miércoles, 19 de enero de 2022

LA PREDICACIÓN, ACTIVIDAD DE ALTO RIESO, Reyes Mate

Vivimos tiempos en los que la prisa hace imposible la experiencia, es decir, la transformación de un acontecimiento o de una palabra escuchada en parte de uno mismo. En lugar de experiencia lo que hay son vivencias que no es lo mismo: aquí todo se resuelve en un shock que dura un instante y que desaparece en el momento mismo en que aparece, sin dejar rastro.

Este modo de vivir afecta a la predicación, un tipo de palabra con vocación de experiencia, condenada a abrirse paso entre muchas palabras de consumo rápido que sólo pretenden impresionar un instante. Llamar al sosiego y a la reflexión en esta vorágine, no es fácil.

Lo que no puede el servidor de la palabra es sumarse al ruido, sino tomar nota de los límites del discurso en este momento y hacerse valer dentro de esas limitaciones. 

El primer desafío es la credibilidad. El oyente tiene que percibir desde el primer momento que las palabras de quien le habla le salen del alma porque brotan de un corazón habitado por esa palabra. Aquí no valen los clichés, ni las frases hechas o repetidas. Primo Levi, el superviviente de Auschwitz, cada vez que tenía que testimoniar se pasaba la noche en vela. Y dejó de hablar el día que descubrió que sólo se repetía y que no era capaz de recrear con su palabra el estado de ánimo, la vivencia, del primer momento. La palabra del predicador, para que fecunde al oyente, tiene que llevar el sello de la fecundación en el propio hablante. 

En cuanto a la construcción del discurso, debería partir de un buen conocimiento del texto bíblico. Un buen conocimiento no tiene que ver con erudición, que suele ser un incordio, sino con capacidad de sorpresa. Invito a leer un librito de sermones de un dominico alemán, Tiemo Peters. Cada sermón, un descubrimiento. Un ejemplo, el comentario a la "resurrección" de Lázaro, tan usado en funerales. Tiemo Peters se pregunta de qué "resurrección" hablamos si Lázaro volvió a morirse. ¿No consistirá su sentido, se pregunta el predicador alemán, en un canto a la vida? Y ahí abre una autopista a la reflexión cristiana. 

La lectura de un texto bíblico en el seno de una eucaristía no es comparable con un comentario de texto en un curso académico. Tienen en común, ciertamente, el rigor de la interpretación, pero la homilía tiene algo muy singular: su actualidad. Lo que cuenta el texto que se lee o comenta está sucediendo hoy, nos está hablando a cada uno de nosotros. Esto nos cuesta entenderlo. Los cristianos han perdido el sentido de la memoria propia del judío. Este, cuando lee el relato del paso del Mar Muerto, piensa que lo está pasando él. Ante esa pérdida de sensibilidad anamnética, el predicador cristiano tiene que redoblar sus esfuerzos para hacer hablar al texto o, más precisamente, para convencer al oyente que le está hablando a él. 

Esto no tiene nada que ver con sacar la moraleja del texto leído. En el caso, por ejemplo, de la parábola del Hijo Pródigo, no se trataría de sacar la conclusión de que Dios nos perdona, sino de que el perdón nos conforma antropológicamente, de que somos al tiempo todos esos personajes, por eso un cristiano no puede confundir la respuesta al "pecado" (injusticia, crimen, vicio) con castigo. Su idea de justicia no puede ser justiciera sino compasiva, etc. A alguien formado en la cultura cristiana debería parecerle lógico que, como en la película Maixabel, la víctima perdonara al asesino, lo que, creo, no es el caso. 

Hay que reconocer que la predicación es una actividad de alto riesgo. No es un "sermón", una charla, sino el momento de mayor exigencia del cristianismo pues la exigencia es teórica y práctica. Se requiere preciso conocimiento teórico y al tiempo saber desgranar aquellos aspectos prácticos que pueden alcanzar existencialmente al oyente de la palabra. Y todo esto dicho de una forma breve y creíble. Esto no se improvisa, sino que da para una vida dedicada a la predicación.

martes, 11 de enero de 2022

RELATO VOCACIONAL: AMAR LA MISIÓN, Fr. Rubén Martínez OP

Aunque nunca me haya casado mi historia se debe parecer mucho a la historia de amor de una pareja. Esta historia es una historia de amor a la misión.

He sido muy afortunados al nacer en una familia donde ví este amor a la misión. Un tío mío dominico (Padre Garrido), hermano de mi abuela, muy conocido entre todos los hermanos dominicos, cuando yo nací estaba en España, pero había sido misionero en China, a la que siempre amó y a la que siempre añoró. En mi familia siempre fue el tío misionero expulsado de China. También tengo una tía dominica de la Anunciata, hermana de mi padre y misionera en Ruanda. De ambos recuerdo siempre sus historias, su alegría por lo que sabían y estaban haciendo y, sobre todo, su pasión por la misión. La experiencia de la misión marcó el resto de sus vidas y también, he de decir, me marcó a mí. Ya desde los primeros momentos de mi vida sentí esa llamada a ser como ellos, a dedicarme por entero a los demás, a ser misionero.

