Bajorrelieve en madera, obra del autor del artículo |
Lo decía Santo Tomás. Propio de los jóvenes es
la esperanza, porque tienen poco pasado y mucho futuro. Y propio de los
ancianos es la memoria o el recuerdo, porque tienen mucho pasado y poco futuro.
Que jóvenes y ancianos se ajusten a su situación y disfruten la esperanza o la
memoria respectivamente,
Algunos nos encontramos ya metidos de lleno en
la segunda categoría, aunque no sabemos cómo llamarla: ¿ancianidad, tercera
edad, vida ascendente…? Llámese como se llame, es un hecho que cuando los años
van pasando la memoria, el recuerdo, la mirada hacia atrás enseña mucho y pone
realismo en nuestros pensamientos. Un elemental ejercicio de honestidad obliga
a reconocer éxitos y fracasos, aciertos y errores. Contárselo a las nuevas
generaciones es un deber, una responsabilidad, una obligación.
La vida es muy corta. Es la primera conclusión
que nos arrojan los recuerdos. “Pero ¿cuándo han pasado todos estos años?” Esta
pregunta es frecuente en labios de los ancianos. Sí, la vida es muy corta, pasa
como una ráfaga, aunque los jóvenes no se lo crean. Por eso, porque es tan corta,
es necesario no malbaratarla. Un personaje de renombre social tuvo la dramática
experiencia de ver morir a su hija a la edad de 30 años. Ante un nutrido
público confesaba a los pocos días, sumido en llanto: “Ha tenido que morir mi
hija para que yo comprenda que no se puede perder ni un solo minuto de la
vida”. Sí, cuando se mira hacia atrás,
los tiempos muertos duelen, los tiempos vacíos acusan, la vida malbaratada se
lamenta.
Eso sí, no se trata de hacer del trabajo o de
la eficacia un ídolo. Solo se trata de valorar tanto la vida, de respetarla
tanto, de amarla tanto… que no permitamos vivir sin vivir, vivir sin gustar la
vida, vivir sin que nuestra vida sea de alguna utilidad para alguna persona.
El mundo, nuestro mundo es muy complejo.
Corremos el riesgo de entrar en pánico y huir ante tal cúmulo de opiniones, de
ideologías, de problemas, de cuestiones sin respuesta… Y entonces, ¿dónde
quedaría nuestra misión de predicadores, de anunciadores del mensaje cristiano?
En vez de huir amedrentados y refugiarnos en el confort del claustro, habrá que
salir, escuchar, dialogar, estudiar y seguir poniendo el Evangelio al servicio
de la gente que no tiene tanto tiempo ni tanta oportunidad para dedicarse al
estudio.
Santo Domingo y la primera generación dominicana
acertaron al hacer del estudio una obligación para los dominicos. El Beato
Jordán llegó incluso a relacionar esta obligación con la salvación de las
almas. Decía que la falta de estudio en los predicadores pone en peligro la
salvación de las almas. Y otro dominico, Agustín Salucio, decía con cierta
gracia que algunos predicadores, por no estudiar, dicen tales cosas en sus
sermones que levantan falsos testimonios al Espíritu Santo.
La experiencia confirma lo que decía Santo
Tomás: el estudio implica esfuerzo, ascesis, disciplina… Pero la aproximación a
la verdad forma parte de la calidad de vida de las personas. Y, sobre todo, en
un dominico la aproximación a la verdad a través del estudio forma parte de la
calidad de su conversación, de su predicación, de su enseñanza, de su relación
con la gente.
El estudio dominicano no es para hacer
carrera. Es verdaderamente dominicano cuando se convierte en verdadera
contemplación. Los tiempos vacíos de estudio y de contemplación también son
tiempos muertos para un dominico. También duelen cuando los años pasan. Mejor
prevenir a tiempo que lamentar cuando no hay remedio.
Y lo más importante, vida de veras es la que
se entrega, la que se da, la que se regala a los demás. Vida de verdad es –ya
lo decía Jesús- la que se pierde por su
causa, por la causa de la humanidad a la que Dios tanto ama. Y vida desbaratada
es la que pretendemos ganar cuidando solo de nosotros mismos. Esta es la gran
verdad que se va haciendo cada vez más manifiesta a medida que se acerca el
final. Es la gran verdad que no podemos esquivar cuando la vida va pasando y
miramos hacia atrás.
Pero a ella se añade otra experiencia interior
ineludible: el tiempo pasado es irrecuperable, la vida desbaratada ya no está
en nuestras manos, lo que dejamos de hacer por los demás se quedó sin hacer…
Por eso es tan verdad eso que con frecuencia escuchamos: ¨hay cosas que hay que
hacerlas antes de morir¨. Hay palabras que hay que decirlas en vida, abrazos
que hay que darlos en vida, servicios que hay que prestarlos en vida… hasta que
la vida se agote, no por inanición, sino por generosa entrega.
Lo decía con frecuencia un querido hermano
nuestro que falleció antes de tiempo: ¨Hay que poner las luces largas, para
caminar seguro¨. Este consejo, que parece muy elemental, es definitivo para un
joven. La cultura actual tiene una capacidad enorme de distracción y seducción.
Una cosa es vivir el presente con intensidad y otra muy distinta es quedar
colgados de la seducción del momento.
Poner las luces largas es tener deseos largos,
como decía Santa Teresa de Jesús. Significa valorar el peso de cada momento, de
cada silencio, de cada palabra, de cada acción y omisión… mirando hacia
adelante, cayendo en la cuenta prematuramente que el tiempo vuela, que la
verdad nos espera, que la vida se la debemos a los demás.