesidades económicas de la familia, no pudo terminar su escuela primaria. Tampoco había oído hablar de “ecología”. Pero describía así lo que había observado a lo largo de los años: “La naturaleza está enferma, lo vengo notando de año en año a lo largo de la cañada real, cada vez tiene menos fuerza. ¿Y los animales? Cada vez engordan más con los piensos modernos, pero cada vez son más débiles y menos resistentes”. Terminó sus lamentos con la misma pregunta: Pero ¿qué está pasando?
Si, esta es la pregunta que tienen que hacerse en serio quienes toman la ecología como una moda, como una afición exótica. Abundan entre los ecologistas. Y tienen que hacerse la misma pregunta, sobre todo, los negacionistas, quienes se empeñan en ignorar el problema.
La formación de clérigos y religiosos hoy no debe ignorar la ecología. Tiene que promover una conciencia ecológica intensa y el compromiso de cuidar la creación y el ambiente. La encíclica Laudato Si sería un buen manual de instrucciones.
Algunos aspectos de la formación clerical y religiosa han contribuido al olvido o menosprecio de los asuntos ecológicos. Un cierto maniqueísmo que despreciaba todo lo terreno se inoculó en la formación filosófica y teológica. Por eso Santo Domingo de Guzmán se tomó tan en serio la lucha contra la doctrina de los cátaros. Era tan dualista su doctrina como evangélica su vida. En la formación religiosa un espiritualismo angelical hizo de menos todos los asuntos terrenos. Una aspiración a los niveles más altos de la metafísica con su tercer grado de abstracción hizo perder el cable de tierra, un elemental interés por las ciencias naturales.
A todos estos inconvenientes se unen hoy dos hechos que no favorecen la formación de la conciencia ecológica. La mayor parte de seminarios, casas de formación y centros de estudio están en plena ciudad, rodeados de asfalto. Esto contribuye a crear mentalidades urbanitas, con escasa sensibilidad para contemplar la naturaleza y sus heridas. Serían necesarios tiempos rurales al contacto directo con la naturaleza. Y encima se nos han echado encima las nuevas tecnologías de la comunicación y nos están envolviendo la formación en una cultura virtual. El coronavirus está dando lugar a una nueva forma de enseñanza, de evangelización, de apostolado. La cultura virtual tiene muchas ventajas, pero también nos hace perder contacto con la madre tierra y, sin darnos cuenta, nos sumerge en un mundo irreal. Nos parece una cultura tan inocente que no puede dañar el planeta y el ambiente. ¡Qué equivocación! Los satélites y las antenas no deben ser tan inocentes ecológicamente hablando.
La formación en seminarios y casas religiosas debe tomarse muy en serio las reflexiones que ofrece el Papa Francisco en su encíclica. Y debe tomarse muy en serio los urgentes compromisos ecológicos que dicho documento presenta a la Iglesia en nombre del Evangelio de Jesucristo. Es cuestión de justicia con esta generación y con las siguientes generaciones.
En la vida religiosa hay un motivo adicional para tomarse en serio la ecología. Es nuestra profesión religiosa de pobreza evangélica. Francisco de Asís es el símbolo de la más radical ecología cristiana. La pobreza evangélica debería ser una profecía ecológica en medio de esta sociedad del bienestar y del consumo. Exige austeridad, aprender a vivir y ser felices con lo necesario. Hoy la austeridad no es una mera obligación moral. Es una necesidad. Vivir con lo necesario es pura sabiduría y es la mejor forma de vivir ecológicamente.