Y mi primera historia de amor de verdad fue con la misión de Taiwán, a donde fui enviado. Dudaba de mis fuerzas para poder aprender una lengua tan difícil, pero, poco a poco, y con la ayuda del Señor, y de esto estoy seguro, conseguí más o menos salir adelante. Fue mi primer acercamiento de verdad a la misión. Lo de antes solo habían sido sueños de infancia que en muchos casos se llevó el viento, pero en mí, sin saber por qué, siempre permanecieron.

Como mis tíos, yo también me enamoré pronto de la misión. El ir conociendo a la gente, sobre todo su fe, su cercanía, su entrega generosa a la misión de la iglesia en su país, sus testimonios, me cautivó y me enamoré de esa misión. Con ellos empecé a aprender lo que realmente significaba ser misionero, vivir la misión, amar la misión. Ya no era la experiencia de otros, historias muy bonitas de mis tíos, era mi vida. Entonces comencé a entender por qué dolía tanto a los hermanos dejar la misión si tenían otro destino o volver a nuestra patria si faltaban las fuerzas. Romper con ese lazo es como romper con el vínculo de la vida.

Yo también tuve esta experiencia. Primero por tener que pasar un tiempo en España por enfermedad, lejos de la misión y después al ser asignado a una nueva misión dentro del país. La primera fue como el primer amor, difícil de olvidar. Recuerdo que cuando fui a la segunda misión, alguien me dijo que, aunque estaba allí, realmente mi corazón no estaba allí. Estoy muy agradecido por aquellas palabras porque me ayudaron a despertar y ver que la misión no está atada ni a un lugar ni a unas personas. Que la misión realmente nos hace libres, que no nos ata. Ese día fue como el despertar a amar realmente la misión. Misión no atada ni a nadie ni a nada, a todos, misión, amor que nos hace libres, siempre abiertos a ir y hacer lo que sea y donde sea. Misión por algo grande y por Alguien.

Me siento afortunado porque Dios me ha dado la gracia de poder ser dominico misionero. Por haberme hecho libre y haber permitido que haya hecho cosas tan distintas y en lugares tan distintos. Y ahora una nueva misión, un nuevo reto. Lo afronto como lo he hecho con anterioridad, sabiendo que el que me ha llamado es fiel y que, aunque yo soy pequeño y muy limitado, con su gracia y su luz podré llevar a cabo la misión que los hermanos y que Jesús me han encomendado.

Una historia de amor, no romántica, sino real. Una historia de amor con altibajos, dudas, tentaciones, infidelidades, no es un amor platónico. Un amor que muchas veces hace sufrir y que otras veces da tantas alegrías. Pero al fin y al cabo un amor que fascina, que impulsa a seguir adelante, que llena y que da vida. Y por una gran misión, y no la nuestra, sino la de Él, la de Jesús de Nazaret, caminar con los hombres, enseñar a sus jóvenes y niños, curar sus heridas, perdonar sus pecados, compartir con ellos el pan de la Palabra y de la eucaristía, visitar a sus enfermos, enterrar a sus muertos, soñar juntos y luchar por construir un futuro mejor para todos.

domingo, 9 de enero de 2022

PREDICACIÓN Y ESTILO DE VIDA, Fr. Pedro Juan Alonso

El VIII Centenario de la muerte de Nuestro Padre Santo Domingo es un acontecimiento que merece un número especial, pues nos demuestra la fidelidad de Dios a la Orden y a la Provincia del Rosario, que agradecemos porque nos abre a un futuro de esperanza. Nuestro nombre: ORDEN DE PREDICADORES, revela el carisma identitario. Para un dominico la predicación no es una función, ni una tarea, sino una misión y un estilo de vida.

Después de la entrevista a Juan Antonio Mayorga, vamos a empezar escuchando algunas voces que nos dicen qué necesitan y cómo nos ven. Fr. Bruno (exMaestro OP) diría, si estamos en “los lugares de intranquilidad del mundo” o por dónde andamos. Después nos escucharemos, plasmando nuestra realidad, desde los distintos ángulos donde predicamos, de cara a dejarnos criticar, sentir la necesidad de purificarnos o potenciarnos y animarnos mutuamente porque estamos donde nos necesitan.

Nuestra propuesta de fe exige escuchar primero nuestra llamada a la conversión al evangelio para escuchar a los hombres y mujeres de hoy y sus interrogantes. No estamos llamados a proponer sin más nuestra verdad. Tampoco es suficiente ir a los que vienen a nosotros. Esta actitud pasiva nos empobrece y no es la misión que nos encargó Jesús, ni quiso Domingo. Por otro lado, una predicación inspirada en «sobrevivir» o «morir con dignidad” no trasmite esperanza. La oportunidad del Centenario es llevarnos a lo esencial, a lo más genuino de nuestro carisma, que es una predicación con creatividad.

