“Sus monjes se pasan el día trabajando; por eso son
ricos. Los nuestros, en cambio, se pasan el día pidiendo; por eso son pobres”. Así me comentó una sencilla mujer budista que a
menudo pasa por delante de nuestra casa para ir a su arrozal. Aunque no me
parece una buena comparación la suya, sin embargo, no le falta algo de razón.
Nuestra casa dominicana en Loikaw, Myanmar, se
yergue en una zona rural sin ningún otro edificio más alto a su alrededor. Es
como un castillo en el desierto. Cerca de la casa hay un cementerio, y en ese
cementerio hay un pequeño monasterio en ruinas en el que vive un monje budista.
Cada día, a las seis en punto de la mañana, a la misma hora en que nuestros
hermanos preparan el pan y el vino para la celebración de la Misa, el monje
sale de su austera tienda, descalzo, con un recipiente en sus manos para mendigar
su comida diaria. Siempre me recuerda nuestro origen 'mendicante'. Y a menudo
me pregunto si yo tendría algo que comer si me dedicara a pedir como él.
Aunque seamos ‘Mendicantes’ eso no quiere decir
que tengamos que contentarnos con depender exclusivamente de las limosnas dadas
para nuestro sustento. Mendigar es común en Birmania, y la mayoría de las
ciudades están plagadas de mendigos de toda clase. No obstante, creo que es
preferible ganarnos el nombre de “monjes trabajadores” en lugar de “monjes mendicantes”.
Desde el comienzo de nuestra presencia dominicana
en Birmania, hace unos pocos años, los hermanos de la Provincia de Nuestra
Señora del Rosario nos preguntamos: “¿Qué
vamos a hacer en Myanmar?” La pregunta es simple, pero nadie hasta ahora ha
encontrado una respuesta. La respuesta más fácil de dar, y también la más
sencilla de cumplir, habría sido: “Pedir”. Pero gracias a Dios, a nadie se le
ha ocurrido hasta ahora responder así. Creo que el hecho de no haber encontrado
aún una respuesta a esa enigmática pregunta es un buen signo para la misión.
Desde que nuestra provincia dominicana estableció
su presencia en esta Tierra Dorada
(eso significa Birmania o su forma literaria: “Myanmar”), otra pregunta que
aflora en los labios de muchos de sus miembros es: “¿Qué están haciendo nuestros hermanos en Myanmar?” A esta
pregunta, yo respondería como Jesús: “Venid y veréis”. Pero antes de invitaros
a venir y ver, quiero dar unas pinceladas sobre la misión.
Los hermanos dominicos que han pisado este país
de misión han experimentado emociones muy variadas: Algunos se han sentido como
“Alicia en el país de las Maravillas”; otros, como “Robin Hood en el país de
las Aventuras”; e incluso otros se han identificado con “San Pablo en un país
pagano”. Debo decir que todos tienen razón. De hecho, esta tierra de misión es
realmente maravillosa, aunque uno a veces necesita el espíritu aventurero de Robin
Hood y la voluntad de arriesgar la vida como San Pablo en su afán misionero.
Sus gentes son amables, pero sus culturas son con
frecuencia hostiles a la predicación del Evangelio. La religión es un tema casi
tabú para la gente. Puedes disfrutar de su amistad con tal de que no menciones
el tema de la religión.
Nuestra casa dominicana en Loikaw está rodeada de
varios poblados católicos, budistas y animistas, moradores en su mayoría pobres
y sencillos. (La gente normalmente está unida por prácticas religiosas). A
juzgar por las costumbres, los católicos a menudo se vanaglorian de que sus
monjes no piden sino que rezan por la gente. Los budistas, algo resentidos,
responden que ellos tienen monjes que mendigan y rezan por la gente. El chamán
animista es siempre un sabio que se coloca en el medio para juzgar quién de los
dos tiene razón. Emitido un juicio, la mayoría de los animistas se inclinan por
el budismo, y sólo un puñado de ellos se convertiría al catolicismo. A menudo
me pregunto si a los ojos de la gente hay algo que no es correcto o que no es
del agrado de los espíritus de esta tierra. ¿Qué puede ser?
Tenemos una casa en Zaw Gyi, Mandalay, en el
centro de Birmania, donde hemos abierto un centro social que ofrece escolaridad
gratuita a niños pobres de los pueblos de alrededor. La mayoría de los
estudiantes son budistas que quieren y respetan a nuestros hermanos dominicos a
quienes consideran “poco menos que dioses”. No exagero si digo que a veces
vienen y se arrodillan ante un hermano para adorarlo. ¡Qué bonita experiencia
la de ser un pequeño dios en este País de las Maravillas! Sin embargo, dios no
es lo que un hermano debe ser; sí, en cambio, emisarios de Dios. Si podemos
lograr ser “un dios”, probablemente no es tan difícil ser un “profeta de Dios” para
ellos.
Jóvenes de la parroquia |
Rangún, la antigua capital de Birmania, es un
lugar más abierto al mundo, pero a menudo está cerrado a las religiones. Los
dominicos, en una parroquia muy pobre llamada Shwe Pyi Thar, que nos ha sido
confiada, hemos construido una iglesia que por desgracia tuvo que ser edificada
con la apariencia externa de almacén. Los domingos, la mayoría de los
feligreses tienen que viajar una o dos horas en autobuses abarrotados para
llegar a misa a esta iglesia-almacén. En la época de lluvias, la zona se inunda.
Como las aguas cubren el camino de acceso, la gente tiene que cruzar un pequeño
“mar rojo” de lodo y suciedad para llegar a la iglesia, que aprecian como si
fuera “la tierra prometida donde mana leche y miel”. Me admira su fe, mucho
mayor que un grano de mostaza. ¡Que fe tan maravillosa!
“¿Qué están haciendo los hermanos dominicos en Myanmar?” Esta pregunta incómoda me persigue. Y preferiría
no tener que responderla. Contar nuestras experiencias cotidianas en esta
tierra de misión es lo que puedo hacer para satisfacer la curiosidad de quienes
nos preguntan. Yo mismo no soy mejor que 'el monje mendicante' de Loikaw. Es
más, a veces prefiero ser “un dios” en Mandalay que ser “un profeta de Dios” en
esta tierra. Y es que mi fe personal, comparada con la de los feligreses en
Yangon, está todavía muy lejos alcanzar el tamaño del grano de mostaza.
El actual Maestro de la Orden llegó a Myanmar
hace unos meses para hacernos su segunda visita canónica. Un hermano le puso al
corriente de las dificultades y sombras de la misión. Después de escucharle
atentamente, el Maestro le reconfortó con estas palabras: “No te preocupes demasiado, hermano, sobre qué hacer y cómo hacerlo.
¡Sé un dominico!” ¡Qué afirmación más
fuerte! Hemos estado tan preocupados por el “qué hacer” que nos hemos olvidado
completamente del “qué ser”.