sábado, 30 de octubre de 2021

FORMAR PARA LA ECOLOGÍA, Fr. Felicísimo Martínez

¿Formar a sacerdotes, religiosos y religiosas para la ecología? Son vocaciones muy espirituales. ¿No será quedarse demasiado cortos, en un nivel demasiado terreno?  Querido lector, medita la encíclica Laudato Si del Papa Francisco. Comprenderás que el cuidado de la creación es un deber de justica, un compromiso evangélico, un rasgo esencial de la espiritualidad cristiana. ¿Cómo profesar la fe en la creación y en la encarnación si no nos interesan esta tierra y esta humanidad?

El cuidado de la creación debe preocupar a todo sacerdote, religioso y religiosa en su vida y misión. Sobre todo, en este mundo actual. Hoy el compromiso con la ecología ya no es un entretenimiento opcional; es una urgencia absoluta. Los peligros y amenazas al planeta, al medio ambiente, a la vida misma… están adquiriendo niveles casi apocalípticos. Lo saben y lo reconocen personas que quizá nunca han escuchado la palabra “ecología”.

Mi padre era un campesino sin más formación académica que la escuela primaria rural. Caminaba con él una tarde de verano por una vereda en el campo. Fijándose en una manantial que se había secado, hizo este comentario: “Algo malo está sucediendo. Es la primera vez que veo seco este manantial”. Y comenzó a recitar una letanía de lamentos sobre los males que él venía observando en la naturaleza a lo largo de sus casi 90 años: han desaparecido los cangrejos, apenas hay truchas en el río, enfermaron los conejos, han enfermado los negrillos primero y luego los espinos majuetos… El río está lleno de plásticos y el monte se está llenando de latas de todo tipo…Terminó su letanía preguntándose: ¿Qué está pasando? Mi padre ni sabía en aquel momento que existía la palabra “ecología”.

Un tío mío fue trashumante toda su vida. Durante 45 años, año tras año, caminó con un rebaño de merinas desde los montes de León hasta las dehesas de Cáceres. Un mes para abajo; otro mes para arriba. Debido a las necesidades económicas de la familia, no pudo terminar su escuela primaria. Tampoco había oído hablar de “ecología”. Pero describía así lo que había observado a lo largo de los años: “La naturaleza está enferma, lo vengo notando de año en año a lo largo de la cañada real, cada vez tiene menos fuerza. ¿Y los animales? Cada vez engordan más con los piensos modernos, pero cada vez son más débiles y menos resistentes”. Terminó sus lamentos con la misma pregunta: Pero ¿qué está pasando?

Si, esta es la pregunta que tienen que hacerse en serio quienes toman la ecología como una moda, como una afición exótica. Abundan entre los ecologistas. Y tienen que hacerse la misma pregunta, sobre todo, los negacionistas, quienes se empeñan en ignorar el problema.

La formación de clérigos y religiosos hoy no debe ignorar la ecología. Tiene que promover una conciencia ecológica intensa y el compromiso de cuidar la creación y el ambiente. La encíclica Laudato Si sería un buen manual de instrucciones.

Algunos aspectos de la formación clerical y religiosa han contribuido al olvido o menosprecio de los asuntos ecológicos. Un cierto maniqueísmo que despreciaba todo lo terreno se inoculó en la formación filosófica y teológica. Por eso Santo Domingo de Guzmán se tomó tan en serio la lucha contra la doctrina de los cátaros. Era tan dualista su doctrina como evangélica su vida. En la formación religiosa un espiritualismo angelical hizo de menos todos los asuntos terrenos.  Una aspiración a los niveles más altos de la metafísica con su tercer grado de abstracción hizo perder el cable de tierra, un elemental interés por las ciencias naturales.

A todos estos inconvenientes se unen hoy dos hechos que no favorecen la formación de la conciencia ecológica. La mayor parte de seminarios, casas de formación y centros de estudio están en plena ciudad, rodeados de asfalto. Esto contribuye a crear mentalidades urbanitas, con escasa sensibilidad para contemplar la naturaleza y sus heridas. Serían necesarios tiempos rurales al contacto directo con la naturaleza. Y encima se nos han echado encima las nuevas tecnologías de la comunicación y nos están envolviendo la formación en una cultura virtual. El coronavirus está dando lugar a una nueva forma de enseñanza, de evangelización, de apostolado. La cultura virtual tiene muchas ventajas, pero también nos hace perder contacto con la madre tierra y, sin darnos cuenta, nos sumerge en un mundo irreal. Nos parece una cultura tan inocente que no puede dañar el planeta y el ambiente. ¡Qué equivocación! Los satélites y las antenas no deben ser tan inocentes ecológicamente hablando.

La formación en seminarios y casas religiosas debe tomarse muy en serio las reflexiones que ofrece el Papa Francisco en su encíclica. Y debe tomarse muy en serio los urgentes compromisos ecológicos que dicho documento presenta a la Iglesia en nombre del Evangelio de Jesucristo. Es cuestión de justicia con esta generación y con las siguientes generaciones.