El orden más lógico para nacer y crecer en la fe es el de la primera comunidad cristiana: conversión, catequización y vida cristiana, con sus tres acciones: misionera ofreciendo el kerigma; catequética mediante la Palabra de Dios y pastoral sacramental. Este orden se ha perdido, encontrándonos cristianos sin evangelización, instalados, por lo que tenemos que evangelizar generalmente fuera de lugar e invirtiendo el orden.

Muchos bautizados no ven viable su fe en la sociedad y una “apostasía silenciosa”, ha implantado un neopaganismo con sus ídolos: un nihilismo filosófico, un relativismo moral y un pragmatismo hedonista y cínico, como conductores de la vida diaria. De esa antropología sin Dios mana el indiferentismo religioso, que explica y reduce el cristianismo a un producto cultural sometido al momento. No existe la verdad religiosa, lo cristiano es como las demás religiones, depende de cada hombre. 

Se ha despertado esta sociedad permisiva y de otro talante, instalándose entre los que se dicen cristianos, contradicciones como: el ir a misa e ir contra la vida en sus múltiples expresiones o entre lo que es pecado y no, de cara a la proyección pública; dando más importancia a la misa y a sus obligaciones y rezos que al escuchar la Palabra de Dios y la celebración del Misterio Pascual (no hace mucho todavía una señora, buena, colaboradora hasta económicamente, me dijo: Padre se habrá dado cuenta que ya no rezo el rosario desde que Vd. dijo que atendiéramos al evangelio); en fin, que no ha habido una transición del AT. (la ley, el rito, la obligación, ...) al NT. (el amor, la gratuidad) y la relación con Dios no parte de una experiencia religiosa de la bondad, de la misericordia de Dios; no digamos ya de la vivencia comunitaria de la fe o de la relación entre vida cristiana y caridad o el espíritu misionero. Todo esto lleva a imágenes de Dios muy poco evangélicas, normalmente causadas por una religiosidad de autoridad y no de llamada. Nuestro Padre intuyó el hambre de la Palabra, y la necesidad de la predicación de la gracia.

Por otro lado, la predicación, en sus múltiples expresiones también encuentra hombres y mujeres partiendo libremente, sin otros condicionamientos previos o provenientes de sistemas u órdenes que hemos sacralizado, siendo desórdenes totales. Algunas preguntas son sustanciales a la hora de transmitir la fe predicando: ¿Transmitimos una adhesión viva a Jesucristo o una costumbre social que se está diluyendo a medida que crece la secularización de la sociedad? ¿No hay que pasar de una fe sociológica a una fe más personalizada y responsable? ¿No es necesaria una participación más existencial y comprometida por parte de las personas en la gestación de su propia fe?

Amplios son los campos de predicación y hoy tienen máxima importancia los medios digitales como canales de comunicación y llegada a un número considerable con nuestra predicación

S. Juan Pablo II ya decía que la parroquia era “insustituible e insuficiente”, célula vital para la vida comunitaria en la iglesia, acogiendo todos los carismas que la componen y sintiéndose en referencia de comunión con ella. Acompaña todos los estadios de la vida de la persona, sin delimitación de personas, grupos sociales o condiciones, como de hecho encontramos en otros ámbitos de predicación. La parroquia no agota todas las posibilidades de evangelización de un dominico, ni sus perspectivas apostólicas, sería una pobreza y más si menoscaba la vida comunitaria de los frailes.

Como dominicos asumimos la vida de comunidad como algo propio de nuestro carisma en el seguimiento de Jesús. Se trata de predicar desde la escucha en comunidad, desde el modo de vivir (oración, estudio, vida fraterna, ...) como expresión por medio de la palabra de un testimonio creíble. No cabe duda de que nos permite trasmitir una imagen coherente de nuestra vida dominicana.

No será una fórmula la que nos salve, sino una Persona que cumple sus promesas (Benedicto XVI) ¿Cómo ser fieles y a la vez creativos en la predicación? El problema del lenguaje existe con los cristianos y mucho más con los que no, sumándose a las causas de abandonos y malentendidos. La novedad de Jesús, su mensaje, ya en sí, podemos decir que encierra una cierta selección a la hora de su aceptación. Digámoslo claro y rápido: la razón es el compromiso, el que descentra la vida y esto, cuesta y no gusta.

No obstante, la predicación requiere una elegancia y no referida a la ampulosidad o abundante literatura, sino referida a la sencillez, claridad y a la fidelidad; requiere un respeto, no confundiendo la cercanía con la vulgaridad. La creatividad del lenguaje debe estar al servicio de los contenidos, buscando expresiones más claras y comprensibles. No vale todo, ni de cualquier manera. La predicación no preparada suele sonar a discursos comunes, tópicos manidos o moralinas fáciles, que hacen reír, pero no alegran el corazón.