Estamos viviendo una realidad ondulante con esta pandemia que se va y vuelve y AMANECER no quiere estar ajena a ella, pues nos ha colocado delante del miedo y la esperanza. AMANECER se ha visto amenazada también y el número correspondiente “su tiempo fuerte” no ha podido ser publicado. El Covid 19 nos ha expuesto más visiblemente ante la realidad de la muerte, avivando el miedo y la confianza; nos ha recordado que somos miedosos, marcados y definidos por el miedo y, también que sigue habiendo una forma de vivir ese miedo con confianza. Las imágenes del miedo como muro que no nos deja ver el futuro, ni entrever cómo será el mañana es la contrapuesta a la de la confianza como alfombra que nos abre camino, a pesar de las dificultades. Si el miedo es algo propio de nuestro ser, la esperanza también está enraizada en nosotros y nos abre a ideales que hacen nuestra vida más bella y digna (FT 55)
El miedo es una defensa con la que convivimos
y seguimos adelante. No puede inhibirnos ni paralizarnos, produciendo
regresiones o repliegues que obstaculicen nuestra creatividad y nuestro
crecimiento tanto a nivel individual como colectivo. Se instala en nuestra
sociedad a través de guerras, conflictos nucleares, desastres naturales,
ocultismos y magias; situaciones económicas graves; cuando viene un extranjero
y se coloca como vecino; cuando tenemos delante a otro diverso en religión, por
su piel, su rostro, su cultura, su lengua.
A nivel particular, el miedo a la muerte, las
enfermedades, las relaciones íntimas con el otro (sexualidad), el cáncer, el
sida; miedos que provienen de las malas lecturas en ambientes eclesiales
respecto al Dios que castiga y se venga;
miedo a la falta de trabajo, la pobreza, la vejez, la soledad, el sufrimiento,
el fracaso, el desamor… ahora se nos añade este miedo colectivo y particular
imprevisible del Covid 19. Ha venido para quedarse como algo nuevo que no
sabemos qué es, pero que vemos como un gran riesgo. Aunque tenemos esperanza,
está minada porque no ha tenido tiempo de consolidarse y colmar realmente
nuestra espera. Ya no tenemos miedo a los fantasmas y demonios, la religión ya
no es el coco, nos angustian las realidades, las carencias, los límites humanos
y si tenemos que afrontarlos solos, más. Nuestras vidas están invadidas de un
gran miedo a la soledad, aunque somos seres relacionales y las comunicaciones
han avanzado desmesuradamente.
El verdadero miedo de la Iglesia y de la vida
consagrada debiera de ser por las tensiones y conflictos que implica ser fieles
al evangelio. Pero no, tenemos miedo a
lo nuevo, a renovar, al diálogo porque lo vemos como una amenaza y no como un don;
a las catástrofes que anuncian los profetas agoreros y al pesimismo que
destilan algunos de sus miembros; a usar la parresía evangélica y diferir, sin
quedar descartados y reducidos; a la creatividad teológica, las reformas
litúrgicas, los lenguajes atrasados que no comunican ni ayudan a celebrar nada;
a las comunicaciones entre los miembros y los responsables pastorales, las
comunicaciones tendenciosas sacadas de contexto, las comunicaciones al servicio
de la autoridad usadas para apoyar a un grupo o espiritualidad; a defender los
derechos humanos, que en el fondo es miedo a hacer lo que hacía Jesús: acoger a
los pecadores con misericordia y
compasión, reconciliar y no juzgar ni condenar, miedo que a los discípulos les
tira por tierra, hasta que el contacto con Jesús les levanta e incorpora a la
vida. Pero no se es más fiel al evangelio ni se le garantiza mejor conservando
el pasado sin más, sin plantearnos nada y siguiendo en la comodidad y la
rutina. El miedo nos lleva a armonizaciones y vidas cómodas e insensibles.
¿Se puede superar el miedo? Un par de apuntes
del A y NT. Ex 14 es un paradigma de superación del miedo. Israel perseguido
por el ejército del faraón nada más salir liberado, se encuentra atrapado entre
el mar y el enemigo. Sólo le queda la muerte o la vuelta a la esclavitud,
siente su debilidad total porque a su lado todos son enemigos: el desierto, los
egipcios, el mar, .... En esas circunstancias, preso del miedo y el pánico
murmura contra Moisés y Yahvé, hasta que éste interviene, destruyendo el
ejército enemigo y salvándole nuevamente en el mar, llevándole a una relación
de fe y temor en él.
Israel que tiene total confianza en la
victoria no ha aprendido a fiarse de Dios, pues el miedo le pone en crisis y le
lleva a la vieja mentalidad de esclavo, necesitando la ulterior liberación de
Yahvé. Israel tiene que hacer la experiencia de saber quién es realmente el que
vence.