En la vida religiosa hay un motivo adicional para tomarse en serio la ecología. Es nuestra profesión religiosa de pobreza evangélica. Francisco de Asís es el símbolo de la más radical ecología cristiana. La pobreza evangélica debería ser una profecía ecológica en medio de esta sociedad del bienestar y del consumo. Exige austeridad, aprender a vivir y ser felices con lo necesario. Hoy la austeridad no es una mera obligación moral. Es una necesidad. Vivir con lo necesario es pura sabiduría y es la mejor forma de vivir ecológicamente.

sábado, 2 de octubre de 2021

PREDICACIÓN ECOLÓGICA, Fr. Jesús Villarroel OP, Madrid

 

Para mí el kerigma es la predicación primitiva, una cosa sagrada. Por eso, lo que se predica tiene que tener el sello del Espíritu Santo y una unción muy poderosa que llegue a los corazones y les cambie y les acerque a posturas nuevas. Otra cosa muy distinta es la reflexión, la charla, la investigación, la conferencia o enseñanza. En estas cave la controversia, las posturas y que, al final, cada uno se quede con lo suyo.

Si es así, entonces la predicación ecológica tiene que estar unida con algún don del Espíritu Santo, porque, de lo contrario, no va a haber ninguna mutación en nosotros. Una predicación que no produce cambio, que no engendra comunidad, que no crea empatía y solicitud, no es predicación es otra cosa. La predicación ecológica contagia amor por la creación. San Francisco, a los 44 años, ya ciego, compuso el Cántico a las criaturas que le salía de su profundo don de ciencia por el que los hombres vemos a Dios en las criaturas.

En nuestra casa tenemos un naranjo que fue arrasado por la nieve y el frío de la borrasca Filomena a principios de Enero. Se helaron todas las naranjas y las ramas e, incluso, algún entendido nos ha dicho que el tronco también. Pero la esperanza nos ha mantenido: “Al menos el tronco, suspirábamos”. Hace tres días la chica, nuestra empleada de hogar,  y yo descubrimos un brotecito en el tronco rugoso y hoy otro. ¿Cómo es posible? Nos llenamos los dos de alegría y no se lo hemos dicho a nadie porque los frailes de esta parroquia son muy viejos Y tienen temblores esenciales.

En mí ha actuado del don de ciencia al ver estos brotecitos y como veis ya estoy predicando. ¡Qué bellos son! ¡Imposible que esa cosina verde salga de un tronco tan rugoso! Es que Dios es infinito también en lo pequeño. En este abril no tendremos flores de azahar, ni aspiraremos su fragancia, ni habrá botones que anuncien nuevos frutos, pero la esperanza de que en próximos años volverán, no se nos ha destruido.

El don crea la simpatía y la veneración por todo lo creado, por el inmenso cariño de Dios al crear tantos detalles para nuestro bien. Yo he conocido un profesor que nos hablaba del amor de Dios que existe encerrado en una piedra con la que te encuentras en el camino. Esa piedra  ha tardado millones de años en hacerse para que tú la pudieras coger hoy y pensar desde ella en el cariño que Dios puso en la evolución de todas las cosas. Más de una vez este hombre terminaba secándose las lágrimas llenas de emoción. Estaba dando una clase pero, a la vez, predicando ecología con un don de ciencia increíble.

Mucha gente prefiere hablar de Dios antes que de Jesucristo. La predicación, sin embargo, no nos habla de Dios, ya que para la mayoría, Dios es un concepto y vale para todas las culturas. La predicación  kerigmática, que es a la que me refiero nos habla de Jesucristo y su misterio pascual. A nuestro Dios, que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, llegamos a través del mismo Cristo muerto y resucitado. El mismo Cántico de las Criaturas si no está pasado al menos en el corazón por Cristo es pura literatura o desahogo sentimental. Sólo por Cristo llegamos al Padre. Sin embargo, mucha gente prefiere hablar de Dios antes que de Jesucristo pero así nos salimos del camino de la verdad.

Catorce veces  cita Jesús a su Padre del cielo en la predicación de la montaña. A través de él conocemos los sentimientos ecológicos del Padre. Dice Jesús: No andéis preocupados por lo que vais a comer o beber. Mi padre se cuidará de todo eso. Mirad las aves del cielo que no siembran ni cosechan ni acumulan. ¿Les falta algo? No, porque vuestro Padre del cielo las alimenta. Fijaos también en los lirios del campo que no se fatigan, ni hilan ni hacen ejercicio para crecer y florecer. Ni uno de vosotros viste tan bellamente como ellos a pesar de vuestros afanes. Pues si el Padre del cielo se cuida así de esas criaturas, cuánto más lo hará por vosotros si tenéis fe.

Es difícil encontrar párrafos como estos en toda la literatura universal. Podemos imaginar el corazón de Jesús mirando la obra maravillosa de la creación. No obstante, la creación está sometida al pecado y espera con dolores de parto la manifestación de los hijos de Dios. No habita todavía en ella la ciencia de Dios ni nos cubre de paz como las aguas colman el mar. Una higuera un día no quiso darle higos a Jesús y un sobrino mío se mató en los picos de Europa cayendo por un enorme paredón de piedra. En la homilía de su entierro no tuve más remedio que decir que tenemos que respetar el estatus actual de todo lo creado porque nos puede hacer daño. Si no respetamos el planeta se nos puede volver  en contra, incluso mortalmente.

Nosotros, en esta casa, para sensibilizarnos más a lo ecológico, además del naranjo y otros árboles, hemos sembrado en unos trocitos del  jardín, lechugas, cebollinos, ajos y tomates. Ahí estamos los cinco controlando a diario el crecimiento de estas hortalizas. A mí no me interesa comerlas, lo que me gusta es ver a Dios creciendo en ellas y sintiéndolo en mi corazón. Merece ser citado aquí San Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, que ante los colores y fragancia de las flores decía en sus paseos: Callad, callad, florecitas, que me matáis de amor.