El miedo no le sirve al pueblo para su
supervivencia, sino que le provoca la manifestación exagerada de lo irracional,
cuando Yahvé le acababa de sacar de Egipto, de la esclavitud. Para sobrevivir,
Israel necesita superar el miedo, que es expresión de que quiere vivir, pero su
fragilidad es grande. Siente su vida amenazada por la muerte constante. Para
superarlo debe abrirse a la vida, que es más fuerte que la muerte y Yahvé se la
ofrece si se fía de él. Fiándose de él, el miedo no le disgregará, ni será para
él un destructor, sino que Dios interviene y
le hace capaz de reconocerle y alabarle.
Con miedo no dice más que insensateces: que
Yahvé es malo, que les ha hecho salir para esto. Israel pierde la conciencia de
sí mismo y de su relación con Dios. Sus palabras negativas son la pérdida del
contacto con Dios y con la realidad verdadera y es curioso, pero sólo siente el
contacto del enemigo, de Egipto, que le ha tenido esclavo, teniendo nostalgia
de él de manera obsesiva, repite que prefiere la esclavitud a entrar en la
novedad que Yahvé le ofrece, quiere volver a servir al faraón. Es el efecto
típico del miedo, que hace centrarse a quien lo tiene o padece en el objeto que
lo produce, absolutizándole. Dios ahora, inmerso en el miedo es algo negativo,
sin fuerza, sin potencia, injusto. La culpa la tiene también su enviado,
Moisés, al que le pone de vuelta y media. Es el segundo efecto del miedo:
acusar al otro, y no asumir responsabilidades.
Israel no se da cuenta de que a quien se
quiere acercar, a Egipto, es quien les está provocando el miedo. Ha perdido el
contacto con la realidad y por miedo a morir se echa en los brazos de la
muerte, quiere hacer alianza con la muerte: ¿no te decíamos que nos dejaras
tranquilos, sirviendo a los egipcios?, - dice.
Cuando se abre el mar y traga al faraón y su
ejército, Israel tiene una nueva conciencia de Dios y una nueva actitud de fe.
Israel ha pasado del miedo al temor porque ha reconocido a Dios como el Señor
que da la vida y vence definitivamente la muerte. Israel recobra el habla, pero
para alabar a Dios. Superando el miedo Dios nos restituye nuestra dimensión de
creyentes, de hijos de Dios.
Si miramos al evangelio, entendemos que Jesús
ha venido a quitarnos el miedo a la muerte y a todo tipo de esclavitudes que
nos tienen presa la vida (Hb 2, 14). Él ya ha roto las cadenas de nuestras
culpabilidades y sufrimientos, probándolas en su vida, identificándose con
nosotros para que no nos maten ni nos
dejen sin libertad ni creatividad.
La pandemia nos pide como tarea, luchar contra
el miedo y la angustia, abriendo a la esperanza a quienes viven en ellas; abrir
horizontes a las vidas que están sumidas
en un cielo oscuro y cerrado; dar futuro a quien siente opresión por el pasado.
Estas tareas no son ajenas a nadie, pues compartimos angustias y fatigas y, por
supuesto, nunca debemos caer en la tentación de sacar partido del miedo para
imponer ideas, usándolo como medio de obligar a los demás a convivir con él,
malformando su conciencia.
El miedo tiene que ayudarnos a madurar la fe,
como sucede en el relato de la tempestad calmada (Mt 14, 22s). Aprender a
caminar sobre las aguas es la actitud del creyente hoy, a pesar de la falta de
credibilidad de la iglesia. La sensación de parecer que estamos perdiendo la fe
es señal de que se está purificando, que nos estamos acercando más a Jesús,
como Pedro, que caminando hacia Jesús por las aguas está expresando su
confianza en él y no en sus razones, dogmas, argumentos y definiciones.
Cuando Jesús le dice a Pedro como a nosotros
¿por qué has dudado?, no sabemos qué responder: si las hondas convicciones se
han desvanecido y comienzan a tambalearse; si la superficialidad de la vida y
el culto secreto a los ídolos nos ha despistado y metido en la crisis de la
indiferencia; si es duro abandonarse al misterio y abandonar la razón poderosa
que se quiere adueñar de nosotros; si compatibilizamos la novedad de Jesús con
los antiguos ritos. Como le demuestra Jesús a Pedro en el relato de la pesca
milagrosa (Lc 5) quitándole el miedo a ser discípulo pecador, le importa sobre todo
que nos reconozcamos pecadores y formemos parte de su proyecto, de ser
pescadores de hombres.
AMANECER quiere homenajear a todos los que ha
superado el miedo a la muerte en todo el mundo y de una manera muy especial a
nuestros hermanos de la provincia que pasean por la alfombra del cielo: Frays
Eusebio Martínez, Antonio Gutiérrez, Ticiano Vara, José Montero, Roberto García
y Edixandro Morán.
En este número de AMANECER, recorreremos cómo estamos viviendo la pandemia en los lugares donde está nuestra provincia dominicana del Rosario y, además del proyecto social con el que vamos a colaborar dedicado a un proyecto educativo de la misión de Timor, incorporamos como novedad un relato de vocación de un hermano de la Provincia: fr. José Gabriel Shunsuke, estudiante japonés de teología, en Macao.